“En el plebiscito del 89 no sólo se consolidaron los cerrojos, sino que se tiró la llave” dijo categóricamente el académico de la Universidad de Chile, Ernesto Águila (haciendo alusión al referéndum de julio de ese año), entrevistado por el periodista Patricio López en el programa especial de Semáforo.
“En ese plebiscito se gana eliminar el artículo octavo, que era importante pero no era fundamental. Se había caído de facto, entonces la concesión no era tal. Ahí se anula el mecanismo de plebiscito, contemplado en la Constitución del ’80, y que si estuviera activo, sería la llave para abrir ciertos cerrojos”, indicó.
Una “oposición dividida” llega a un plebiscito (1988) que se presenta como “la única opción” en detrimento de una estrategia con “mayor presencia de la movilización social en un marco de ruptura total con la dictadura, (la que) estaba cerrada en ese minuto” escenario que, en palabras del académico, “marca una decisión política, que marca la transición posteriormente”.
Para el cientista político y sociólogo, Tomás Moulián “se le debió haber dicho a los ciudadanos que (en la transición) se iba a cambiar muy poco”: “Gobernar con Pinochet a la cabeza, con las FFAA activas, era un problema. Quizá debió verse con anterioridad, y haberle dicho a los ciudadanos que se iba a cambiar muy poco. Quizá era lo más leal, y lo más pedagógico, de modo que todos pudiéramos discutir por las discusiones lentas y progresivas al modelo”.
El miedo, el desconocimiento y proyectos políticos que, previo a 1988, se construían en base a sueños e ideales, fueron cambiando una vez que se llega al poder, reflexionó la socióloga Teresa Valdés. “Siempre estuvimos por una Asamblea Constituyente, como salida a la dictadura” aseguró la en ese entonces, líder del movimiento “Mujeres por la Vida”.
Sin embargo, y pese a todas las reflexiones que se hacían en los movimientos de base, la socióloga aseguró que nunca se imaginaron lo que pasaría después de la transición: “En el movimiento había tantas desigualdades o diferencias como lo había a nivel político. Nosotros sí teníamos una percepción de la fuerza que tenía el movimiento social. No nos dimos cuenta que este camino institucional marginaría los movimientos sociales, no lo imaginamos”.
El miedo y su necesidad fueron comentados por Moulián, para quien este había marcado la vida cotidiana y las “convicciones” de la generación que gobernó el país post dictadura, donde, a su juicio, una salida al temor hubiese sido la conversación con la gente, cosa que no sucede en un “gobierno que se inmoviliza” y que hace evaluar el proceso, 25 años después, con un “balance mediocre”.