El título puede parecer una remembranza de las innovadoras tácticas bélicas de la España de los Reyes Católicos. Pero no, se trata de un recuerdo político. El universo electoral chileno, en la época previa a la dictadura, estaba casi quirúrgicamente segmentado.
Tres tercios pugnaban por alcanzar el poder. Esa realidad comenzó a desaparecer en el fragor de la lucha contra el régimen militar. Y después fue olvidado bajo el polvo de tanta remoción de material para crear la “democracia de los consensos”. También influyó algo la polución que provocó el derrumbe del muro de Berlín.
Pero la cara de la nueva democracia chilena no fue obra de la presión popular. Quedó así luego de la intervención de cirugía plástica de última hora realizada por la dictadura. Gracias a tanta mano constructora, los tres tercios se transformaron en dos bloques. Y excluyentes.
Pareciera que el escenario electoral chileno ahora está desmembrado. Especialmente el de la Concertación. Aunque en la derecha la unidad es más de utilería que de material sólido. Pero tiene mejor aspecto. En el otro lado, en cambio, no hay día en que no aparezca alguna novedad desestabilizadora.
La última fue en materia laboral. El Gobierno decidió posponer ad eternum una de las promesas programáticas de la presidenta Michelle Bachelet. Se trata de la reforma laboral. Iniciativa emblemática para un sector del oficialismo, que entiende que la balanza se encuentra muy cargada para la parte patronal. Es cierto que quedan cuatro meses de gobierno. Plazo breve para un tema tan controvertido. ¿Por qué no se presentó antes? La respuesta hay que buscarla en la democracia de los consensos.
Es cierto que esta modalidad de entendimiento le ha dado estabilidad al país. Sin duda alguna. Pero igualmente es cierto que la riqueza en Chile se ha concentrado en pocas manos como nunca en su historia. Y si bien ha habido avances indesmentibles en lo social, los postulados de las vanguardias populares que se integraron a la Concertación están lejos de haberse cumplido.
Aparte de la concentración de poder económico, Chile no es una sociedad inclusiva. Tampoco es igualitaria, ni siquiera en el trato ante la ley. No hay para que ahondar en la educación, en la salud, en la calidad de vida. Esta democracia de los consensos ha generado una nueva realidad. Y tiene sus costos. Resulta inevitable recordar las advertencias de Radomiro Tomic. El líder de la Democracia Cristiana decía que siempre que se llega a acuerdos con la derecha, es ésta la que gana.
Tal vez es lo que está provocando que la urdiembre de la Concertación se vaya deshilachando. En la próxima contienda presidencial tres de los cuatro candidatos provienen de esa vertiente. Jorge Arrate está buscando potenciar una izquierda que represente postulados alternativos al neoliberalismo. Sus planteamientos llevan reminiscencias de épocas en que la lucha ideológica tenía sentido.
¿Hoy no la tiene? Es una pregunta válida. Pero la respuesta no es tan clara. Incluso países que aún mantienen el modelo de economía centralmente planificada, como China, Cuba, Vietnam, han ido variando su postura. Se acomodaron a la realidad de la globalización. Pero no olvidaron los compromisos de una ideología que los hacía soñar con una sociedad que diera iguales posibilidades a todos.
En Chile tales ideas parecieran haber desaparecido. Partidos que sostenían postulados de sensibilidad social -socialistas, radicales- han sido consumidos por el afán de equilibrarse en el poder. Como si la amenaza de los primeros años del gobierno de Patricio Aylwin todavía permaneciera. En realidad, fue el legado de constructores de esta institucionalidad, como Edgardo Boeninger, Enrique Correa. Ardorosos amantes de los acuerdos. De ese gobernar en la medida de lo posible. Olvidando que tal límite lo ponían siempre aquellos que no fueron los electores de su gobierno.
Vista así, la democracia de los consensos ha resultado algo fantasiosa. Es aceptar que el quiebre de la institucionalidad se debió a que existían tres tercios y que no podía lograrse mayoría en Chile. Y omiten que la democracia funciona en el mundo sobre esas bases. Sin dejar a nadie afuera, tratando de entenderse sin avasallar y sin olvidar que los humildes son quienes más ayuda requieren. No al contrario.
Seguramente volveremos a los viejos tercios. El problema de la inestabilidad no está en los desacuerdos, que son inherentes a la condición humana. Está en la capacidad de los políticos de hacer posible enfrentar unidos temas esenciales. Eso se hace con generosidad, con responsabilidad, mirando hacia el futuro. No avasallando, ni dejándose avasallar.