Lejos de su natal Bélgica, el filósofo Luc Delannoy se encontró en Almaty, la ex capital de Kazajistán, con una banda que hacía jazz latino con instrumentos tradicionales de esa nación. Ninguno de sus integrantes hablaba el inglés. Solo su mánager tenía nociones del idioma y fue el nexo para una conversación que, ahora y entre risas, el autor define como “muy surrealistas”.
Ese diálogo forma parte de Convergencias (Fondo de Cultura Económica, 2012), el libro más reciente de Delannoy, que completa una trilogía con los anteriores ¡Caliente! Una historia del jazz latino (2001) y Carambola. Vidas en el jazz latino (2005).
Los tres títulos recogen entrevistas con más de 700 músicos, realizadas en 35 países visitados por Delannoy desde 2001. “Luego vino el problema de volver a escuchar todo y seleccionar las citas que se integraran a la narrativa”, explica el escritor, que en Convergencias además suma aportes de periodistas, musicólogos, promotores y otros personajes ligados al negocio del jazz en una multiplicidad de países. Entre ellos figuran dos musicólogos chilenos: Juan Pablo González y Álvaro Menanteau. “Es como una novela con varios personajes”, agrega.
Para Delannoy, quien dirige el Instituto de Neuroartes en Tijuana (México), una etiqueta como jazz latino es inútil, al igual como ocurre con otras denominaciones: “Las músicas no se deberían definir en función de categorías preexistentes, todas son fusiones y mezclas. Necesitamos de etiquetas como jazz, música clásica, música europea o música chilena, exclusivamente por razones pragmáticas, pero encasillar la música no me parece adecuado. Estoy dinamitando no solo la etiqueta de jazz latino, sino que la idea de tener categorías”, explica.
Para argumentarlo, Convergencias se extiende por más de 500 páginas y relata historias como la de un músico islandés que incursiona en el jazz latino y termina tocando en Cuba con intérpretes originarios de la isla. “Es una ilustración de que no hay fronteras, porque puedes llegar al absurdo de decir que un músico de Ucrania no podría tocar dixieland porque no es de su cultura. Lo que hace el jazz es una serie de rompimientos en toda la historia, eso es lo que me interesa”, indica.
Según el investigador, luego de una década de trabajo se dio cuenta que poner etiquetas a la música es un trabajo en vano: “Pones fronteras y límites, pero en la música las fronteras son muy tenues. Podemos identificar o relacionar unos sonidos con unos géneros musicales, pero estas categorías se usan por razones pragmáticas. Si haces una definición exacta y definitiva del jazz, hay un problema, porque es más que una música. Definir la música o el arte es una contradicción”, concluye.