Michelle Bachelet


Domingo 23 de diciembre 2012 0:46 hrs.


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En Chile, la derecha y sus medios, lo que equivale a toda la prensa y la televisión nacionales y quienes ahí tienen tribuna, llevan ya tiempo desesperados ante el inopinado apoyo popular que recibe la ex Presidenta Michelle Bachelet y haciendo escándalo de su mutismo, su capacidad de hermetismo y su poca valía política. En cambio, yo creo que en el momento actual su actitud es inteligente y la asimilo a la de Jorge Alessandri, el último gobernante de derecha elegido (1958-1964) con anterioridad a la aceptación de su candidatura en las elecciones presidenciales de 1970, en las que fue derrotado por Salvador Allende (1970-1973), hay que decirlo  y quien, como Bachelet, no era abogado, sino ingeniero, al igual que el ex Presidente Eduardo Frei (1994-2000). Creo también que se desprecia injustamente a éste y a Michelle Bachelet entre los presidentes postdictatoriales. Eduardo Frei realizó la reforma procesal penal, que es el cambio institucional más serio y revolucionario en muchas décadas y que rompió con cuatro siglos de tradición contraria, como era el procedimiento penal inquisitivo y que ha sido tan exitosa que se ha usado como ejemplo en el continente y sus artífices son constantemente llamados a prestar asesoría en procesos legislativos equivalentes.

Si se culpa a Michelle Bachelet de no haber realizado la reforma educacional y el cambio institucional y político, me parece aún más reprochable y decepcionante la actitud al respecto del presidente Ricardo Lagos (2000-2006), quien tampoco hizo nada por la reforma educacional y, en materia de democratización, se dio por satisfecho poniendo su firma a la Constitución de 1980, heredada de la dictadura, como si su mero nombre y el fin de algunas instituciones obsoletas e inoperantes, como los senadores designados o la tutela militar del Consejo de Seguridad Nacional, inyectara legitimidad, pluralismo, competencia, participación ciudadana, equidad y todo aquello de lo que seguimos careciendo en virtud de esta camisa de fuerza institucional, diseñada ad hoc para el autócrata admirador de Franco Augusto Pinochet por el ideólogo de su dictadura, Jaime Guzmán.

También hay que decir que Bachelet fue prácticamente ungida candidata por el presidente Ricardo Lagos y todos hubimos de someternos a su dictamen, no obstante lo cual, el comportamiento posterior de aquél hacia su apadrinada fue de extrema deslealtad, achacándole todas las culpas (“problemas de implementación”, afirmaba) por estropicios que venían de su propia administración (Transantiago, ferrocarriles, etc.), en tanto la presidenta Bachelet guardaba un leal silencio para protegerlo. Similar actitud chapucera hacia Michelle Bachelet y su gobierno, tuvo el ex Presidente
Patricio Aylwin (1990-1994), aunque de éste no cabía esperar mayor lealtad.

Mi conclusión de los gobiernos concertacionistas, es que quien generó las mayores expectativas (R. Lagos), fue quien más me decepcionó, ya que prefirió olvidarse de todo lo que de él se esperaba a cambio de conquistar el amor de los empresarios, en tanto que el único por quién no voté (E. Frei), resultó elegido en primera vuelta entre 8 candidatos con la mayoría más aplastante de nuestra historia democrática y ha sido el más decente en su actuar posterior.

En cuanto a Michelle Bachelet, no era mi candidata originalmente, pero nos la impuso Lagos y se comportó con bastante más honradez y sobriedad de lo que era dable esperar a esas alturas del período concertacionista (1990-2010) y eso es lo que explica la masiva esperanza que genera su eventual retorno de la ONU. Pero tendrá primero que descartar a muchos personajes impresentables que pululan entre los escombros de la Concertación, gente que vive y se solaza en el autoritarismo, el caciquismo, las malas artes o la corrupción pura y dura. Como he afirmado en ocasiones anteriores, la carta de triunfo de Michelle Bachelet, si se decide a competir en la elección presidencial de 2013, estriba en un compromiso prioritario de campaña de cambiar el sistema político presidencialista actual por un régimen parlamentario consagrado en una nueva Constitución que reciba la ratificación ciudadana en un referéndum, renunciando ella a la jefatura del gobierno y reteniendo la jefatura del Estado durante la primera legislatura y el primer gobierno presidido por un primer ministro en nuestra historia republicana.

Rafael Enrique Cárdenas Ortega.

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