“Ha sido un proceso intenso, interesante, de volver a mirar obras y decir ‘guau, yo hice eso hace 20 años atrás’ y yo pensaba que sucedía esto otro”, relata la directora del Museo de Arte Popular Americano Tomás Lago (MAPA) de la U. de Chile, la profesora Nury González. La académica del Departamento de Artes Visuales, coordinadora del Magíster homónimo y artista egresada de la Casa de Bello, es la más reciente acreedora de la Condecoración al Mérito Amanda Labarca, distinción que recibirá en una ceremonia este mes de marzo.
Con más de una década a la cabeza del MAPA, la profesora González próximamente comenzará una nueva etapa cuando deje la Dirección del Museo dependiente de la Facultad de Artes, manteniendo su labor docente, pero regresando el foco a su labor artística. En esta nueva etapa, parte de sus esfuerzos estarán dirigidos al desarrollo de una obra relativa a los 50 años del Golpe de Estado, a través de un proyecto Fondart. Junto a ello, la remembranza de su trayectoria está relacionada a otro proyecto de retrospectiva, a cargo de un grupo de investigadoras, el cual tendrá entre sus resultados una exposición en el Museo Nacional de Bellas artes el 2024, así como un sitio web.
Egresada de la Universidad de Chile, en esta entrevista recorre sus años en la sede Las Encinas como estudiante y académica, su trabajo artístico y el estado actual del MAPA, próximo a inaugurarse en la Plataforma Cultural ubicada en el Campus Juan Gómez Millas.
– Este premio reconoce a mujeres por su aporte en sus respectivos campos, que en tu caso es el artístico ¿Qué relevancia tiene que esta edición de la condecoración haya recaído en alguien de tu disciplina?
Que sea un artista visual creo que es súper significativo, porque es una mirada a un área que a veces -dentro del concierto universitario académico- es vista como “cosa como rara”, como que no fueran rigurosas. Quizás eso es más, más antiguo. Siento que a través de mi persona y de mi obra, se reconocen también a las artes visuales dentro de la Universidad.
– Se distingue a una disciplina, pero también a una trayectoria ¿En qué momento de tu vida como académica, artista y gestora llega este premio para ti?
Este premio tiene lo que se llama coincidencia auspiciosa. El 2021, una historiadora y una antropóloga me propusieron hacer un proyecto de investigación y de archivo de mi obra, porque ellas consideraban que yo tenía una trayectoria que no estaba tan visibilizada a nivel de redes y todo eso, y que había tratado temas que han sido significativos dentro del desarrollo de las artes visuales. El proyecto se llama “Nury González, 35 años”. En ese proceso me doy cuenta “chuta, 35 años de obra, de trayectoria”.
Hicimos un levantamiento e identificamos cerca de 80 obras significativas. Ganamos un Fondart, en el que estamos trabajando, que ha sido un proceso súper interesante. Hemos ido ordenando y digitalizando diapositivas, hasta obras que no estaban registradas. También fue un proceso de mucha entrevista con las investigadoras, que destacan que están en una investigación con un artista vivo, o sea, que yo puedo contar cómo hice eso, por qué me interesaba esto otro.
Yo siempre he dicho que las obras responden al momento político-histórico en el cual son concebidas y pensadas. Siempre he pensado que el arte y las obras son un problema y que uno es el medio por el cual uno puede resolver o pensar o investigar sobre problemáticas a nivel territorial, social, simbólico y tal. Esto va a ser, además, un sitio web y también una especie de retrospectiva en el Museo Nacional de Bellas Artes el 2024.
– ¿Por qué trabajas desde lo textil?
Yo no soy artista textil porque no tejo. Mi especialidad fue el grabado y yo me desplacé al soporte textil como en contrapunto a la tela de lino del artista de taller. A mí lo que me interesa del textil es que tiene una urdimbre y una trama, que tiene una estructura que construye historia. Cuando yo era chica, me enseñaron a coser, a bordar, porque tú te ibas a bordar los paños de tu ajuar. Para mí fue muy interesante desplazar esto, que eso me sirviera y desplazarlo al campo del arte.
– Subvertir y resignificar…
Exactamente. Para mí las telas tienen memoria. Cuando yo compro estos chamales rotos por el paso del tiempo y por el uso, yo ya lo marco y digo “este es el uso”, pero también es toda una metáfora de la destrucción de este territorio, de los territorios debatidos. Las telas tienen una carga muy significativa como estructurante de una obra.
– El arte, sin duda, tiene una dimensión política. Este año se cumplen los 50 años del golpe de Estado también ¿Cómo se cruza con esto?
Sobre esto, estoy más de acuerdo con lo que plantea Gonzalo Díaz, sobre que para nosotros son 50 años de la muerte Allende, o sea, lo vemos de esa manera. Lo que me pasa con eso es que tengo sensaciones muy revueltas en el sentido cómo está hoy Chile. Es curioso lo que pasa. 50 años es una enormidad y de repente tú dices “¿dónde estamos?”. Claro, porque dicen “o sea, demos vuelta la página”, no sé, que hay que mirar al futuro ¿Qué futuro? Entonces es complicado.
También, presenté un Fondart que se llama “Relatos para no olvidar”, que tiene que ver con el recuerdo de ese día, de cómo recuerdo yo ese día en que tenía 12 años, algo que es completamente difuso, pero es completamente preciso. Haré un cruce con Celci, una tejedora del sur.
– Respecto a la memoria, ¿cómo fue tu paso por la universidad como estudiante?
Yo entré al Instituto Arte Contemporáneo, que era una cuestión alternativa. En segundo año, postulé a Arquitectura en la Chile y estuve una semana, pero no me gustó. Después di la prueba de nuevo y postulé a Arte en la Chile, y ahí el director del Instituto me decía “¿cómo te vas a estudiar a la Chile?”, pero yo le dije: “necesito pasar por la universidad, necesito tener esa experiencia. Algo va a suceder ahí”. La universidad era un espacio de reflexión, de pensamiento, de venir a este campus, a Las Encinas, que era un poco desolador, porque entré el 80. Para mí fue muy importante, había mucho que pasaba fuera, en el cine, en conciertos, donde una era partícipe de eso. Entonces, eso fue como del 80 al 85 y para mí fue súper importante haber estado en la Universidad.
– ¿Qué rol tiene para ti la docencia? No es lo mismo hacer obra que interactuar con estudiantes…
No empecé a hacer clases acá porque tenía una obsesión de entrar por concurso. Empecé a hacer clases en una privada y me dediqué a mi obra. Cuando se abrió concurso para entrar en 2007, ahí yo postulé. Ya tenía 47 años, tenía una obra, tenía un reconocimiento. Pablo Oyarzún, que era decano, me nombró directora del MAPA porque yo tenía un vínculo muy fuerte con el Museo y con el pensamiento sobre arte popular de Ticio Escobar.
Creo que la docencia es una especie de vaso comunicante de ida y vuelta. La docencia también te mantiene vivo y alerta, porque si bien tú estás formando a alguien, tienes mucho cuidado en no dirigirle. Tengo mucho cuidado con la poética y el imaginario de cada estudiante. La docencia tiene una cuestión histórica, y creo que los académicos tenemos una gran responsabilidad de un diálogo y una comunicación con los estudiantes. Tenemos una responsabilidad política-histórica en el sentido de que tenemos que cuidar la educación pública.
– La historia del MAPA se cruza con la de Amanda Labarca.
Eso también me parece una coincidencia auspiciosa. Esta condecoración 2023 coincide con la primera exposición propiciada justamente por Amanda Labarca, que fue el año 1943, o sea 80 años. Amanda Labarca tiene el espíritu de ese momento, donde todo se estaba creando en este país, y la Universidad era eje central de eso. Coincide que me den el premio 80 años después, en un momento en que el MAPA finalmente tiene un lugar propio. Siento que hay una cosa bonita de haber dado un gran paso para que eso que fue imaginado y pensado -ideado en el año 43, creado el año 44-, el año 2023 tenga un espacio propio, un equipo para salvaguardar eso que se pensó en los años 40′.
– ¿Cuál es la relevancia del MAPA? ¿Qué lugar tiene en la Universidad?
Creo el MAPA es un lujo para la Universidad. La Universidad debería estar emocionada de tener un museo que tiene una colección latinoamericana de muchas piezas, que incluso no tienen en sus países de origen. Nosotros tenemos piezas que algunos países no tienen porque muchas son de uso cotidiano y que nadie salvaguardaba, y que nosotros las tenemos porque llegaron en los años 40′.
Lo popular tiene que ver con lo que construyen los pueblos, con sus imaginarios, ya sea rural o urbano. Tiene que ver también con una cuestión identitaria, con qué me reconozco yo, de dónde soy, con esas materialidades que te da la tierra, con cómo eso se ha ido transformando ¿Por qué hacen eso? Por lo tanto, este museo salvaguarda la memoria de los pueblos, la memoria de los territorios, la memoria de los imaginarios. Entonces, como museo universitario de la Universidad de Chile, cumple un rol fundamental, del cual la deberíamos sentirnos orgullosos.
Desde el año 2014, recibimos todos los premios Sello de Excelencia en Artesanía que da el Ministerio ¿Por qué acá y no en otro lugar? Bueno, porque esta Universidad tiene un museo especializado, donde además a la pieza que entra se le pone un número de inventario y ni el director, ni el decano, ni el rector de turno puede venderlo. Eso es de la Chile, por lo tanto es del Estado de Chile, es del pueblo de Chile.
– ¿Con qué sensación dejas próximamente la dirección del MAPA?
Siento que dejar el museo instalado profesionalmente, con depósitos, con oficina de investigación, con una exhibición permanente, es una misión cumplida. Ahora estamos en un Campus, en una Plataforma Cultural, lugar en donde “entramos a la vida”, entramos un poco al mundo, porque claro, conseguimos la Sala del GAM, que fue el puntapié para nuestra visibilización. Mi proyecto, cuando yo entré de directora, era poner al MAPA en el mapa cultural chileno, y creo que lo logré. Hoy en día el MAPA es un referente. Y para el campus, la labor que tenemos es hacer un vínculo súper fuerte con los estudiantes, con los académicos, pero sobre todo con los estudiantes, que sientan que la Plataforma es un espacio de ellos.