Turquía amaneció la mañana de este viernes conmocionada por el que es uno de los golpes más duros recibidos por sus Fuerzas Armadas en las últimas décadas. 33 soldados turcos murieron en un bombardeo que Ankara atribuye a la aviación del Ejército sirio si bien algunos expertos culpan a la aviación rusa, principal sostén del régimen de Bashar al Asad.
El Kremlin asegura que los soldados turcos atacados el jueves por el ejército ruso estaban entre terroristas.
“Militares turcos, que estaban en unidades de milicianos de grupos terroristas, se encontraron bajo el fuego de soldados sirios”, indicó el ministerio de Defensa ruso, añadiendo que la parte turca no había comunicado la presencia de sus tropas en la zona afectadas, donde “no tendrían que haber estado”.
El ataque se produjo en la provincia siria de Idlib, adonde Turquía ha enviado tropas, armas y tanques en apoyo de las milicias rebeldes e islamistas opuestas a Damasco. Y llegó horas después de que los rebeldes y sus aliados turcos retomasen el control de Saraqaib una estratégica localidad en el cruce de varias autovías.
Moscú ha despachado dos buques armados con misiles de crucero, mientras Ankara ha solicitado el apoyo de la Unión Europea y de la OTAN. Turquía, que ya acoge a casi cuatro millones de sirios en su territorio, teme que la ofensiva del régimen en Idlib provoque una nueva oleada de refugiados, ya que en las últimas semanas un millón de civiles han buscado refugio en la frontera turco-siria.
Para presionar a Bruselas de la urgencia de la situación, Turquía ha ordenado mirar hacia otro lado en su frontera occidental y permitir el libre paso hacia Europa de los refugiados sirios. Los medios turcos y fuentes sirias informan de que decenas de pequeños grupos ya han partido a pie o en autobús hacia la localidad de Edirne, fronteriza con Grecia.
En el pasado, Turquía ha amenazado varias veces con “abrir las puertas” de Europa a los migrantes, una forma según los observadores de presionar a la Unión Europea (UE), aún traumatizada por la crisis migratoria de 2015.
En marzo de 2016, Turquía y la UE suscribieron un controvertido pacto migratorio que hizo caer drásticamente los flujos de migrantes hacia Grecia.