Hace algunas semanas el pianista Luis Alberto Latorre fue reconocido con el premio Domingo Santa Cruz, galardón otorgado desde la Academia de Bellas Artes del Instituto de Chile. El concertista y profesor fue elegido por su incansable apoyo a la difusión de la música de autores chilenos y contemporáneos.
En conversación con este medio, el solista de la Orquesta Sinfónica de Chile, se refirió al premio que recibirá el próximo 28 de abril, en una ceremonia que se realizará en el Instituto Chile. También reflexionó sobre la realidad cultural del país y cómo la educación interfiere en el proceso de formación artística.
En el ámbito del premio, esta distinción se suma a las obtenidas en 2012 (mejor músico nacional) y en 2010, cuando la Sociedad de Compositores de Chile lo reconoció por su trabajo en el estudio y ejecución de la música chilena, lo que habla de la comprometida carrera del músico. Por ello, valoró que sus antecedentes fueran considerados por el jurado a cargo de la elección.
“Me alegro mucho. Es un premio de la Sociedad de Bellas Artes de los cuales hay compositores y profesores de música. Me alegra porque no me considero el típico pianista de carrera, de andar tocando conciertos románticos, o dedicado a complacer a un público determinado. Yo quiero ser un músico más pensante y comprometido con la actualidad y con los compositores en Chile y en diferentes países. Por lo tanto, creo que ellos premian fijándose en eso, mi relación con la contemporaneidad ya sea en la difusión con obras chilenas y universales, las que no se tocan frecuentemente, pero yo las abordo.
En ese sentido, me siento orgulloso y contento de que mis pares se den cuenta y reconozcan un trabajo que yo siento como más cultural”.
Es uno de los pianistas más destacados de Chile, en esa lógica, ¿por qué decidió quedarse en Chile en vez de hacer carrera en el extranjero?
Fue mi formación fue en la Universidad de Chile. Ahí conocí a extraordinarios profesores, como los de piano Inés Santander y Margarita Herrera; o profesores de música como Cirilo Vila, que fue muy importante; además, grandes amigos como Andrés Alcalde, compositor chileno. Toda mi formación de esa época me formó como un músico más que un pianista y desarrolló en mi un gran arraigo con el compromiso nacional.
Hay que considerar que en ese momento vivíamos en época de dictadura, entonces era muy fácil tomar la decisión de arrancarse y aprovecharse de esa situación. Sin embargo, ejemplos tan categóricos como el propio Cirilo Vila que se queda en Chile, en vez de irse al extranjero, me hizo ver que el compromiso de un músico tiene que ser con su tierra. Por ello, creo que esta formación me hizo estar muy ligado al país, porque era una formación social y comunitaria. No estaba preocupada de un éxito en los propios reconocimientos. Desde ahí hay una historia, por eso después ingresé a la Orquesta Sinfónica, ese fue un camino lógico: o seguía el camino de la docencia en la Facultad de Artes o me quedaba en la Orquesta que también pertenece a la Universidad.
Este camino me parece mil veces más atractivo que ir a un país extranjero y quedarse afuera. Por otro lado, después de titulado, conocí a Andrés Alcalde con quien formamos un grupo de música contemporánea, situación que también influyó en mi decisión de permanencia.
En ese compromiso y trabajo, ¿cómo se hace para lograr una mayor difusión de esta música?
Yo soy de la idea que si uno trabaja como músico profundamente, en una relación verdadera con la música y no porque hay que tocar música chilena para ganarse unos FONDART o porque hay que hacerle la pata a la composición para ganarse un premio, sino que uno siente una ligazón verdadera de trabajo con varios compositores chilenos, eso rinde frutos en algún minuto. La sociedad y el público finalmente aprecian ese trabajo.
Reformas sociales
¿Cuál es su opinión respecto de la eliminación de horas de música y arte?
Creo que eso es un reflejo de una sociedad que se ve pujante en la economía, pero no se da cuenta que la verdadera base y desarrollo de un país es la cultura, la construcción de teatros, la formación de artistas, de músicos… como esas cosas no se consideran en un país cuyo foco es la inversión, termina con este tipo de políticas públicas que yo las encuentro graves.
En países europeos tan importantes como Alemania, por ejemplo, la formación musical es fundamental. Cada colegio tiene orquestas, profesores, y uno se da cuenta que es la cultura la que se ve por lo que el país se muestra. Claro que tras de eso hay una economía que acompaña, pero el orgullo de los países con tradición artística es mostrar su cultura, cosa que acá cada vez pasa menos.
Lo peor es que yo creo que en Chile hay preocupación cultural, pero los conceptos son los que no han cambiado y, si bien, la cultura tiene que ser más llana y llegar a más gente, se empiezan a trastocar los papeles cuando uno ve, por ejemplo, a músicos y orquestas que tocan música que ni siquiera les gustaba a ellos. Entonces todo empieza a cambiar, hoy en el tema cultural no existe una solución verdadera.
Para los músicos, ¿cómo se trabaja con esa realidad?
Tenemos opiniones distintas, pero un ejemplo: El hecho que nosotros seamos autofinanciados nos lleva a preocupaciones tales como la venta de entradas, entonces caemos en tener que hacer “lo que la gente quiere” y se terminan tocando cosas que son solo del agrado del público, pero el desarrollo de una nueva visión cultural, de mostrar nuevas cosas, se va perdiendo. Así lo entiendo yo.
Sin embargo, hay músicos que piensan lo contrario, que lo importante es llegar el público como sea. Como el debate que se da en diversos ámbitos de la cultura.
Por ejemplo, respecto de la Reforma Educacional, la que yo aplaudo por las transformaciones que implica, sin embargo, creo que no hay que confundirse y pensar que este cambio educacional va a significar una transformación cultural: culturalmente estamos muy lejos de llegar a una revolución del pensamiento.
¿Cómo llegamos a esa revolución?
Creo que a nivel de políticas culturales es imposible, porque hace rato que el país se subió al mercado. Me parece que lo que queda es que los profesores, grano a grano, vayamos sembrando los cambios. Por ejemplo, Cirilo Vila decía: “No me hago cargo de grandes soluciones, pero sí de mis alumnos”, porque todo eso va generando el cambio, eso puede mover las montañas. Ahora, a nivel de grandes políticas culturales me siento incapaz, no me da la cabeza para eso.
A lo largo del tiempo, ¿has visto esos cambios?
Sí. En el público. Por ejemplo, vemos gente mucho más joven, más chiquillos interesados. Cuando era más niño había más gente de edad que cultivaba a esta música. El cambio permite cosas como que algunos músicos como Schönberg dejen de ser los compositores difíciles y que la gente los empiece a escuchar. En ese sentido creo que hay más respeto. Al margen de una crisis socio-musicológica que sucede en todas partes. Sin embargo, creo que la gente escucha más música contemporánea, sobre todo los jóvenes.
Respecto de Latinoamérica, ¿existe una conexión entre intérpretes, compositores, orquesta y sonoridad?
Sí, a nivel de composición. Existen grandes compositores latinoamericanos. A nivel de intérprete no sé tanto, aunque teatros como el Colón de Buenos Aires sigue siendo una referencia, o el de Venezuela y su movimiento con las orquestas juveniles. Ahora, no sé si estamos en un ideal de comunicación, pero sí hay contacto y buenos esfuerzos, sobre todo en composición.
Ahora, en unidad de sonidos, es tan diverso que es difícil encontrar una única sonoridad. Por ejemplo, en Chile hay algunos que están en la contemplación, con sonoridades atmosféricas; otros que creen que debe haber una relación directa con música folclórica de Chile; hay quienes tienen composiciones de una índole filo germánica, proyectando esa tradición al país. Por esa diversidad creo que es difícil establecer un patrón sonoro. Sin embargo, hay mucho desarrollo.
Los gustos de Latorre
¿Cuáles son sus preferencias musicales?
No tengo preferencias de compositores. Para empezar, creo que un pianista y un músico deben tocar de todo, desde un Bach hasta lo contemporáneo. Creo que todo merece ser bien investigado. Por lo tanto, la especialización no me parece muy positiva, porque hay que investigar todos los lenguajes, ya que la música es un resultado de todos los lenguajes.
Por ejemplo, Ligeti (húngaro), que nos puede sonar muy raro, pero para entenderlo es necesario entender todo lo anterior, lo que lo hizo llegar a ese lenguaje: lo francés, lo alemán, hasta llegar a los orígenes. Por eso digo que prefiero el que estoy estudiando en el momento, por ejemplo, ahora estoy con Franz Liszt, con los húngaros en general, ellos son ahora mis favoritos. Claro que hay algunos como Bach que es la cumbre de todo, pero no tengo un favorito que toque principalmente.
A nivel de escenarios, ¿cuáles son los que recuerdas con especial cariño?
Yo creo que Arnold Schönberg es importante. Él es un músico antiguo y muy importante, pero incomprendido. Yo toqué un concierto de él de 1942, pero hasta el día de hoy sigue sonando extraño, raro. Es incomprendido, pero querido en el lenguaje, por eso creo que ese fue un concierto importante.
¿Cuál es tu percepción de la sociedad y la música?
Deduzco que la sociedad dejó de hacerse cargo del presente y empezó a preferir la certeza de lo ya probado. Entonces compositores como Schönberg, que componían en el hoy, quedaron más bien desfasados. Por lo tanto, la atención de la vida se desfasó de lo que fue sucediendo con la historia de la música.
Por ejemplo, con Mozart y la época de Beethoven, los compositores tocaban sus propias obras. La gente iba a escuchar la última obra escrita por Mozart y salían hablando de eso, de la contemporaneidad misma. Algunos la aborrecían, otros lo amaban, pero hoy en día la gente quiere seguir escuchándolo, pese a que se murió hace rato, y lo interpretan pianistas (que no son compositores) y que sólo se dedican a tocar: ahí pienso que la sociedad dejó de ser partícipe de la preocupación de la actualidad y prefirió las certezas.