Por casi 40 años, Carmen Luisa Letelier, Premio Nacional de Artes Musicales 2010, estuvo vinculada a la Universidad de Chile. A través de sus clases de canto, formó a toda una generación de artistas, siguiendo los consejos y saberes que heredó de figuras como su madre, la contralto Margarita Valdés, la profesora Lila Cerda y la compositora Sylvia Soublette.
Sin embargo, su relación con el plantel es mucho más remota. Su padre, el compositor Alfonso Letelier Llona, Premio Nacional de Arte, mención Música 1968, fue quien inició ese nexo que terminaría por marcarla de manera profunda. Esto, ya que el martes 13 de abril a las 11:00 horas, el plantel la reconocerá como Profesora Emérita. La actividad se realizará de forma virtual y será transmitida por el Facebook y el canal de Youtube de la institución,
“Este reconocimiento es importante, impresionante y emocionante, porque siempre he tenido una relación profunda con la Universidad de Chile. Mi abuelo, Miguel Letelier, fue decano de la Facultad de Ingeniería y mi padre fue académico de la Facultad de Artes y decano por muchos años. Mi hermano Miguel también fue académico y me casé con alguien de la familia Domeyko”, relata la cantante.
“Toda mi formación y mi vida estuvo alrededor de la Universidad de Chile. Cuando mi padre fue decano, todos los problemas que habían en la Orquesta Sinfónica y en el Ballet Nacional pasaban como problemas familiares. Se conversaban a la hora del almuerzo. La Universidad de Chile siempre ha sido un lugar familiar. Es muy impresionante que me reconozcan al final de mi carrera”, dice.
El próximo martes será reconocida como Profesora Emérita de la Universidad de Chile a través de una ceremonia virtual. ¿Cómo se ha adaptado a este contexto marcado por la tecnología?
No me manejo demasiado bien, pero tampoco soy tan cerrada como otras personas que ni siquiera tienen mail. Felizmente, ya me había retirado. No me tocó hacer clases por Zoom, lo que debe ser muy difícil, especialmente, en clases de canto, sin tener a la persona cerca, sin poder interrumpirla. Debe ser muy complicado y compadezco a mis colegas que llevan un año haciendo eso. Para la comunicación de la música, no hay como lo presencial. Es absolutamente irremplazable.
Y, ¿el confinamiento?
Felizmente tengo una casa con un pequeño jardincito y con mi marido leemos mucho. Estoy aprovechando de escribir mucho, repasando, revolviendo papeles familiares. Me tocó quedarme con cosas de gente bien notable. Estoy ordenando estos documentos para poder escribir más adelante. Ahora tengo tiempo para esas cosas.
Usted se tituló como profesora de Castellano, ¿en qué minuto dio el salto a la música?
Tuve una formación musical durante toda mi vida, pero cuando salí del colegio hice un viaje a Europa con una amiga y me enamoré de España. Dije: “Quiero estudiar algo que me acerque a España”. Ahí estudié pedagogía en Castellano, pero yo siempre seguí cantando: en mi casa, en concursos de música popular. Cantaba mucho folclore, íbamos a todas las fiestas con mi hermano y tocábamos guitarra y cantábamos cueca, corrido. Naturalmente, la voz se iba deteriorando. Cuando hacía clases me di cuenta que la voz era un elemento importante para los profesores. Pero yo estaba complicada. Entonces, tomé clases de canto para mejorar mi voz y tomé clases de canto con Lila Cerda en el Conservatorio. Esta señora me dijo: “Se acabaron las cuecas, los corridos, el jazz, Violeta Parra, los trasnoches. Te pones en mis manos”. Al final del primer año ya estaba cantando y hubo un concurso de canto muy importante. Fui pasando las etapas y llegué a la Orquesta Sinfónica, cosa que no me había imaginado jamás. Ahí dije: “Esto es lo que yo quiero”.
Pero siguió en la pedagogía…
Si. Estuve 10 años en la Católica y después en el año 78 entré a la Universidad de Chile y empecé a hacer clases de fonética para los cantantes. Les enseñé inglés, alemán, francés, italiano, porque tuve la suerte de aprender varios idiomas. Estuve como dos años en eso hasta que por fin el decano Fernando Cuadra me llamó porque había un cupo para hacer clases de canto y me dieron una jornada completa. Ahí empecé a hacer clases de canto y no paré nunca más. Tuve la suerte de tener alumnos fantásticos. Chiquillos que realmente han tenido un talento sobresaliente y han hecho carreras muy brillantes.
¿Cómo era la formación de antes versus la formación de hoy?
En el canto lo que es importante es la técnica: hay que aprender a usar el cuerpo de cierta manera. A eso hay que sumar la preparación musical y, sobre todo, la preparación espiritual para la interpretación. No sacamos nada con tener una preciosa voz si no sentimos nada. Si la persona no tiene esa capacidad de interpretar esa sensibilidad, el profesor no puede hacer mucho. Uno lo que puede hacer es guiarlo y creo que hoy es un poco lo mismo. Lo que pasa es que hoy hay muchas más oportunidades para los cantantes. En mi tiempo había mucha gente talentosa que empezaba a estudiar, pero se retiraron porque no veía un horizonte. En ese sentido, se ha mejorado inmensamente. Pero sigue siendo lo mismo: enseñar una buena técnica, una sólida formación musical y guiarlos en la interpretación.
La música fue algo que siempre estuvo presente en su familia. ¿Cómo fue el crecer en ese ambiente?
Fue fantástico. Ese era nuestro ambiente natural. Los grandes músicos de la época eran personajes de la casa. Después yo seguí ese mismo ambiente. Formamos el Ensemble Bartok y estuvimos más de 30 años viajando por todo el mundo y haciendo música contemporánea. Entonces, encargamos obras y los compositores nos escribieron más de 120 obras. Estar en contacto con los compositores fue extraordinario. Fue una experiencia riquísima. Siempre he tratado de que el patrimonio musical chileno sea difundido y reconocido. Esa ha sido mi principal preocupación como cantante. Lo que pasa es que se conoce poco y no se aprecia demasiado.
¿Qué es lo que pasa ahí que nos cuesta conocer más música chilena?
En la época de oro de la Facultad de Artes hubo una gran difusión de la música chilena. Se hacían festivales, concursos en los que votaba un jurado. Habían premios. Era notable. Entonces, los compositores se sentían estimulados para componer y componían mucho. Ahora no tienen ninguna posibilidad de que toquen sus obras. La mitad de las obras de los compositores chilenos están guardadas en cajones.
¿Cómo ve el reconocimiento que hoy se le está dando al trabajo de las artistas nacionales?
He tenido la suerte de estar siempre cerca de mujeres muy extraordinarias. Canté 20 años en el conjunto de la música antigua de Sylvia Soublette. Ahí tienes una mujer pionera, fantástica. Después estuve en el Ensemble Bartok que lo fundó Valene Georges que era otra mujer fabulosa. ¡Cómo se preocupaba! ¡Cómo se movía! ¡Cómo conseguía las cosas! Ahora soy presidenta de la Fundación Museo Violeta Parra, cuya directora ejecutiva es Cecilia García Huidobro, que es otra mujer fantástica. Las mujeres chilenas son de una capacidad impresionante.
Respecto de la coyuntura, ¿Cómo interpreta los procesos sociales a los que se ha visto enfrentado el país, ya sea por las movilizaciones como por la redacción de una nueva Constitución?
Todos quisiéramos que las cosas fueran mejores. Todos tenemos conciencia clara de las cosas que están mal, de los abusos, de las postergaciones de mucha gente. Por otro lado, el estallido social provocó un tremendo daño en el sentido de que se detuvo la vida académica. Los estudiantes siempre han estado a la vanguardia, pero aquí se produjo un cierre total. Para los que estaban comenzando ha sido muy tremendo. Por otro lado, creo que debe haber una nueva Constitución con un fuerte acento en la cultura y en la enseñanza del arte, porque la enseñanza del arte desarrolla el espíritu y eso es lo que nos hace personas.