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Los privilegiados Particulares Subvencionados

Columna de opinión por Patricio López
Miércoles 4 de enero 2012 18:10 hrs.


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Desde hace mucho tiempo está flotando en el aire aquella lejana afirmación de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), que en su informe del año 2004 decía que “el sistema educacional chileno está conscientemente estructurado por clases sociales”. A la luz de los resultados de la última PSU, 8 años y dos revoluciones estudiantiles después, las cosas parecen haber cambiado.

Pero para peor.

Si en el 2005 la distancia entre los colegios municipales y privados era de 118 puntos, en esta ocasión la brecha llegó a la friolera de 157 puntos. El resultado vuelve a confirmar que el tamaño del bolsillo de los padres es más relevante que lo que hagan los estudiantes, puesto que los más malos alumnos de los colegios privados responden la prueba mucho mejor que los más brillantes estudiantes de los liceos municipales.

Los resultados de la PSU expresan esta brutal segmentación social del sistema. Pero la prueba, además de ser el mensajero de las malas noticias, tampoco es una blanca paloma: ha fallado donde prometió disminuir las brechas existentes al momento de acceder a la educación superior, ya que, hay que recordar, fue instituida bajo el argumento de que la vieja Prueba de Aptitud Académica favorecía a los alumnos provenientes de mejor situación socioeconómica y que, por lo tanto, debía cambiarse.

Dicho esto, la cruda realidad nos obliga a situar el problema en el contexto de las agudas y variadas desigualdades de la sociedad chilena. Como muy bien lo ha planteado el movimiento estudiantil, no es posible transformar la educación sin transformar la sociedad. Desde esa vista estructural y panorámica se ve mucho mejor qué hacer y, lo más importante, no nos aferramos cínicamente a la tabla de salvación educativa para dejar incólumes las otras urgencias igualitarias.

Si lográramos ese vínculo ¿qué hacer luego? Lo lógico, en la idea de poner más recursos donde más se necesita, sería darles a los colegios públicos los espaldarazos para que fueran reales vehículos de movilidad social pero, en cambio, hemos leído al ministro de Educación, Harald Beyer, contento por la alta presencia de alumnos de los colegios particulares subvencionados entre los puntajes más altos.

Se trata de una mirada tan ideológica como elocuente. Para algunos sectores, estos establecimientos serían públicos porque cumplen con el programa del Mineduc, contribuyen al objetivo social de la cobertura y reciben recursos del Estado. Pero, ¿garantizan realmente derechos? Hoy, una familia pobre difícilmente puede acceder a estos establecimientos, porque seleccionan y porque las mensualidades constituyen otra forma de selección, esta vez económica.

En esa lógica la selección es parte central del engranaje. Los estudiantes de los dos primeros quintiles de ingreso copan los colegios municipales, mientras los particulares subvencionados rescatan –seleccionando- a los que viniendo del fondo se asoman a la superficie de la noria.

 

Esta dinámica ha dado origen a un sistema de ghettos que, se evidencia, es sistémicamente promovido. Los colegios particulares subvencionados han germinado con el salitre del Estado. Reciben los mismos recursos que los colegios municipales y ninguna cortapisa. Gracias a ello, se han convertido en un negocio multimillonario que no se hace cargo de los niños más problemáticos, que continúan concentrándose en los establecimientos públicos. Y, además, se ha convertido en un polo de influencia hacia toda la sociedad chilena, como muy bien lo práctica la Iglesia Católica.

Ahora que el Parlamento discute un proyecto que pone fin al lucro con recursos del Estado en las universidades, se abre la ventana para debatir sobre la evidente e injusta situación de privilegio de los colegios particulares subvencionados. Mientras ello no suceda, la educación pública seguirá arrinconada y vencida en municipios que la consideran un problema, como los de Providencia y Ñuñoa. Y, con ello, la movilidad social seguirá bajando como su matrícula, en una curva que lleva a una segura desaparición.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.