El sino de Nuréyev

  • 24-05-2012

Rudolf Nuréyev —quizá el mejor bailarín clásico del siglo veinte— pasó a la historia gracias a esa escasa mezcla de genialidad y libertad de espíritu que, en su caso, no conoció límites, incluso tratándose de alguien nacido en la Unión Soviética. Nuréyev, el mismo que luego de una exitosa función en París (ciudad a la que había viajado por casualidad, reemplazando a un compañero) decidió no presentarse en el aeropuerto para tomar su vuelo de regreso, sellando para siempre su destino. En efecto, el bailarín no volvió a tocar suelo soviético en lo que quedaba de sus 54 años de vida.

Nuréyev es recordado no solo por su precoz talento, sino por ser además uno de los  pocos bailarines en la historia del ballet ruso contemporáneo que, gracias a su temprano autoexilio, pudo decidir dónde y con quién bailar.

La comparación hecha hace algunos días por Evelyn Matthei entre Rudolf Nuréyev y el ministro de Obras Públicas, Laurence Golborne, se sostiene en achacarle al segundo varios rasgos del primero (carisma, magnetismo y “ángel”) que ella no recordaba haber visto en un político chileno. A excepción tal vez de Michelle Bachelet, parentesco establecido por Matthei en tiempos más felices para la figura de la exmandataria.

Pero, más allá del entusiasmo, la ministra del Trabajo se equivoca. No solo al mencionar cualidades ligadas al carácter como las que hacen o definen a un gobernante. La comparación es errónea fundamentalmente porque Laurence Golborne no es, ni será, un candidato —y menos un ministro— libre.

Hoy Golborne tiene la presión —en una situación insólita— de estar todavía negociando  obras de mitigación vial por la construcción del edificio Costanera Center con quien fuera su jefe por casi una década, Horst Paulmann Kemna. A ello se suma la poca proyección en el tiempo que tienen los planes, ideas y acuerdos de quienes han liderado durante los últimos gobiernos el ministerio de Obras Públicas. Como muchos ministros anteriores de la cartera, Golborne se ha visto preso de sus propias palabras, pues fue hace casi exactamente un año que le agradecía al exministro De Solminihac por “haber dejado resuelto” el tema de Costanera Center. Nada más lejos del actual escenario.

Antes de Cencosud, el ingeniero civil industrial de la Universidad Católica trabajó durante diez años en la megaeléctrica AES Gener. Sus jefes allí fueron el exministro de Pinochet, Juan Antonio Guzmán, y el empresario Bruno Phillippi, a quien le debe su ingreso a Cencosud.

Ante este panorama, surgen otras preguntas ineludibles. ¿Qué postura tomará el candidato y tal vez futuro presidente de la República en la discusión de la matriz energética? (no olvidar aquí el breve paso de Golborne por el ministerio respectivo, entre enero y julio de 2011). ¿Será capaz de proponer mayores regulaciones a la industria del retail, previniendo un futuro nuevo escándalo del tipo La Polar? ¿O será de la opinión de dejar a su suerte el desarrollo de un rubro que lo ungió varias veces con el título de “ejecutivo del año” y lo hizo acaparar portadas y titulares?

Energía, retail, e incluso Obras Públicas. Rubros que no dudamos el candidato conoce como la palma de su mano. El problema estriba en que no sabemos de qué lado de la vereda los mira. Tal vez fue él mismo quien se encargó de dejarlo claro, en una entrevista concedida a pocos meses de integrarse al gobierno de Sebastián Piñera. Al ser consultado sobre cómo había cambiado su vida desde su ingreso al ámbito público, Golborne contestó: “Hay una diferencia fundamental. En el aparato estatal se puede hacer aquello que está permitido, mientras que en el mundo privado se puede hacer todo lo que no está prohibido”.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

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