La figura de Juana Azurduy es de esos personajes de película. Se le conoce como la libertadora de Alto Perú y su historia personal se funde con la guerra de la emancipación de Argentina y Bolivia.
Se trata de una mujer nacida en Potosí, cuando éste pertenecía al Virreinato del Río de la Plata. Hija de un terrateniente blanco y una mestiza, quien junto a su marido, Manuel Padilla, también un héroe, participaron vivamente en la llamada Revolución de Chuquisaca a partir de 1809, cuando se unieron a los ejércitos populares. La historia de esta madre de cinco hijos pero, sobre todo, luchadora, adquiere matices heroicos por su arrojo y convicción.
Juana Azurduy, una gran desconocida para la frágil memoria latinoamericana, tiene desde hace una semana una presencia insoslayable, cuando su figura de nueve metros de alto y toda en bronce se alza junto a la Casa Rosada, el palacio presidencial de Argentina, como un regalo de Bolivia a la nación trasandina. Fue una decisión de la presidenta Cristina Fernández, que anunció hace dos años y que se ha hecho realidad, despertando perplejidad y también críticas, cuando homenajear a Juana Azurduy implicó el retiro de una estatua de Cristóbal Colón, que será emplazada en otro sitio. Las explicaciones que entregó la mandataria son simples: el navegante genovés implica la conquista y la muerte de los pueblos americanos, en cambio, la heroína de la independencia nos remite a la lucha por la libertad. Este es un gesto político de ambos, tanto de Cristina Fernández como de Evo Morales, ya que es como un mazazo que nos golpea en la memoria, pero sobre todo una oportunidad para que los dos gobernantes empapen sus propios proyectos políticos en la épica libertaria, en momentos que tanto lo necesitan.
Bien por Juana Azurduy, quien tuvo la mala suerte de los adelantados, muriendo en la pobreza y el desamparo, como también el olvido. La parte de su vida que es conocida está entrelazada con la lucha que implicó abandonar a sus cuatro hijos, al punto que todos ellos murieron de hambre. Esto no fue obstáculo para que ella siguiera luchando por la independencia. Así, en 1810 se incorporó al ejército libertador del general Manuel Belgrano, quien quedó tan impresionado con su valor que le regaló su propia espada, que es la que luce su estatua hoy en lo alto de su mano en actitud beligerante, como la concibió el artista argentino Andrés Zerneri. Una seña para recordar, por ejemplo, que hacia 1816, el marido de Juana la dejó a ella a cargo de toda la zona de Villar, que era acosada por los realistas y que luchando tramo a tramo por ella, llevó a la intrépida guerrillera a arrebatarle la bandera al jefe de las fuerzas enemigas para dirigir la ocupación del cerro de la Plata. Por esta acción y tantas otras, Belgrano le dio el rango de teniente coronel de las milicias, que eran la base del ejército independista de la región. Lo que pasó a partir entonces ya lo sabemos mejor, y es que el general José de San Martín, con la Logia Lautarina, deciden que la guerra de la emancipación no se seguiría dando en Argentina ni en el Alto Perú, sino que la estrategia sería la liberación de Chile primero, y entonces, se avanzaría hacia el Perú. De esta manera, Juana Azurduy y sus guerrilleros quedaron sin el apoyo para seguir luchando. Ese mismo año, en 1816, la alegría de un nuevo embarazo se disipó con la muerte de su marido en la Batalla de Villar y cuyo cuerpo fue ignominiosamente expuesto, colgado por las fuerzas realistas. Pero Juana no claudicó y se unió a la guerrilla de Martín Miguel de Guemes en el norte del Alto Perú, y que a su muerte se disolvió, quedando nuevamente desamparada. Con la independencia de Bolivia, en 1825, Juana sola, con su única hija, intentó que el gobierno le reconociera sus bienes y le fueran devueltos.
La visitó el libertador Simón Bolívar, quien dijo: “Este país no debiera llamarse Bolivia en mi homenaje, sino Padilla o Azurduy, porque son ellos los que la hicieron libre” y la ascendió al grado de coronel, le dio una pensión, que luego los gobiernos venideros le quitarían.
Demasiado incómodoesto de que una mujer sea la libertadora. Así murió Juana Azurduy a los 80 años, en la miseria, siendo enterrada en una fosa común en Sucre. Debieron pasar 100 años para que, durante el gobierno de Víctor Paz Estenssoro, fuera retirada y colocada en un mausoleo de esa ciudad.
Hoy el gobierno boliviano que le esquilmó sus bienes y por cuyo pueblo ella luchó, la homenajea con una escultura que tuvo un costo de un millón de dólares y que se luce junto a la Casa Rosada en Argentina.