El año de los enojados

  • 21-12-2011

Más de algún recuento del 2011 obtendrá este título.  Hay que decir, desde ya, que contiene una grosera manipulación.  Lo que ocurrió en el año que termina fue bastante más que un enojo.  Y con el agregado que no sucedió sólo en Chile. Aquí tuvo su impronta. Pero la molestia acarreaba razones compartidas globalmente, que sólo los ojos obnubilados por alguna ideología no ven.

Sin ánimo de ser original, hay que decir que la civilización actual requiere cambios.  Porque el mundo en que estamos viviendo cambió.  Y eso es más que un eslogan de campaña presidencial. Y también es mucho más que el reordenamiento de gestión que significó la imposición de la economía global.

Por si nuestros políticos no se han dado cuenta, el malestar tiene directa relación con el sistema de vida que estamos llevando. Y las protestas puntuales pueden ser por la educación, por el daño al medioambiente, por la calidad de la locomoción, por la tardanza en la reconstrucción.  Pero basta con ampliar un poco la mirada y aparecerán cuestiones aún más profundas. ¿Qué opinión le merecen a los ciudadanos los políticos?  ¿Con cuánto apoyo cuentan las coaliciones que son las únicas que pueden elegir parlamentarios? Y las mismas preguntas las podemos hacer respecto de las instituciones esenciales de la democracia. Ni la Justicia, ni el Parlamento, ni el Gobierno, alcanzan el 35% de apoyo.  Con casos dramáticos en que ni siquiera logran acercarse al 30%.

Lo que hemos vivido en este 2011 no tiene que ver con sesgos ideológicos tradicionales. Ni siquiera se han presentado estructuradamente. Lo que estamos viviendo se relaciona directamente con un mundo en que nada es ajeno al negocio.  En que la vida humana es prolongada gracias a artilugios tecnológicos y la calidad de vida de las personas empeora en la misma medida en que su existencia se extiende. Y este devenir es el que hace que mujeres y hombres se sientan cada vez más sólo consumidores. Tienen que entregar hasta la última gota de sudor -y el último peso- en aras del negocio de la salud.

Ejemplos semejantes podrían plantearse en otras áreas. ¿Qué sentido tiene poseer un automóvil si manejar es una tortura que va en aumento? ¿Qué sentido tiene poseer un cartón de educación superior, si lo que va a primar en su ascenso profesional son metas a menudo inalcanzables sin traspasar los marcos éticos mínimos?

Todas éstas, y otras muchas, son preguntas válidas.  Y las respuestas debieran darlas los dirigentes políticos.  Pero hoy nos encontramos con personajes que parecieran no tener visión suficiente para ello. Algunos están encerrados en un cubículo de su ideología conservadora. Otros, hacen esfuerzos desesperados por parecer tan enojados como el ciudadano común. Y todos, sin excepción -gobiernistas y opositores- intentan subirse al carro del malestar ciudadano, por la vía de la seguridad, de la educación, etc., etc…  A menudo sólo para ganar tiempo en aras de la próxima elección, cualquiera que ésta sea.

En Chile, vivimos una realidad que no sólo es imputable al sistema económico neoliberal. La democracia que organizó la dictadura no funciona como tal. Entre otras cosas, porque el modelo que la inspiró no es democrático.  Y, por lo tanto, la primera reforma que tendría que haberse hecho entre demócratas era reformar la Constitución. La derecha no estaba de acuerdo y negó sus votos. Y la Concertación, gobernando en la medida de lo posible -que también le daba beneficios-, dejó que las cosas siguieran tal como las dejara el general y sus asesores civiles.  Claro está que hay que resaltar algunos cambios cosméticos. Cambios que, en su momento, fueron presentados como reformas en profundidad. Una falacia.

Y hoy, ante la conciencia creciente de la ciudadanía, las diferencias saltan a la vista.  Con razón, el senador Jovino Novoa, representante de la ultra derecha, se queja.  El presidente Piñera no fue electo para aumentar los tributos a las empresas, ni para hacer reformas políticas. Tiene razón.  Pero el problema viene de antes de que el Jefe de Estado intente recuperar la iniciativa política. Se produjo desde su elección.  La Unión Demócrata Independiente (UDI), el partido de Novoa, no puso ninguna condición a Piñera para representarla si llegaba a la Moneda.

Pero, claro, resulta llamativo que sea un gobierno de derecha, al menos en la virtualidad del anuncio político, el que esté dispuesto a analizar la reforma de los tributos.  E, igualmente, no deja de llamar la atención que el cambio del sistema binominal esté en la carpeta de esta administración.

Novoa, por cierto, cree que esto no debe hacerlo el actual mandatario.  No le corresponde a su coalición impulsar tales reformas.  Y sostiene que su negativa la sostiene desde la más prístina visión democrática. Él resultó electo senador con el 20,4% de los sufragios.  Y llegó hasta ser presidente del Senado. Con ese aval, ocupó uno de los cargos más relevantes del esquema democrático chileno. Él, que fue subsecretario general de Gobierno en la dictadura del general Pinochet.  Y fue mencionado en el asesinato del dirigente sindical Tucapel Jiménez.

Fundador de la UDI, Novoa nunca ha pedido perdón por los crímenes cometidos por aquel gobierno.

El enojo del 2011 tiene muchas razones.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

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