Los nombres de las personas menores de edad incluidas en este texto han sido cambiados para resguardar su identidad, exceptuando a Josepha Romero y su hermano.
Fue la última persona que la vio con vida. Edith Palacios llegó al Hospital Regional de Arica cerca de las nueve de la mañana para cumplir con la resonancia magnética como parte del tratamiento de su hijo diagnosticado con epilepsia. El área de pediatría del principal centro hospitalario de la región tiene piezas diminutas ubicadas frente a frente como dos líneas horizontales unidas por un pasillo. “Como una H”, dirá Palacios algunos meses después, en cuyo extremo hay un balcón y un ventanal que mira hacia las palmeras de la calle 18 de septiembre.
Similar a esta descripción, para Rocío, una menor de edad internada en el lugar por dos semanas, en diciembre de 2020, el quinto piso del bautizado hace más de medio siglo como Hospital Dr. Juan Noé Crevani, era una sala gigante dividida en dos, con tres camas de cada lado. Además, según su testimonio, “hay dos ventanas con rejas, una puerta que lleva hacia una sala para rezar y otra de emergencias”.
Edith Palacios esperaba de pie junto a esta última la mañana del 29 de julio cuando vio a una niña —“delgadita, pelo corto”— asomarse por el pasillo que termina en el ventanal. No hace mucho, un TENS había sacado a pasear al balcón a otro niño —“gordito, bien gordito”— pero al volver dejó la puerta abierta, sin llave. “Quedé preocupada porque la pieza de mi hijo colindaba justo con ese ventanal y dije, chuta, si se asoma yo corro a alcanzarlo”. El quinto y último piso del hospital era, al menos hasta esa fecha, compartido tanto por infantes como por adolescentes con crisis o diagnosticados con trastornos psicológicos.
Josepha Romero, de 16 años, fue internada allí la madrugada del 7 de julio. Los primeros días la mantuvieron en el área de psiquiatría “junto a personas adultas con trastornos psicológicos mucho más graves”, según el relato de su padre, Arturo Romero, pero con ventajas que incluían una pieza de aislamiento, tres visitas del psiquiatra por semana, la posibilidad de salir a un patio y fumar unos Gift mentolados para controlar sus ataques de ansiedad o jugar ping pong. Todo esto en el primer piso.
Una psicóloga era la encargada de informarles, al menos tres veces por semana, sobre la evolución de Josepha, contará después la madre, Susana Romero. “Nos decía que estaba bien, que iba mejorando”. Al cuarto día, tuvieron una cita con el psiquiatra de turno que sirvió para confirmar el diagnóstico de Josepha: trastorno limítrofe de personalidad. Además de esto, podían intercambiar cartas a través de TENS y enfermeros. “Notamos que sí estaba mejor y nos empezó a pedir cosas que a ella le gustaban” —ramitas de queso, agua saborizada, galletas con sal—, pero el 17 de julio, a través de una llamada, se les informó que Josepha sería trasladada al área de pediatría. “Me imaginé algo bonito, con sectores de esparcimiento”. No lo era.
“Nuestras piezas tenían barrotes porque creo que habían niños que trataron de escapar”, explicará a través de una videollamada, acompañada por su padre, Javiera, una adolescente que llegó allí el 13 julio. “Pero lo que más me llamó la atención y que también se lo dije a mis compañeras, es que afuera de nuestras puertas literalmente estaba el balcón y en un descuido cualquiera podía salir corriendo y tirarse. Era cosa de segundos”.
Es similar el testimonio de la madre de Rocío, que también la acompañaría durante la entrevista que brindó para este medio: “Mi hija me lo dijo cuando salió de ahí, ‘me quedaba un día más y te juro que me mataba, estaba a la mano hacerlo. Por qué, porque hay una puerta y yo podía saltar’”.
La última vez que Susana habló con su hija fue el martes 27 de julio, dos días antes del final. En su recuerdo, la psicóloga le llamó para pedirle ayuda con la contención de Josepha porque estaba sufriendo una de sus crisis. “Lo único que me decía era que se quería ir, que la abstinencia a la nicotina la tenía muy mal, que no podía hacer esto o lo otro. Yo logré contenerla, pensando de una forma estúpida que ella tenía que terminar su tratamiento ahí”.
Javiera salió del hospital un día antes de que Josepha fuera trasladada al quinto piso. Nunca llegó a hablar con ella ahí dentro, pero una amiga suya, con quien intercambió su cuenta de Instagram en un retazo de papel mientras estaban internadas, le contaría después que la ‘Joc’ —“porque la ‘Joc’ era muy conocida acá en Arica”— ocupó su cama en la única pieza del sector que tenía una tele. Sufría insomnio también, al menos eso es lo que, según Susana, se consigna en la ficha que le entregó el hospital y a la que hoy solo tienen acceso fiscales y abogados. Le intentaron dar zopiclona y Josepha se negó porque decía que le generaba ideas suicidas. Para dormir, le contaría después esta amiga incógnita, solía escaparse a su pieza.
Se sabe poco de lo que ambas hablaron. Los detalles son parte de una conversación telefónica que mantuvo con Susana y de una nota enrabiada que difundió a través de una cuenta de Facebook falsa exigiendo justicia para Josepha.
Amelia Ignacia, como decidió llamarse en esa red social, fue dada de alta un día antes del final. “Se empezó a apagar de a poquito y nadie la ayudó”, escribiría después. “De cierto modo se sentía culpable porque era la única que la sostenía en ese hospital”, dirá Susana. “Después perdí contacto con ella, pero sé que es la testigo más cercana respecto de cómo trataban a mi hija allí”.
Edith Palacios completa el puzle: “Si hubiese querido lanzarse, hubiese corrido directo al ventanal. Pero no, la niña me miró, vio que estaba parada en la puerta y recién se fue hacia el balcón. No calculó bien donde frenar, solo corrió y desapareció”.
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La foto es de 2018, según Arturo. Susana dice que no, que es del 2019. “Mira el color del pelo”, le dice mientras ambos revisan fotografías de su hija sentados en el living de su casa, en un condominio que es parte de un conjunto de edificios de clase media ubicados en el sector norte de la comuna. Al girar la cámara en la videollamada, lo que tienen enfrente es un cuadro pintado a mano del rostro de Josepha, sobre una repisa tributo en donde han colocado la urna con sus cenizas. Las fotografías que Susana guarda en su celular, la mayoría familiares, son un resumen de sus viajes: a Arequipa en 2018 y 2020; a visitar a la familia en Rancagua, en 2019; una noche en la playa La Lisera, en Arica, en el mismo año; y la primera foto que se sacaron frente al morro cuando se mudaron aquí en 2017. Los cuatro siempre, Susana y Arturo, una pareja de profesores de enseñanza media del Colegio Cardenal Silva Henríquez, y sus hijos: Josepha (16) y Tomás (12).
Pero además de las postales familiares, está también la foto por la cual discuten. Josepha cruzada de manos, el pelo hasta la cintura con las puntas desteñidas hacia un naranjo opaco, y tres compañeros del colegio, todos luciendo trajes típicos de Chile. Después, siguen algunas selfies. Josepha y el pelo más corto. Josepha y el pelo teñido, delineado perfecto, un collar de eslabones anchos, un piercing en la nariz y aros con forma de llamas de fuego.
Susana explica: “Fue lo último, y de eso no tenemos muchas fotos porque ella era como más…”. Se detiene y agrega: “La verdad que nunca me he metido a su Instagram porque yo no tengo cuenta ahí”.
Los hijos de la familia Romero Romero nacieron en Rancagua, pero se mudaron a Arica hace cuatro años siguiendo el trabajo de sus padres. Ambos estudiaban en el mismo colegio, e incluso, durante la enseñanza media, Josepha tuvo a Susana como profesora jefe en su curso.
Francisca, excompañera de Josepha en el colegio desde hace 3 años, recuerda el momento exacto cuando la conoció. “Le dije: ‘Hola, tú eres la hija de mi profesora jefe’. Y me dijo: ‘Sí, lo sé’, y yo me fui porque me dio vergüenza”. Después, comenzaron a hablar más en los recreos, se agregaron al Instagram, se empezaron a sentar juntas siempre al final de la sala. “Josepha era buena en todas las asignaturas, pero me apoyaba más en matemáticas, que era lo que más me costaba”. Durante los primeros años en Arica, Josepha no daba muestras de padecer algún trastorno psicológico. Ese diagnóstico, según Susana, corresponde a los dos últimos años de su vida, y comenzó en el colegio.
Xiomara Oviedo, psicóloga del área de acompañamiento de la institución educativa, es tajante con este punto. “Nosotros no diagnosticamos. Solo cuando nos damos cuenta de que la situación es de carácter clínico podemos recomendar profesionales particulares o derechamente les derivamos a un consultorio”. Sin detalles sobre la sintomatología de Josepha, Oviedo cuenta que fue en 2019 cuando le sugirió a Susana llevarla a un psicoterapeuta para obtener un diagnóstico de este tipo.
Según el testimonio de Francisca, Josepha empezó a tener muchas inseguridades en esa época. Por ejemplo, “decía que no le gustaban sus piernas así que dejó de usar jeans apretados”. Después, agrega: “Cuando me enteré que tenía un trastorno, mi duda era como ayudarla cuando le sucedieran sus crisis”.
—¿Cuáles eran esas crisis?
Francisca guarda silencio por al menos diez segundos con la videocámara apagada. Como en la mayoría de sus respuestas, toma aire primero, se le oye exhalar despacio.
—No lo recuerdo —dice —o sinceramente, no lo quiero recordar.
Lo que sí se atreverá a recordar luego es sobre la última vez que la vio con vida. A finales de junio, a las cinco de la tarde, en la pieza de Josepha. Fumando, hablando sobre cuarto medio, la PTU, el 2022. El futuro, siempre el futuro. Escuchando Tame Impala, Tyler The Creator. “The plan was to stick my toe in and check the temperature but next thing i know i’m drownin”, el retazo de un verso de la última canción que compartió en su cuenta de Instagram por esos días.
La lista hacia atrás la completan otros artistas del indie norteamericano, como Clairo, o los españoles de Cupido con su éxito “Autoestima”. “Mi cara es cara, baby. El color verde me sienta bien”. Aunque este no era precisamente su color favorito. Josepha amaba el rojo. No cualquiera sino ese que sin llegar a ser el más oscuro resulta ser el más intenso. Como el color de pelo que empezó a llevar a inicios de la pandemia. Como el nombre de su cuenta de Instagram. Como una de las canciones del álbum Vol. 3 de Slipknot. Como el color de las letras que titulan su blog de Tumblr y en donde alguna vez anotó: “Afición, alivio, armonía”.
Para el psicólogo Álvaro Jiménez, integrante del Núcleo Milenio para Mejorar la Salud Mental de Adolescentes y Jóvenes (Imhay), el diagnóstico del trastorno limítrofe de personalidad es poco probable en una persona de la edad de Josepha. “Durante esa etapa las personas todavía están en proceso de desarrollo, entonces se pueden confundir bastante las dificultades que son propias de la adolescencia”, señala. Sin embargo, “un diagnóstico que sí se puede hacer durante esa etapa es la depresión”. ¿El detonante? Casi siempre un factor externo. Pocas redes de apoyo, consumo de drogas, maltrato físico, sexual.
Francisca vuelve a tomar aire y termina el relato de aquella tarde: “A muchas personas a las que les he dicho esto les suena raro, pero también hablábamos de quien se iba a ir del mundo primero y ella me dijo: ‘Yo me voy a ir primero porque sé que tú eres más fuerte y puedes sobrellevar esto, pero si tú te vas yo no podría sobrevivir’”.
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El caso de Josepha no fue el primero en el Hospital Regional de Arica. La madrugada del 5 de enero de este año, llego hasta allí, acompañado por su padre, Duvan López, un joven de 24 años diagnosticado con autismo que acaba de tener una descompensación. Por protocolo, se le aplicó a su ingreso una prueba PCR, y ésta arrojó positivo. Entonces, en vez de enviarlo al área de psiquiatría, en el primer piso, fue aislado en una sala de emergencia tres pisos más arriba.
Cerca de las siete de la mañana, el padre de Duvan abandonó el hospital. “Mi hermano llega a la casa tipo ocho y le llama la doctora para decirle que mi sobrino había tenido un accidente. Se había caído del cuarto piso y estaba entrando a cirugía”, relata al teléfono Romina López.
La primera información recibida daba cuenta de que Duvan solamente se había reventado la vejiga. Pero inconforme, Romina realizó una denuncia en el retén de Carabineros que aguarda siempre en el primer piso del hospital, y recién allí se enteró del diagnóstico completo. Además de lo indicado, Duvan tenía roto el brazo, el codo, la pelvis, una vértebra de la espalda y el pulmón perforado por una costilla, que lo dejaron hoy, dice Romina, “distinto a como era antes”, sin poder llevar un brazo a la boca, cojeando, con una sonda y una bolsa externa para poder orinar.
“Es que en ese hospital la solución es que tú, como papá, hinchai mucho y recién te responden”, dice la madre de Rocío, la adolescente internada allí en diciembre de 2020. Incluso ella confiesa haber pasado una temporada dentro de psiquiatría. Pero la diferencia entre esa área y el trato que dicen haber recibido quienes estuvieron en pediatría es a lo menos cuestionable.
Rocío agrega: “Tuve derecho a hablar por videollamada con mi mamá una sola vez. Fue el único contacto que tuve con ella. Diez minutos y estaban ahí recalcándote que te quedaban cinco, tres, dos. No se podía hablar así”.
Durante los doce días que pasó allí, su madre, quien también decidió esconder su identidad para este texto, aprendió a inventar excusas para acercarse al hospital, preguntar por ella y dejarle siempre junto a una polera, una toalla o un pijama, una carta escrita a mano. Javiera, la adolescente internada allí en julio, confirmará después que las TENS, por protocolo, debían leerlas todas previamente: las que enviaban, las que recibían. Solo un día no hubo carta para Rocío, pero nadie atinó avisarle que su madre dejó dicho no le alcanzó el tiempo para escribirla. Es más, cuando la vieron llorando, poco antes de estallar su crisis, una enfermera le dijo que si no se callaba se quedaría allí hasta navidad. Rocío habla cortado, su rostro podría apagar una risa o un vendaval de lágrimas cuando repite: “Me metí al baño y rompí un espejo. Había una cámara al frente. Mi intención era cortarme. Ese era mi alivio. Para poder calmarme quería sentir dolor físico”.
Por situaciones de maltrato verbal de algunas TENS o simplemente “falta de empatía”, en julio, Javiera y otra compañera hicieron un reclamo con la enfermera jefe, pero nada cambió. Como respuesta inmediata, por las noches, las niñas se organizaban para llegar hasta el mesón que está junto a la salida y asaltar la caja en donde las TENS escondían las golosinas que les enviaban sus familiares.
De esa temporada, la segunda en su historial, Javiera logró mantener contacto solo con una de sus compañeras, con Amelia Ignacia. Una vez afuera, el 16 de julio, le dejó mensajes en Instagram, y la respuesta de vuelta la recibió doce días después, cuando le dieron de alta. Allí le contó sobre la ‘Joc’. Pero al día siguiente, recibió de ella una foto del frontis del hospital, el personal de emergencia trabajando presuroso en el techo del primer piso, y un mensaje que decía: “Amiga, ¿sabís de esto?”.
El nombre de Josepha Romero se viralizó de pronto en los grupos de Facebook de la ciudad. En los comentarios, otras personas que habían estado internadas en el mismo hospital se animaban a contar sus testimonios. Así apareció el caso de Duvan López, por ejemplo, que hoy cuenta con una denuncia formal realizada en la Fiscalía. Entre estos posteos, además, Javiera leyó el nombre de la TENS que había estado justo en el momento en el que Josepha cayó y que era la misma por la cual habían reclamado hace solo algunas semanas. La misma, probablemente, que según el testimonio de Edith Palacios, solo atinó a repetir: “Yo sabía que esto iba a pasar, se lo dije a la directiva, pero ellos estaban esperando que alguien se matara para recién hacer algo”.
Palacios recuerda: “Después llegaron unas personas, que supongo eran de la directiva, y empezaron a preguntar que quién había visto algo. A los que vieron se los llevaron a una pieza y los encerraron. Yo salí de ahí como al mediodía y lo único que pedí es que a mi hijo se le diera de alta de inmediato”.
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Francisca: “La Josepha decía que era como su lugar seguro. Su ‘safe flight’ como le dicen ahora”.
Rocío: “Conozco esa red, pero nunca me he metido ahí. Sí leí varias frases de la Josepha, a veces las compartía en Instagram y yo las leía”.
Durante la tarde del 4 de julio, minutos antes de las seis, Josepha compartió una imagen en Tumblr. El dibujo, a base de líneas simples, representa una especie de fiesta. A los costados, algunas parejas bailan, coquetean. Tienen en los rostros los isotipos de Instagram, Twitter, Facebook, Whatsapp. En el rincón más lejano, alguien lleva el de Tumblr, acompañado de un mensaje en donde se lee: “They don’t know. I wrote it”. Rocío y Francisca sabían de la existencia de este blog. Aunque esta última agrega: “Ya no podría entrar a esa red. No me haría bien mentalmente”. Rocío, que además dice haber sido la mejor amiga de Josepha desde 2019, cuando se conocieron en un concierto del trapero Pablo Chill-E, cambia de tema de inmediato, como una señal de alerta en el camino que indica un desvío equivocado.
Lo que sí es cierto, es que en diversos grupos y publicaciones del entorno digital vinculado a Josepha, se empezó a hablar de una supuesta carta de despedida publicada el 4 de julio, en Tumblr, 25 días antes de su muerte. El texto está dividido en bloques y el primero se subió pasadas las cuatro y treinta de la mañana. Esa madrugada, además, Josepha abarrotó su blog con reposteos, que continuaron durante el día y los días siguientes, hasta el 6 de julio, un día antes de que fuera internada en el hospital. Son posteos inconexos. Frases tristes y reflexivas de cuentas como “Baúl de frases” o “Caostalgia”, con ese humor extraño de los centennials acompañado de gatos sonrientes o imágenes de Piolín. Pero entre tanta dispersión hay alguien con quien Josepha parece interactuar con incomodidad reiteradas veces y para quien, además, está dedicada gran parte de su último posteo largo en esta red social.
La única vez que Josepha menciona la palabra “adiós” en esa carta lo hace como antesala al nombre de Patricia. Se trata de una adolescente de 17 años que actualmente vive en Valparaíso, pero que la conoció en Arica, durante los años en los que eran vecinas en el condominio.
“Pasábamos mucho tiempo juntas. Dormíamos juntas, íbamos a la playa con su familia y hasta celebramos el año nuevo. La primera vez que fumamos marihuana lo hicimos juntas. Muchas de nuestras primeras veces fueron juntas. Eso no se va a poder cambiar”, dice Patricia ahora, un día después de que se cumplan cuatro meses desde la muerte de Josepha. Había dejado el norte cuando eso sucedió. Un conocido que era parte del grupo con quienes solían ir al centro —al McDonal’s del paseo 21 de mayo, Patricia siempre de negro y Josepha con colores intensos— en la época en la que todos ellos empezaron a aumentar sus seguidores en Instagram y a convertirse en pequeñas celebritys de la farándula adolescente en la comuna, le dio la noticia.
En todo ese tiempo, un año aproximadamente, Patricia no tuvo contacto con su círculo en Arica. “Me salí de ahí porque era tóxico. Pero imposible de dejar, incluso adictivo”. Entonces, volvió a huir. Se fue con su madre a La Serena después de dos días, y recién allí recordó su Tumblr porque “una persona que la conoce iría a Tumblr”, hasta que encontró la carta.
“Me enteré también de que la Rocío había empezado a decir que habían personas que no teníamos derecho a decir nada sobre la Josepha porque ella nos odiaba”, dice Patricia. Después, le dijo a un amigo que nadie podía decir eso porque ni siquiera sabían sobre lo último de que hablaron ni de la carta que le escribió. “Creo que ahí se empezó a correr la voz de que me había escrito una carta de suicidio”.
El día del funeral, cuenta Patricia, algunas de estas personas no pudieron ingresar.
—¿Te habrían dejado entrar?
—No sé cómo habrían reaccionado los papás, pero obviamente sus amigos no creo que me hayan querido ahí.
Francisca: “Quizás Patricia fue un detonante en todo esto. Las malas juntas fueron un detonante. Yo le decía que eran amigos de salidas. Creo que no le hicieron un bien”.
Rocío: “Una vez Patricia dejó abierto su Instagram en el celular de Josepha. Nosotras nos metimos y en sus chats encontramos cosas muy duras”
Francisca: “Días antes de que Josepha fuera internada, Patricia la llamó y le dijo que siempre estuvo enamorada de ella”.
Josepha, madrugada del 4 de julio, posteo realizado minutos antes de las cuatro: “Las mujeres no son capaces de tener una amiga mejor que ellas, no en el ámbito de ser buena persona, sino en la gran fórmula de perfección, que contiene inteligencia y belleza”.
La última vez que Patricia escuchó la voz de Josepha fue a través de una llamada realizada ese mismo día, pocas horas antes de la publicación de la carta. “Tengo grabada la fecha porque mi cumpleaños fue el primero. Ella me envió un mensaje que decía: ‘Tú ganaste, te extraño. ¿Te puedo llamar?’”.
En la llamada, sobre lo que después Josepha escribiría fueron “40 minutos que lograron dar sentido a mi vida”, según la versión de Patricia, le contó cosas como que intentó reemplazar su amistad con Rocío en todo ese tiempo, que la extrañaba y que, además, siempre le había gustado. Pero la carta, las publicaciones siguientes y el adiós con dedicatoria dejan cabos sueltos respecto de lo que, según Patricia, fue una llamada que terminó bien. En los días siguientes, Josepha empezó a responder sus publicaciones en Tumblr con frases como: “fue el choque de dos mundos”, “suelta el pasado”, “déjame ir”.
“Esa wea me dio rabia. La conozco, sabía lo que estaba haciendo”, dice Patricia, argumentando que Josepha intentó a través de esas publicaciones hacer creer que fue ella quien le había dicho le gustaba y no al revés, incluyendo la carta, una carta de agradecimiento y despecho, pero que no solo llevaba su nombre, sino el de su madre, de su padre, de su profesora favorita, incluyendo a aquellos personajes que corrompieron su fugaz historia.
—¿Hay algún otro episodio que haya detonado la crisis que tenía?
Francisca: “Sí. Fue algo que le marcó para toda la vida”.
Susana: “Su primera psiquiatra me explicó que tienen que ocurrir eventos fuertes en la vida de las personas para que afloren estos síntomas del trastorno de personalidad. Creo que de ahí partió todo”.
Rocío: “A ella la abusaron”.
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En septiembre, en una visita del ministro de Salud, Enrique Paris, a la ciudad de Arica, un periodista local de Radio Bío-Bío le consultó puntualmente sobre el caso de Josepha. Pero la respuesta la entrego la directora del Servicio de Salud de la región, Magdalena Gardilcic, en medio de murmullos de quienes por semanas realizaron velatones y marchas en toda la comuna. “Se indicó inmediatamente una investigación sumaria que está en curso, se requiere recopilar todos los antecedentes. Además, se realizaron las denuncias correspondientes en Fiscalía”, aseguró. Asimismo, explicó que, a partir de lo ocurrido, se habilitó un espacio transitorio para la hospitalización de pacientes del ámbito infanto juvenil, sin especificar su ubicación dentro del hospital.
Tres meses después, aún hay silencio respecto al caso. Esta investigación también incluyó un pedido formal de entrevista con algún representante del Servicio de Salud de Arica. Se envió la preguntas correspondientes, pero la respuesta recibida vía mail fue similar a lo que planteó públicamente la doctora Gardilcic: “Debido a que hay una investigación sumaria en curso en el hospital no es posible responder a sus consultas”.
Una de estas, por ejemplo, incluía conocer cuál es el estado del proyecto al que hizo referencia esa vez la autoridad sanitaria y cuyo objetivo era empezar a construir un Servicio de Psiquiatría Infanto Juvenil en Arica, no con miras a mejorar la hospitalización, sino más bien prevenirla con una dotación de profesionales especialistas en el área.
Durante la primera semana que Josepha estuvo internada sus padres aseguran que recibió visitas del psiquiatra, pero en las subsiguientes, que coincidieron con su traslado a pediatría, éstas desaparecieron debido a que el médico se encontraba de vacaciones. “No puedo entender que en el sistema público no haya profesionales”, dice Susana Romero. A pesar de que ella y su familia están afiliados a una Isapre, recalca, “más allá de la negligencia del sistema público, también es importante mencionar que la salud privada tampoco da muchas posibilidades”.
Cuando la psicóloga del colegio le recomendó buscar un psicoterapeuta para Josepha, al no encontrar horas disponibles en Arica, ambas tuvieron que viajar a Rancagua, su ciudad natal, para empezar un tratamiento que en su fase inicial se prolongó por tres meses. Después, al volver a Arica, los períodos en los que logró continuarlo fueron cortos, máximo seis meses, hasta que llegó la pandemia.
Según Álvaro Jiménez, del Núcleo Milenio Imhay, del monto total destinado para la salud mental en Chile—que es hoy el dos por ciento del presupuesto nacional de salud y que está al menos tres puntos porcentuales más abajo que lo recomendado por la OMS— gran parte de los recursos terminan concentrados en Santiago. “Hay regiones donde difícilmente la cantidad de psiquiatras puede dar solución a los problemas de salud mental de la población”, dice y agrega de inmediato: “Si ya existen dificultades con especialistas en psiquiatría, los psiquiatras de la infancia y adolescencia son menos. Es una especialidad médica en carencia en el país”.
Arica hoy no es de las regiones del país con mayores tasas de suicidio, aunque su peak, en los últimos años, llegó a ubicarla entre las tres primeras, con un promedio de víctimas de 8,8 por cada 100 mil habitantes, según un estudio realizado por la PDI entre el 2013-2015. Para el 2019, según un reporte del Ministerio de Salud, el número se mantuvo similar (8,6), pero la región pasó a estar entre las tres con el promedio más bajo.
“No todo es tan negro”, dice Jiménez. Si bien algunos medios se han empecinado en difundir que Chile es de los países de la OCDE con mayor tasa de suicidios, esta cifra se refiere solamente al crecimiento de la tasa. Al respecto, en 2013, el gobierno de turno inició el Programa Nacional de Prevención del Suicidio, con énfasis en la población adolescente, y que tuvo que ver con la disminución de las tasas de suicidio en años previos al 2020.
“Todo indicaba que durante la pandemia esta cifra podía incrementar”, afirma Jiménez. Por el contrario, “tuvimos la tasa de suicidios más baja de las últimas dos décadas y eso incluye también el suicidio adolescente”.
Pero en el caso de Josepha, “cuando empezó la pandemia se nos fue todo a las pailas porque fue el momento en el que decidimos ingresarla al GES de la Isapre, y era terrible porque no encontrábamos nunca hora con el psiquiatra”, dice Susana. Xiomara Oviedo, psicóloga del colegio, recuerda cuando la volvió a ver a principios de este año, luego de los meses de cuarentena: “Ella ya estaba con un estado de salud más grave por lo que me contó la mamá, tampoco venía todos los días a clases”. Y entonces, llegó julio, y ahí, remata Susana, “apareció de nuevo un brote psicótico”.
Arturo: “Era una situación extrema y confiamos en el hospital, entregamos a nuestra hija con la esperanza de que ellos la mejorasen y nos la devolvieron después de 22 días muerta”.
La madre de Rocío, la amiga de Josepha, dice que alguna vez le comentó a Susana que a su hija, después de salir del hospital, la derivaron al Essma de la comuna, un servicio especial de salud mental de tipo ambulatorio, es decir, sin necesidad de hospitalización. “Creo que estuve en la misma situación que los padres de Josepha”, relata, “ellos pensaron que iba a estar en el hospital unos días y que la llevarían al Essma. Pero era un riesgo. Yo jamás supe que ella estaba internada, si lo hubiese sabido, habría ido a la hora que fuera a su casa a decirles, sáquenla inmediatamente de ahí”.
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“Me llamó cuando falleció”, dice Susana. “Me llamó de un número que yo no conocía y me pidió disculpas. Me dijo que ellos habían hablado antes de que la internaran y que él le pidió disculpas, pero que la Josefita le dijo que a las personas a las que tenía que pedirles eso era a nosotros. Fue horrible”.
Jamás existió una denuncia formal por el abuso que sufrió Josepha y que habría sido el detonante para las constantes crisis con las que vivió. La PDI les dijo que era una situación complicada porque se trataba de menores de edad, cuentan sus padres. Fue en 2019, dice Rocío, el año en el que comenzó su tratamiento en Rancagua. Josepha salía en ese entonces con un compañero suyo del colegio Cardenal Silva Henríquez. Shebi, le decían, un alias utilizado por él mismo desde que comenzó a hacer música trap. Ni Susana ni Arturo detallan en qué consistió este abuso, solo explican que, como se trataba de un alumno de ambos, solicitaron al colegio no dictar clases en su curso y la petición fue aceptada.
En la versión de Rocío, además de la agresión sexual, Shebi le sacó unas fotos y las filtró. “Yo la acompañé después de eso”, dice Francisca, “era una herida que jamás se iba a cerrar”. En algún momento Josepha llegó a publicar una funa en redes sociales, “y él le mandó millones de mensajes donde le decía, por favor bórrala, más que nada porque se creía cantante y quería sacar una canción”.
Contactado por Instagram, aunque inicialmente Shebi tuvo la intención de hablar sobre la relación que mantuvo con Josepha, solo si las preguntas no incluían el episodio por el que se le acusa, finalmente desistió. Los vestigios de este vínculo hoy son solo opiniones difusas que entregan los padres, la psicóloga del colegio, sus amigas cercanas. “Creo que ellos lograron disculparse internamente”, dice Xiomara Oviedo, “a veces los veía en el patio conversando. Mantenían contacto”. Días después de la muerte de Josepha, además de la llamada a Susana, cuenta Francisca, Shebi subió una foto suya a historias de Instagram acompañada de un texto donde se leía: “Yo aún te amo”.
Pero las repercusiones sobrepasan al tipo de relación que ambos rescataron e involucran a todo lo que Josepha se tuvo que enfrentar tras la filtración de las imágenes. La vez en la que ella y Rocío entraron al Instagram que Patricia olvidó cerrar, encontraron conversaciones que Josepha fotografió y en donde se leen mensajes como “ojalá no llore por Shebi”, “Joc, no lo hagas, pastillas no” y “ojalá no se mate ahora”, algunas escritas por la propia Patricia.
“Conozco muy bien la historia”, dice ella sobre la acusación de Josepha contra Shebi. “Se equivocó muchas veces con él, pero Shebi es culpable”. Aun así, para Patricia este hecho no fue el que provocó la crisis por la cual finalmente sus padres decidieron internarla.
—¿Crees que tuvo que ver con lo último que ustedes hablaron?
—Sí —dice Patricia. —No tengo la menor duda.
Horas antes de que fuese internada, según la versión de los padres, Josepha se escapó de casa. “Fue una acumulación de cosas que guardó por mucho tiempo”, dice Francisca. Susana explica que con el brote psicótico su hija no había dormido en los tres últimos días. El 6 de julio fue la última vez que Patricia intercambió mensajes con Josepha. “Le dije: ‘¿Qué onda? Esos palos de Tumblr no son para ti”, y le mandó capturas de pantalla de los posteos que ella, aludida, había respondido. Todos llevan el hashtag #IACO, supuestamente el nombre de uno de los ex novios de Patricia.
En ese momento Josepha la bloqueó en sus redes sociales y escapó a la casa de su pololo. El lugar está a diez minutos en auto desde su condominio. Arturo la encontró allí en horas de la noche. “Entre los dos la convencimos para llevarla al hospital”, dice y la internaron a las dos de la mañana del 7 de julio.
“Fue la última vez que vi a mi niñita con vida”, recuerda Arturo. Pero después de su muerte, la onda expansiva continúa avanzando. Aunque sus padres decidieron dejar a uno de sus gatos favoritos —Zambito— con un vecino del condominio, su pieza sigue allí, intacta. Ambos continúan enseñando y pasando tiempo en el colegio donde ella estudió. Lo mismo ocurre con Tomás, su hermano de 12, que recibe una visita semanal de una psicóloga. “Mi hermana ahora está tranquila”, dice él.
En agosto de este año, el diputado por la región de Arica, Luis Rocafull, se reunió con la Defensora de la Niñez, Patricia Muñoz, para abordar el caso y días después denunció ante la Cámara las irregularidades cometidas por el hospital. En el frontis de este, aún sobrevive un letrero donde se lee “Justicia para Josepha”. El mismo nombre fue usado por sus padres y profesores para levantar un grupo en Facebook en el que, además de compartir información sobre los velatones que se llevan a cabo al menos una vez al mes, sirven para difundir notas sobre salud mental, trastornos psicológicos y señales de alerta en adolescentes. En Arica, el cantante urbano Micho le dedicó una de sus canciones de su primer disco: “Te llevaste”. La noticia replicó en medios digitales y radios de la ciudad, y en noviembre a través de la plataforma Osoigo los padres empezaron una campaña de recolección de firmas exigiendo al hospital dar cuentas de las negligencias cometidas. Consiguieron 419 en total, poco más de la séptima parte de todos los seguidores que Josepha alcanzó a tener en Instagram.
“El proceso ha sido pausado”, dice la psicóloga Xiomara Oviedo, “su curso aún recuerda la situación. De repente, sale por ahí el tema o se nota alguna incomodidad cuando se habla de procesos de duelo en los talleres preventivos”. Francisca, estudiante de ese curso que en 2022 pasará a cuarto medio, dice no confiar mucho en la eficacia de estos conversatorios. Como terapia, más bien decidió escribir una carta a Josepha y se la entregó a Susana, su profesora jefe. Ahí le recordó que estudiará derecho en la Universidad de Tarapacá, que aún no ha vuelto a la playa donde por última vez tomaron té y que cuando pasa por el hospital le es inevitable mirar hacia el quinto piso y pensar: “Ella todavía está ahí. No se ha ido”.
Aunque la querella que preparan los padres en contra del hospital aún no está lista, existe una carpeta investigativa en donde la Fiscalía recaba información sobre lo ocurrido.
—¿Creen que si Josepha no hubiese sido internada seguiría con vida?
Susana: Sí.
Arturo: Con las personas y en el lugar indicado, sí. Pero todo eso no existe en Arica.
¿Dónde pedir ayuda?
- El Centro de Psicología Aplicada (CAPs) de la Facultad de Ciencias Sociales tiene habilitado un Programa de Psicoterapia Online. Para acceder a él solo tienes que registrarte en http://www.facso.uchile.cl/psicologia/caps/index.html.
- A través del número de Salud Responde, 600 360 7777, puedes acceder a información sobre salud mental. Además, cuenta con psicólogos para entregar orientación profesional y ayuda en situaciones de crisis.
- La Fundación Todo Mejora entrega apoyo y orientación para la prevención del suicidio adolescente y bullying homofóbico a jóvenes LGBT+. Puedes acceder a esto a través del chat del fanpage todomejora.org , bajando aplicación en tu celular o vía correo electrónico apoyo@todomejora.org.