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Resistencias y complicidades

Columna de opinión por Antonia García C.
Lunes 22 de octubre 2012 9:00 hrs.


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Hubo quien dijo una vez: “los tiranos sólo parecen grandes porque estamos de rodillas”. La traducción deja que desear pero más o menos se entiende la idea. Si nos pusiéramos de pie, otro gallo cantaría. El gran problema de nuestra época es que, por un lado, los tiranos ya no tienen espalda ni corazón (Bruto, hoy, no tendría a quien apuñalar) y, por otro, que esto de andar de rodillas tiene su comodidad aunque resulte doloroso. En columnas anteriores hemos examinado y cuestionado algunos gestos políticos de los “grandes” de este mundo. Nadie me ha dicho todavía: ¿y cómo andamos por casa? Pues mal. Pésimo, andamos. El asunto importa porque efectivamente los grandes no existen sin los pequeños, es decir porque la política supone una relación que de ninguna manera se limita a los juegos políticos tal como los conocemos en nuestras democracias modernas o tiranías neoliberales.

Al respecto, un paréntesis sobre la idea de que “todo es político” señalada por un lector. No la refuto. Siempre dependerá de la definición que se adopte de político/política. La manera en que una madre cuida de un hijo es política. Sin duda. Porque la idea misma de cuidado se forja en una comunidad dada, en un tiempo dado, en torno a imperativos y valores hoy elaborados por diversos sectores. Los que incluyen a las empresas farmacéuticas, por ejemplo. Es un tema interesante: ¿qué es lo que, en cada momento, tal o cual grupo considera “necesario”? No me refiero a temas metafísicos sino a la “necesidad”, casualmente, de vacunar o no a un hijo contra la gripe, entre otros. Pero… sin negar la dimensión política de cuanto acontece en sociedad, acá se trata de interrogar una vez más la relación específica entre gobernantes y gobernados. Con la idea de que esa relación no se agota en las formas consagradas, ritualizadas y cuestionadas de la participación política, sino que se construye, todos los días, al ritmo de múltiples resistencias y complicidades.

La pregunta recién formulada respecto a la necesidad de algunas decisiones (vacunar o no vacunar) bien vale para encarar este otro tema. No solamente porque los males que más importan no admiten vacunación (la corrupción, la canallada, la bajeza) sino también porque en ese “todo”, que señalaba el lector, cabe ubicar al ciudadano. En definitiva, esto de ser ciudadano no es tan diferente de ser madre, padre, hermano: uno lo es todos los días. No solamente para los cumpleaños. Hay casos particulares… Pero de manera general la intermitencia en el ámbito familiar está mal vista. En el ámbito político (stricto sensu), en cambio, pareciera ser la norma. No lo es. Casi está de más decirlo. Los ciudadanos no sólo participamos políticamente los días de votación. Participamos todos los días –más allá de eventuales actividades asociativas y/o militantes–, a toda hora y casi a pesar de nosotros mismos, en nuestros más banales gestos.

Es cosa de tomar una cartera o una billetera y revisar el contenido. El rectángulo nos delata. El rectángulo (cuando está presente) da fe de nuestra complicidad con cierto orden económico del cual uno de los mecanismos es la bancarización: no me refiero al billete sino a la tarjeta bancaria, a lo que permite. Depositar, sacar dinero, pagar. Esos y muchos otros gestos cotidianos (prender la televisión, leer un diario, usar una computadora, entregar voluntariamente información, incluyendo datos personales, a través de Internet, etc.) nos revelan como parte indisociable de ese todo que constituye el sistema político, económico y social en el que vivimos. Por cierto: bajo un esquema que tiene puntos de conexión con el de la sociedad taylorista descrita por Chaplin en Los Tiempos Modernos. Gran parte de esos gestos que repetimos y repetimos sin mayores cuestionamientos (o con muchos cuestionamientos, luego un suspiro y un “qué se le va a hacer”) condicionan la existencia misma del conjunto. Porque de esa repetición depende el funcionamiento de la maquinaria que oprime y que hace muchas cosas más. Entre otras, generar satisfacción. He ahí el meollo. La tarjeta bancaria es cómoda. Es cómodo hacer un pago por Internet. Por eso, también, todo cuanto genera esa sensación de comodidad parece tan fácilmente “necesario”. Y lo es. Lo es en una sociedad donde resulta valioso “ganar tiempo” o por lo menos “no perderlo”. Aunque, después, nadie tenga “tiempo libre” para nada.

Extrañas expresiones, sea dicho de paso. ¿De qué manera el tiempo podría ser algo que se gana o se pierde? Y mientras “ganamos tiempo”, ¿no estamos también perdiendo algo más valioso? ¿Qué? Me encantaría decir que tengo la respuesta pero no la tengo. Si nadie se ofende, sigamos.

Respecto a la película, una precisión. El obrero encarnado por Chaplin no tenía conciencia de ser parte inherente de una compleja maquinaria. Nosotros, ciudadanos informados, sí. Por eso, no solamente somos partícipes sino, además, cómplices de algo que no terminamos de visualizar como todo (¿quién gobierna en este mundo, al fin y al cabo?). No se trata de clavarse puñales. Se trata de reflexionar sobre lo siguiente. Si nuestra complicidad se nos ha literalmente escapado de las manos, ¿qué pasa con nuestra capacidad de resistencia? Porque se puede llegar a ser cómplice a pesar de sí mismo, pero no se puede ser resistente a pesar de sí mismo. Hasta en su modalidad más humilde, la resistencia es siempre un acto de voluntad.

Recordemos Antígona. Sin resumir la tragedia de Sófocles, se puede subrayar que el conflicto entre Antígona y Creonte supone un choque entre dos racionalidades. Por un lado, la familia, los dioses. Por el otro, el Estado. Antígona no asume jamás como propia la lógica del poder encarnado por Creonte. No juega el juego. Sencillamente no lo acepta. Creonte no la incorpora, no la hace parte: no la domina. Lo que genera diversos conflictos. Y es que la resistencia no es cómoda, al contrario, trastorna. Obliga a repensar lo que se ha instalado como evidencia. Y esa es la única lección que reconoce Creonte al finalizar la tragedia.

¿Qué puede significar resistir, hoy, en nuestras sociedades? Es cierto que el tirano ya no tiene nombre, ni apellido, ni cuerpo. Pero quizás nunca lo tuvo. Quizás siempre se trató de una representación “necesaria” para mantener un orden. Cierto tipo de orden. Diría que, como mínimo, resistir implica identificar el juego que no se quiere jugar, lo que no se acepta. Sabiendo que nuestro margen de acción se ha vuelto cada vez más estrecho. Nótese: son muy pocos los espacios o los ámbitos en los que todavía se puede “no jugar”. Habría que poder plantear la pregunta. A ver: hoy por hoy, ¿a qué concretamente me puedo negar?

Hacer hincapié  en los gestos de todos los días, no equivale a restar importancia a los gestos más puntuales de la política. Unos y otros son cruciales pero no de la misma manera. Sobre el voto, en especial, es importante subrayar la disociación cada vez más grande entre el ámbito nacional en el que se eligen las autoridades de las diversas instancias de un país determinado, y un ámbito transnacional donde van y vienen autoridades de facto, que no han sido elegidas por ciudadanos que llamamos comunes, pero sí por accionistas descomunales (grandes electores de nuestra época y de otras épocas).  En ese marco, las elecciones nacionales se vuelven más apremiantes todavía especialmente cuando no hay programa que se defina respecto a este tipo de aberraciones. Lo más local no escapa a esta encrucijada… al contrario.

Entendiendo que la tiranía neoliberal no se limita a tal o cual territorio, sino que se extiende y busca extenderse siempre más, cabe preguntar, si se es cómplice de la misma cuando votamos o cuando no votamos. Pues depende. Depende en gran parte de los programas políticos presentados. En algunos países latinoamericanos existen programas que buscan limitar el campo de intervención de esta suerte de pulpo. En otros países estos tipos de programas brillan por su ausencia. Entonces, no hay una sola respuesta, por supuesto. Y éstas dependen también de las expectativas de cambio que tenga cada uno. Vale decir, de lo que cada ciudadano considere tolerable, más o menos tolerable o francamente intolerable.

Sería erróneo, en todo caso, ubicar la cuestión de la resistencia, incluso en un mundo tan confuso como el nuestro, en el solo ámbito de la negación. Por una sencilla razón. Y es que, como se dijo, la resistencia no admite distraídos, es un acto de voluntad. En otras palabras: hay que querer. Y aunque la mayoría diga que no, de eso también se trata la política, de lograr definir, en conjunto, lo que se quiere. Y ya que estamos, de pie.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.