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Niños gordos, seres infelices

Columna de opinión por Vivian Lavín A.
Lunes 5 de agosto 2013 12:50 hrs.


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No es una forma de esclavitud, pero vaya que se acerca a ella la obesidad a la que están sometidos los niños, niñas y adolescentes de nuestro país. La cifra se aproxima de manera peligrosa al 50 por ciento de ellos, cuando hoy el 44 por ciento de los alumnos de octavo básico tiene obesidad o sobrepeso, según lo registra el SIMCE 2012. Increíble que jóvenes de 13 ó 14 años apenas puedan levantar sus barrigas para hacer escasos 25 abdominales en un minuto. Para quienes gozan con los guarismos comparativos, y con eso de que somos un país desarrollado y parte de la OCDE, les satisfará saber que estamos en el cuarto lugar. Nuestros niños están dentro de los gordos de la clase, pero también entre los “porros”, como lo establecen los índices. Marcas que no hacen sentir orgulloso a ningún padre o madre que quiera desearle a su hijo una vida con una calidad decente.

La obesidad infantil se está convirtiendo, a vista y paciencia de todos, en una enfermedad crónica en niños y adolescentes. Es decir, los estamos condenando a una serie de enfermedades que les depararán una existencia precaria donde la felicidad les será administrada según las pastillas que deban ingerir cada día. Absolutamente olvidado eso de “mente sana en cuerpo sano”, que nos viene machando la cultura griega heredada, que se hace más dolorosamente patente en el sesgo social que está adquiriendo esta enfermedad. Pues aunque ha existido un aumento del peso en general de los niños y jóvenes de nuestro país, son los más pobres los que, una vez más, tienen los peores índices. Insólito que Atacama registren el más alto porcentaje de obesidad de todo Chile, una región propicia para la actividad física con un clima que permite gozar del sol y sus bondades todo el año.

La debutante Ministra de Educación se alarma y de inmediato dictamina más horas de gimnasia. Sin embargo, es una medida que no va al fondo del asunto. No se va a solucionar el tema con una o dos horas más de educación física, aunque ayuda, cuando la raíz del problema está en la alimentación y en la forma de vida. El sedentarismo es lo que define la manera de vivir hoy y cambiarlo es una tarea que involucra al hogar y a la escuela, y no sólo a los profesores de gimnasia.

Nada de eso de que “en mi tiempo trepábamos árboles y jugábamos a la pichanga en la calle” sirve por estos días. Los árboles son cada vez más escasos, más aún cuando se vive en un departamento y lo de la “pichanga” es prácticamente una irresponsabilidad en muchos barrios de nuestra capital que han sido dominados por el microtráfico y la delincuencia. Las áreas verdes son otra grosera manera de discriminar a los que menos tienen en Chile. Las cifras con categóricas: la cobertura arbórea, es decir, la cantidad de árboles que hay en Vitacura, La Reina y Las Condes por separado, superan hasta en 11 veces las que posee la comuna de San Ramón, por ejemplo. Esta discriminación es la que llevó a un niño de 10 años, Mariano Ábalos, a escribirle una carta al Presidente de la República contándole que en la Villa Miraflores donde vive, en Chimbarongo, a pesar de sus 35 mil habitantes, no hay suficientes parques para jugar. Su insistencia ante la primera autoridad con dos cartas, significó que el intendente fuera mandatado para que resolviera su petición de hacer una plaza con juegos infantiles en un terreno baldío dentro de la Villa, que el mismo niño propuso de manera respetuosa pero contundente. Nos faltan Marianos que puedan expresar con claridad sus derechos.

Aunque algunos quieran ver el tema de la obesidad sólo desde el frívolo punto de vista de la estética, hay aquí una cuestión de derechos y de ética que es imposible soslayar. No sería extraño que en un tiempo más, muchos hombres y mujeres que fueron niños sometidos a la obesidad que conllevan los alimentos que el Estado entrega o permite que se comercialicen, presenten libelos acusatorios en su contra. Es decir, adultos aquejados por enfermedades invalidantes producto de la obesidad que adquirieron en su niñez demandarán del Estado ser indemnizados por no haber sido respetados en los derechos a los que el mismo Estado se ha comprometido respetar.
Cuando los 15 países de la Comunidad del Caribe están reclamando hoy una compensación a Europa por la esclavitud a que sometieron a más de 12 millones de africanos en este continente, no es difícil pensar que chilenos puedan reclamar los derechos que les asisten en el siglo XXI. Existe una ley, la 20.606, sobre composición nutricional de los alimentos y publicidad, cuyo reglamento pareciera haber sido redactado en los departamentos de marketing de las empresas de alimentos chatarra. Si no se cuenta con un reglamento que verdaderamente respete el espíritu de la ley seguiremos en el eufemismo de que las cosas se están haciendo como la ley lo ordena. Los profesionales del mundo de la alimentación, donde la Universidad de Chile es la voz cantante a través del INTA están cansados de vocear en el desierto: que el exceso de sal, que el rotulado de los alimentos, que la excesiva permisividad para ingresar alimentos desde el extranjero, difícil tarea en un país que los ve más como predicadores que como doctores.

La gordura dejó de ser parte de la hermosura, aunque a Rubens le duela. Con la actual expectativa de vida tendremos demasiado tiempo para lamentar no haberlo entendido a tiempo.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.