Luego que su tercer gobierno -entre 2016 y 2019- terminara en un golpe de Estado que le defenestró del poder y aunque aún faltan más de dos años para la contienda, la decisión de Morales supone un paso más hacia el precipicio del Movimiento al Socialismo (MAS), el partido que fundó y lidero pero que, en virtud de su intento de volver al Palacio Quemado, enfrenta la peor de las suertes para una tienda política: la división.
Una vez derrocado por una conjura de la derecha, en alianza con la policía y los militares, Morales fue rescatado por México y luego se exilió en Argentina. Luis Arce, que había sido su eficiente ministro de Economía y se había convertido en uno de los artífices del llamado “milagro boliviano”, que según estadísticas, ha sacado de la pobreza a millones de personas, fue el candidato del MAS en los comicios de 2020 y obtuvo la victoria, con el 55% de los votos, junto con David Choquehuanca como vicepresidente. Pero su elección abrió el camino a las fuerzas socialdemócratas de ese partido de izquierda que entonces postularon, al igual como ha ocurrido en otros países de América Latina, que debían llevar a cabo una una “renovación”. Fue cuando se produjo el distanciamiento, porque Arce no se rodeó de ninguno de sus estrechos colaboradores de antaño y ese gesto plantó la semilla de la discordia.
De tal modo, la confrontación política entre ambos sectores no tardó en salir a luz pública. Primero de manera sutil y elusiva. Luego, sin bozal. Las facciones se acusan mutuamente de corrupción y, peor aún, de mantener relaciones con el narcotráfico. Morales denunció que el Gobierno de Arce urdía un supuesto “plan negro” en contra suya y su entorno.
Las disputas impactan en el Movimiento al Socialismo, así como sobre las organizaciones sindicales y campesinas que han sido el fiel sustento de Evo Morales. Por su parte, la ancestral derecha boliviana, el empresariado y la oposición conservadora las observan con entusiasmo, puesto que la división interna del MAS aumenta sus chances de volver al poder por medio del voto y no de la conjura militarista.
Es en este contexto que Morales ha dado a conocer su anuncio, afirmando durante el acto de postulación que el Gobierno de su otrora delfín quiere ahora “proscribirlo”, “defenestrarlo” e, incluso, “eliminarlo físicamente” y que, en virtud de esta situación, decidió “aceptar” los “pedidos de nuestra militancia y de tantas hermanas y hermanos que asisten a las concentraciones en todo el país” y, de esta manera, representarlos en las urnas. “Me están obligando la derecha, el gobierno, el imperio”, dijo.
Morales habló a pocos días de que se lleve a cabo el congreso nacional del MAS en la ciudad de Cochabamba, uno de sus bastiones políticos. Los seguidores de Arce intentaron que esa reunión se realizara en El Alto, la ciudadela que rodea a La Paz. En tanto los dirigentes que responden a Evo quieren expulsar a Arce y Choquehuanca por “traidores”, con lo que el panorama se ve aún más confuso.
El enfrentamiento en el corazón del oficialismo ha sido calificado de “suicidio político” nada menos que por Álvaro García Linera, quien secundó a Morales en el Gobierno durante 13 años. Esas advertencias fueron rechazadas por Morales en su momento con palabras que provocaron sorpresa e, incluso, estupor. “Tengo un enemigo más. Catorce años mi vicepresidente, duele mucho. Será porque soy indígena o será porque soy leal a los principios y valores que nos dejaron los antepasados”, señaló.
Morales afirmó, asimismo, que sus detractores buscarán inhabilitar su candidatura “usando a una mujer”, como lo “hizo la derecha” durante la crisis de 2019, cuando en medio de las denuncias de fraude electoral a su favor renunció denunciando un “golpe de Estado” y asumió la presidencia la senadora Jeanine Áñez. “¡Nunca nos vamos a rendir, hermanas y hermanos! ¡Unidos vamos a salvar nuevamente a nuestra querida Bolivia!”, exclamó medio de la multitud que coreaba su nombre.