Cuando el líder socialista Lionel Jospin llegó en el tercer lugar en las elecciones de 2002, dando un cupo en la segunda vuelta al dirigente de ultraderecha Jean Marie Le Pen, todos los partidos de la izquierda y la centroizquierda francesa se movilizaron como nunca para garantizar la victoria del presidente de derecha, Jacques Chirac. Socialistas, comunistas y todas las coaliciones “verdes” se jugaron en la campaña, dejando como una postal de una Francia unida contra el fascismo a Chirac y Jospin, enconados adversarios políticos, encabezando codo a codo una multitudinaria marcha por las calles de París.
Trece años después, una Francia golpeada por el brutal atentado contra la revista Charlie Hedbo empieza a preguntarse quién ganó con el ataque. Y es interesante constatar el modo en que Al Qaeda y Estado Islámico, que se han atribuido la acción, han favorecido enormemente a Marine Le Pen, hija del candidato de 2002 y actual líder del Frente Nacional, formación de ultraderecha que ha aprovechado las condiciones políticas, sociales y económicas del país para acrecentar sus posibilidades de llegar al poder.
Todos los mencionados, desde bandos extremos contrarios, están interesados en provocar un abismo entre la comunidad musulmana en Francia y la sociedad que les ha recibido o en la que han nacido. Por ello el filósofo Abdennour Bidar llamó a no caer en el juego que “quiere llevarnos a creer que Francia y el islam son dos enemigos que no tienen otra elección que tratar de destruirse”.
A eso ha apostado el Frente Nacional de los Le Pen, que con un discurso extraordinariamente violento contra la inmigración en general y contra los musulmanes en particular, culpándolos de todos los males que vive el país, ganó por primera vez unas elecciones el año pasado en el Parlamento Europeo. Ahí se han unido a otros partidos del continente que cultivan este término que hemos empezado a escuchar, la “islamofobia”, según la cual los musulmanes invaden las ciudades de Europa y adhieren intrínsecamente al terrorismo. No dicen que las principales víctimas del terrorismo islámico son musulmanes, ni tampoco, aunque ahora los franceses deberían tomarlo más en cuenta, que en la práctica el gobierno de su país apoya al Estado Islámico en Siria, donde este grupo forma parte del caótico bando que intenta derrocar a Bashar el Assad.
Además, en el caso específico de Francia, la idea de ultraderecha de “Francia para los franceses” está hasta cierto punto determinada por las consecuencias del brutal modo en que el país ejerció, hasta hace pocas décadas, el colonialismo. Parece una casualidad, pero de algún modo no lo es, que en su juventud Jean Marie Le Pen haya sido torturador en la guerra de Argelia. Esta mezcla de temor y desprecio, que por algo van de lo mano, ha llevado a que Marine Le Pen haya pedido en el pasado la expulsión de la selección francesa de fútbol de las estrellas Zinedine Zidane y Karim Benzema, ambos de origen argelino, por no cantar el himno nacional. Algún motivo les asistirá y ya lo decía Noam Chomsky: “la gran mayoría de los eventos responsables del sufrimiento de innumerables seres humanos en todo el mundo están relacionados con la avaricia, con el deseo de dirigir y controlar, provenientes casi exclusivamente del “Viejo Continente” y de sus despiadados asociados del otro lado del Atlántico. La causa podrá tener muchos nombres –colonialismo, neocolonialismo, imperialismo o avaricia corporativa-, pero el nombre no importa demasiado, lo único que importa es el sufrimiento”.
En este contexto, y desde las primeras horas del ataque, Marine Le Pen ha estado dispuesta a capitalizar la conmoción en favor de sus ideas. Su primera propuesta fue ofrecer a los franceses, de llegar al gobierno, un referéndum para introducir la pena de muerte. Antes había declarado que “estos son los islamistas que han declarado la guerra a Francia” y que el país debe combatirlos. Podría parecer una simple excentricidad, si no fuera porque según el barómetro anual de TNS Sofre hace diez años, tres de cada cuatro franceses pensaban que el Frente Nacional era un peligro para la democracia, mientras que actualmente solo uno de cada dos lo cree.
El partido de Le Pen ha sido eficaz en redirigir absurdamente el malestar por la crisis económica hacia los inmigrantes provenientes del mundo árabe y de África Sub-sahariana, que evidentemente no tienen ninguna responsabilidad en que se haya producido. Incluso ha propuesto quitar la salud a los inmigrantes, no escolarizar a los hijos de los extranjeros y no darles ayudas sociales. Pero también cabe decir que la masificación de ideas como éstas ha sido posible, necesariamente, gracias a la impericia de los llamados a defender los puntos de vista contrarios. Por eso, debe considerarse en esta ecuación la debacle política e ideológica del Partido Socialista francés, que bajó sus banderas y ha tenido como única solución para la crisis la típica fórmula de derecha, es decir, ajustarse el cinturón y traspasar los costos de la reactivación a los más pobres.
Este fin de semana, una marcha tan o más multitudinaria de la de la segunda vuelta de 2002 ocupó las calles de París. Francois Hollande excluyó de la cabecera de la columna a Marine Le Pen y volvió a verse uno de los carteles más célebres de aquella vez:”Mussolini: 1922. Hitler: 1933, Le Pen: NUNCA”. Durante los próximos meses, Francia buscará el camino – y veremos si lo encuentra- para enfrentar la ignorancia y el fanatismo de los que se alimenta la extrema derecha.