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Por amor a la camiseta

Columna de opinión por Wilson Tapia
Martes 6 de julio 2010 18:21 hrs.


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Soy de los que creen que el amor a la camiseta existe; que los futbolistas y los hinchas lo sienten profundamente, y que el fútbol es un deporte. Las cifras millonarias que maneja el negocio de los mundiales -del fútbol, en general-, el aprovechamiento político de la pasión futbolera, parecen desmentirlo.  Pero, tal vez una cosa no quita la otra. Y estoy dispuesto a que me acusen de ingenuo.

Si no tuviera algo de razón ¿cómo se explica que miles de chilenos fueran a recibir a una selección que convirtió tres goles, llegó a octavos de final y tuvo que volver a casa? Me dirán que hacía 48 años que Chile no ganaba un partido en un mundial.  Que la última vez que lo había hecho ocurrió en casa. Pero, así y todo, el resultado fue magro y la reacción popular reafirma lo que pienso: el fútbol desata pasiones como nunca antes. ¿O es que antes había otros objetivos en los que colocar tanta pasión?

En Argentina ocurrió algo similar.  Miles de bonaerenses esperaron al bus de su selección en las cercanías del aeropuerto de Ezeiza. Enronquecieron avivando a sus jugadores y pidiéndole a Diego Maradona que siga al mando de la selección. ¿Acaso no fueron eliminados por Alemania, con la que perdieron por 4 a 0, una verdadera afrenta para el futbolizado pueblo el argentino?  ¿Acaso una buena parte del periodismo no ha sido implacable con el portador de la mano de Dios, al que acusan de improvisador y carente de estrategias futbolísticas?

Y en Paraguay, el propio presidente Fernando Lugo llamó a los ciudadanos a darles una bienvenida de héroes a sus jugadores. Por primera vez llegaron a cuartos de final. Los paraguayos respondieron y le agradecieron a su selección el amor por la camiseta que derrocharon en pastos sudafricanos.

Brasil es otra historia. No hubo bienvenida apoteósica. Dunga ya se ha sacado las charreteras de entrenador del país que más copas del mundo ha ganado, incluyendo la Jules Rimet que se quedó definitivamente en su poder. ¿Es que los brasileños arrugaron, no mojaron la camiseta? No. Simplemente pareciera que de tanto ganar, los hinchas se acostumbraron. Olvidaron que en el fútbol no es sólo el éxito lo que da satisfacción.

Hasta aquí lo que podría ser mi mirada ingenua.

Detrás de todo esto se mueven hilos de distinto tipo.  Y si también hay interés deportivo, es porque hace posible urdir el resto de la maraña. En Chile recién empiezan a acallarse los coletazos del saludo poco protocolar que el DT Marcelo Bielsa confirió al presidente de la República, Sebastián Piñera. Pocos minutos antes había hecho lo mismo con el Subsecretario de Deportes, Gabriel Ruiz Tagle. Pero a éste sólo lo distinguió con una inclinación de cabeza. A Piñera, al menos, le concedió un apretón de manos cuando el jefe del Estado se la extendió.

Ante las críticas, Bielsa -quien ha terminado su contrato en Chile y se le pide que renueve- dio explicaciones públicas. Se excusó ante quienes pudieron sentirse molestos por su actitud.  Pero no entregó detalles acerca de qué motiva su distancia con Piñera.

Buscando las razones de este proceder se han recorrido diversas rutas.  Desde la “mala educación” de Bielsa -hombre culto y estudioso-, hasta discrepancias políticas que vendrían de la ideología izquierdista del entrenador. Sin embargo, pareciera que el secreto se encuentra en otro ámbito.  Relacionado, es cierto, pero distinto. El presidente Piñera y su Subsecretario de Deportes son propietarios de la mayoría de las acciones de Blanco y Negro, sociedad que maneja al club Colo Colo, el más popular del país. Ambos se han negado a desprenderse de ese paquete accionario.  Piñera, argumentando que su actitud está determinada por una cuestión de sensibilidad y cariño por el Club. Ruiz Tagle ha dicho que no venderá las acciones, porque tenerlas no vulnera ninguna ley.  Sin embargo, miembros de la propia coalición derechista de gobierno han insistido en que la legalidad no basta.  Hay comportamientos éticos en que la autoridad debe dar el ejemplo. En la actualidad,  en los negocios del deporte y de la TV, el presidente y otros miembros de su administración enfrentan claros conflictos de intereses.

Próximamente habrá elecciones en la Asociación Nacional de Fútbol Profesional (ANFP). El principal oponente del actual presidente, Harold Mayne-Nicholls, que va a la reelección, es el club Colo Colo. De allí que tampoco extrañe que al regresar la selección chilena de Sudáfrica, Mayne-Nicholls se enfrascara en una áspera disputa con el Gobierno. Piñera anunció que recibiría a la selección en el Palacio de La Moneda y el jefe de la ANFP se enteró por los medios de comunicación.

El multimillonario negocio del fútbol da para todo.  Aunque en este caso, la manipulación política está resultando un poco burda. Y no sólo aquí.  En Argentina, Cristina Fernández también espera que la gloria de Maradona la ayude a blindarse.  Fernando Lugo hace otro tanto en Paraguay. Lula, en Brasil, se muestra descontento porque es lo que allí parece políticamente correcto.

Todos están en lo mismo.  Es que la política formal ha dejado de ser un producto de consumo masivo.  El deporte -el fútbol en especial- parece mucho más interesante. Y los dirigentes políticos recurren a él, no precisamente por amor a la camiseta.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.