Diario y Radio Universidad Chile

Año XVI, 23 de abril de 2024


Escritorio

Vejamen a la Catedral Metropolitana


Jueves 1 de agosto 2013 6:58 hrs.


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Estimado Director:

Como católico, creo que el referido hecho constituye un caso de profanación gravísima, por el que la Iglesia compartió la Cruz de Cristo vejado, escupido y coronado de espinas. No es la primera vez, ni será la última, con la intensidad y características de cada circunstancia histórica.

Al respecto, con el mayor respeto a la Jerarquía y a los fieles, es mi deseo dar mi punto de vista sobre el desafío que este signo de los tiempos significa.

Comienzo mi aportación reconociendo la validez de los Actos reparatorios efectuados por la propia Iglesia, cargados de simbolismo religioso e histórico, en público y con presencia de los Medios, de modo de llegar a los fieles y a la ciudadanía, dejando el mensaje que, como Iglesia Santa, debe lavar las manchas brutales que padeció la Catedral Metropolitana. Estoy de acuerdo con el cauce judicial que se ha tomado en este caso, básicamente si apunta a defender los aspectos históricos y a aquellos incorporados en la idiosincrasia nacional. No lo estoy, sin embargo, si se centra en la Iglesia como entidad espiritual, imagen de Cristo, puesto que la Iglesia de Cristo, la Iglesia Comunidad, quedaría eclipsada por la Iglesia Institución, con poder, alta jerarquía en el contexto social y político, que busca el castigo penal, como víctima virtuosa.

Esto último me preocupa profundamente, porque en el seno de la propia Iglesia, y en el seno de la propia Santa Sede, se han efectuado, con contumacia, crímenes horrendos. El Papa Francisco tendrá que padecer mucho dolor de Pastor ante los aquellos que peinan a sus ovejas predilectas, en un ambiente aristocrático, nada transparente, que da pie a redes de corrupción y desfalco. Y sin irnos muy lejos, en nuestro país conocemos hechos de la mayor gravedad al interior de entidades eclesiásticas; y a muchos nos duele que el aplastante poder económico sea sustentado también por feligreses devotos, dispuestos a luchar por sus privilegios, tratándonos de convencer que este brutal sistema es natural y, peor aún, bendecido por Dios; como nos duele también que las entidades educacionales católicas, en un alto porcentaje, estén lejos de servir a los pobres en función de su redención humana y espiritual.

Sin negar, sino por el contrario, con la mayor admiración a la gente santa y buena, a congregaciones de servicio con abnegación sin límite, la reflexión que me deja este acto vandálico, como señalé al comienzo, es que, como signo de los tiempos la Iglesia abraza la Cruz de Cristo, en humildad redentora, de si misma y de la humanidad entera, que no comprende sus dogmas, no se siente interpretada por varias de sus enseñanzas, mientras ve, primero con cierto pavor, pero pronto como algo natural, que no somos mejores pero que sí exigimos que los demás lo sean.

Por último, pienso que, complementariamente, al abrazar la Cruz de Cristo, abracemos también la del Buen Ladrón, porque el ladrón no arrepentido tiene parte también en este dantesco escenario que enfrenta Francisco. Hagamos actos públicos de desagravio por nuestra propia Iglesia.

Conrado Pérez Rebolledo

El contenido vertido en esta Carta al director es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

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