El 14 de diciembre de 1977, las Madres de Plaza de Mayo Azucena Villaflor, Esther Ballestrino de Careaga y María Eugenia Ponce de Bianco fueron arrojadas vivas al mar desde el avión militar Skyvan PA-51. Junto a ellas, esa noche también fueron asesinadas las monjas francesas Alice Domon y Léonie Duquet, y otras siete personas.
Pero ni el mar se tragó a las víctimas, ni la tierra al avión de la muerte. Tras ser localizado, gracias a una investigación periodística, el Skyvan ha sido repatriado a Argentina, tres décadas después, para que no desparezca de la memoria el horror de la dictadura.
“Queríamos que el avión estuviese acá, que fuese parte de la historia y que nunca más vuele. Cuando lo vi por primera vez pensé que era el último lugar en el cual mi mamá había estado con vida. Fue una infinita tristeza”, cuenta a RFI Cecilia de Vincenti, hija de la Madre de mayo Azucena Villaflor.
Vincenti estuvo presente en la ceremonia de repatriación del Skyvan PA-51 el pasado 24 de junio. Al igual que los otros familiares de las 12 víctimas de este vuelo de la muerte, ella piensa que el avión repatriado debe estar expuesto en la antigua Escuela Superior de Mecánica de la Armada (ESMA), el siniestro lugar donde funcionó el mayor centro clandestino de detención del régimen militar.
“A la ESMA llevaron tanto a las monjas francesas como a las Madres, los llamados ‘12 de la Santa Cruz’. Después, las titaron vivas desde el avión. Así que contar la historia en un solo lugar, para las visitas, para las escuelas y el público en general, es contar la historia completa, paso por paso. Por suerte con la aparición de los restos nosotros supimos que quien firma la partida de defunción dice que fue una caída de gran altura al mar, y esto demuestra que fue este avión”, relata.
Las 12 víctimas del núcleo fundacional de Madres de Plaza de Mayo juntaban fondos a las puertas de la Iglesia de Santa Cruz para pagar un anuncio en el diario La Nación con los nombres de 804 desaparecidos.
“Operación de puerta trasera”
Fueron señaladas por el capitán de la Armada Alfredo Astiz, quien se había hecho pasar por hermano de un desaparecido y se había ganado su confianza. Astiz indicó a los militares aquellas que tenían ser secuestradas. Tras llevarlas a la ESMA fueron arrojadas al mar con la intención de borrar por completo sus huellas. Pero, años más tarde, aparecieron algunos cuerpos.
“La gente empezó a decir que lo que vieron fueron cuerpos que habían caido al mar. Que no eran jóvenes. Encontraron la huella dactilar de una de las personas, de Ángela Aguad, y llevaron todo a la Universidad de La Plata, donde los antropólogos siguieron la investigación. Fueron al cementerio del General Lavalle, cerca del Partido de La Costa, y buscaron una fosa con los cuerpos de Ángela Aguad, de Léonie Duquet, de María Eugenia Ponce de Bianco, de mi madre y de Esther Ballestrino de Careaga”, detalla Vincenti.
También recuerda cuando los antropólogos le entregaron los restos. “En el 2000, la mayoría de los puestos en la iglesia de Santa Cruz. Para mi mamá el lugar representativo era la Plaza de Mayo. Ahí pusimos sus cenizas”, cuenta.
La aeronave fue localizada por la periodista de investigación Miriam Lewin, sobreviviente de la ESMA, junto al fotógrafo italiano Giancarlo Ceraudo hace quince años en Fort Lauderdale, en Florida. El avión de los vuelos de la muerte formaba parte entonces de la flota de una empresa postal estadounidense.
El fotografió captó con su lente la funesta placa: “Operación de puerta trasera. No debe ser abierta durante el vuelo excepto órdenes del capitán”. El mecanismo para activarla estaba en el lado del copiloto, una de las evidencias presentadas ante la Justicia que en 2017 condenó a cadena perpetua a los dos pilotos de ese vuelo, Mario Daniel Arru y Alejandro Domingo D’Agostino.
A la ceremonia de repatriación del “avión de la muerte” en Buenos Aires asistió la embajadora de Francia en Argentina.