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Partido Comunista: Integrarse y morir

Columna de opinión por Hugo Mery
Miércoles 12 de diciembre 2012 11:21 hrs.


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Al celebrar los 100 años de su formación, el partido Comunista de Chile se encuentra ante una crucial disyuntiva: la de sumarse o no a un frente opositor con la Concertación y varios grupos políticos y sociales dispersos.

No es una situación nueva para un partido que, desde que fuera fundado en 1912 con el nombre Socialista de los Trabajadores por el obrero Luis Emilio Recabarren, tuvo siempre vocación de alianza, incluso con los que devendrían sus adversarios social demócratas y con los lejanos radicales. Con ellos confluyó sucesivamente en el Frente Popular, el Frente de Acción Popular (FRAP, sin los radicales) y la Unidad Popular, en la que se integraron los rebeldes y terceristas de la Democracia Cristiana.

Desde que reconquistara la legalidad en 1958 (su participación en el gobierno del radical Gabriel González terminó con la ley maldita, el exilio y el confinamiento en Pisagua), el PC se fue integrando cada vez más a la institucionalidad chilena. Llegó a tener una importante representación en la Cámara de Diputados y el Senado de la República y una votación popular de dos dígitos que igualaba e incluso superaba la de partido Socialista. Siempre inserto en las agrupaciones de los trabajadores, su presencia e influencia en los sectores culturales fue notable, con literatos, gente del teatro y el cine, músicos y pintores, que se consideraban “independientes de izquierda” o “compañeros de ruta” cuando no se declaraban simpatizantes o militantes.

Las sospechas de querer integrarse al “establishment” que ha dominado la política chilena desde la vuelta a la democracia se basan en el conjunto de la historia del partido.

Antes y después de proclamar la vía armada contra la dictadura de Pinochet e internar armas por Carrizal Bajo para intentar derrocarla, los comunistas vivieron dos experiencias: la defensa decidida del gobierno constitucional de Frei Montalva cuando el general Viaux Marambio encabezó el levantamiento del regimiento Tacna, y el voto sin condiciones por Patricio Aylwin para Presidente en 1989.

En el primer episodio se confrontaron con los socialistas. Fuimos testigos que en las escalinatas de la Biblioteca Nacional un oscuro dirigente del PS entreabrió una actitud de comprensión con las demandas de los militares, ganándose la pifia de los asistentes comunistas, cuyo representante condenó sin ambages en su discurso a los golpistas.

Después del gobierno “modernizador” y privatizador de Frei Ruiz Tagle, los comunistas dieron un decisivo apoyo en segunda vuelta a los candidatos socialistas de la Concertación, Lagos y Bachelet, para terminar en pactos de omisión y acuerdos electorales con el mismo núcleo, que los llevó a tener diputados, alcaldes y concejales.

Hoy la inclinación del PC por un programa político único de la oposición halla dificultades en el frente externo y también en el interno. Desde luego, ahora se trata de pactar con un partido Demócrata Cristiano que siempre ha mantenido una inmensa lejanía ideológica con la tienda de Recabarren, Gladys Marín y Guillermo Teiller. A su vez, las huestes comunistas, especialmente las juveniles que lideran el movimiento estudiantil, desconfían de una alianza de centro-izquierda como la Concertación, que en 20 años de gobierno consagró un estado de cosas que reventó con el actual gobierno de derecha. De ahí que Bachelet, así como Lagos, provoquen el rechazo de militantes rebeldes y más exigentes, coincidiendo con grupos radicalizados. Jóvenes “cuadros” como Camila Vallejo y Karol Cariola no sólo no muestran entusiasmo por tales figuras, sino que piensan que el apoyo o la mera concordancia con ellas pueden restarle identificación con una base social cansada de la colusión partidaria.

A las reticencias desde el centro y la izquierda se suman las del partido Socialista, que no quiere -de alcanzarse un consenso programático- que un eventual gobierno de Michelle Bachelet tenga a sus nuevos aliados con un pie en el oficialismo y otro en la calle, sumándose a las protestas sociales, tal como ocurrió al comienzo del período de González Videla. Algunos dirigentes de izquierda prefieren al PC con ministerios y cargos y que no repitan lo de Aguirre Cerda, de no solicitarle que los integrara a su gobierno, tal como cuenta Elías Lafertte en su libro “Vida de un comunista”.

Las realidades que se viven dentro de la militancia del PC y la DC son factores más difíciles de resolver que el  de alcanzar un pacto programático.

No deja de ser un escollo la defensa del sanguinario gobierno sirio de Bashar Al-Assad y el saludo a la dinastía comunista de Corea del Norte. Después de armarse el debate, el PC sacó de su sitio web el texto que acusa al imperialismo estadounidense coaligado con Israel para derrocar mediante mercenarios al régimen “reformista” de Damasco, no sin aludir en otras instancias al papel de la DC en el golpe militar chileno.

Está claro que el partido no bajará igualmente el perfil a su identificación con los regímenes de Caracas y La Habana, especialmente con este último, que considera señero en la historia latinoamericana.

Siempre en el plano internacional, la dirigencia comunista deberá sopesar experiencias como la de sus camaradas franceses en el primer gobierno de François Mitterrand, del cual optaron por salirse cuando a los tres años el Presidente socialista elegido por la izquierda emprendió el amino de las privatizaciones.

Todos estos problemas deberá sortear el partido Comunista chileno si quiere reeditar una plena integración institucional, la que para sus críticos significará sumarse al desprestigiado establishment conformado por una clase política que fatalmente deriva en una élite alejada de las realidades sociales.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.