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Nueva política


Lunes 8 de julio 2013 7:46 hrs.


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El clamor surge por todos lados. Sin embargo, quienes ejercen hoy el poder hacen oídos sordos. Se esfuerzan, es cierto, por maquillar el antiguo toillette para que parezca novedoso. Pero hasta los aromas que han creado tienen ese dejo potente de lo añoso y en descomposición.

Botones de prueba. Ahora los socialistas le hacen rogativas al senador Camilo Escalona para que vuelva a postularse. Esta vez por la circunscripción Octava Costa, en la Región de Bío Bío. Antes había sido desechado por negarse a ir a Primarias en la Región de Los Lagos, la que representa actualmente. Y su negativa fue acompañada de graves acusaciones contra la directiva partidaria y los métodos que utilizan los socialistas para medir las preferencias internas. Hoy, en cambio, dice que estudiará la situación y agradece al Partido, a la Comisión Política y a sus militantes, el apoyo que le han dado.
Ah, y agrega que en los últimos tiempos ha sido calumniado, de manera vil, al decir que constantemente está en busca del poder. Insiste en que son sólo profundas convicciones democráticas las que lo animan. Entre éstas está el rechazo tajante a una Asamblea Constituyente. Sostiene que la Constitución creada por la dictadura debe ser reformada, pero dentro de la institucionalidad. No ha explicado su aserto, pero quienes cuestionan tal planteamiento recuerdan que la institucionalidad está señalada por la Constitución que debe ser cambiada. En todo caso, Escalona esgrime un argumento de peso. Dice que es ilusorio -propio de fumadores de opio, señaló alguna vez- crear una Asamblea Constituyente que imponga una Carta Magna sin considerar a una parte importante del país. Se refiere a los sectores de derecha, que hoy gobiernan.

Este mismo planteamiento es el que dio origen a lo que los dirigentes concertacionistas llamaron democracia de los acuerdos. Básicamente, es un entendimiento con la derecha para poder gobernar. Hoy, después de cuatro gobiernos de la Concertación y veinte años en el poder, está claro que tal proceder reforzó el laboratorio de neoliberalismo en que la dictadura convirtió a Chile. Y en términos práctico, que el país esté entre los diez que peor reparte su riqueza en el mundo.

Quienes no están de acuerdo con Escalona sostienen que una Asamblea Constituyente no tendría por qué desconocer el sentir de nadie. El documento que se elaborara allí tendría que contener las posturas de una amplia mirada nacional. Muy diferente a lo que ocurre ahora y que, entre otros muchos, el senador Escalona ha ayudado a cimentar.

Está claro que la democracia de los acuerdos, o hacer justicia en la medida de lo posible -postulado del ex presidente Patricio Aylwin-, no ayudan a perfeccionar la democracia. Tampoco lo hace el sistema binominal. En términos generales, desde 1973 hasta hoy, ha sido sólo un segmento muy menor el que ha impuesto su criterio a la mayoría de los chilenos. Y parece llegado el momento de hacer cambios. Uno, razonablemente, podría esperar que tales renovaciones fueran impulsadas por quienes en el pasado encabezaron una alternativa distinta al conservadurismo capitalista, como los socialistas. Pero dos décadas han bastado para saber que eso no ocurrirá. Entre otras cosas, porque ni aquí ni en ninguna parte del mundo, la socialdemocracia representa una alternativa diferente al neoliberalismo. Sin ser lo mismo, la capacidad de adaptación socialista es de una ductilidad considerable.

La esperanza parece residir en quienes intentan levantar propuestas -o aglutinan la indignación ciudadana- que intentan representar el sentir popular mayoritario. Por el momento, tales aspiraciones podrían estar esculpiendo líderes entre una camada de dirigentes estudiantiles y de otras organizaciones sociales. Su proceso de maduración no será breve. Pero ya debieran empezar a aparecer de manera nítida en el próximo período electoral. Sin embargo, resulta razonable pensar que la próxima elección coronará a una líder que ha dado muestras de que a su carisma y empatía une la capacidad de abrir esperanzas. Pero tal liderazgo no puede detener la aparición de la nueva camada política. Si la ex presidenta Bachelet resulta elegida en noviembre, será apenas una nueva muestra de que estamos viviendo un momento en que un líder es capaz de reemplazar a los partidos políticos. Después de eso, seguramente vendrá un proceso de reacomodo que será más fácil o complejo, dependiendo del real compromiso de los actores políticos por dar nuevos cauces a la participación ciudadana en las materias que le incumben.

Es cierto que la mayor exigencia recae en los partidos que alguna vez se autodenominaron de izquierda o, ahora, progresistas. Y estos incluyen al Partido Comunista. Sin embargo, hasta ahora no se ve en ellos ni decisión, ni ideas, que sean real alternativa a lo que vivimos. A la derecha no se le puede pedir que cambie el statu quo, ya que lo que existe le viene muy bien a sus intereses. Incluso, se ha dado el lujo de crear una derecha populista, que aquí representa la Unión Demócrata Independiente (UDI).

En todo caso, noviembre servirá para saber hasta donde han calado verdaderamente los planteamientos de los estudiantes y de otros grupos sociales. Al menos veremos si nuevos líderes resultan electos para integrarse al Parlamento. Porque hasta ahora la única alternativa real de reformar la democracia chilena y la forma de hacer política en ella, es desde adentro. Y si alguien tiene dudas, que se pregunte qué porcentaje de votantes se inclinó por pedir Asamblea Constituyente en las Primarias. La respuesta será: un número insignificante. Pero ello no puede ser tomado como una respuesta negativa de la ciudadanía para la idea. Sólo significa que el poder domina por completo los canales que permiten hacer conocidas las ideas. Y las redes sociales aún no son capaces de entregar a quienes corresponden mensajes específicos como ese.