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Dos veces contento con Piñera


Martes 11 de marzo 2014 9:15 hrs.


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Reconozco que el ya saliente presidente, Sebastián Piñera, me produjo dos alegrías enormes: la primera, cuando salió elegido, más allá que yo no votara por él y, la segunda vez, ahora que se va, ocasión que me produce un contento y un alivio infinitamente mayor al momento cuando asumió.

Mi conformidad con su asunción al poder se debía, básicamente, a que este país necesitaba un terremoto algo así como grado 14 en lo político, que hiciera dejar de lado esa almibarada quietud y sumisión de los veinte años de la Concertación, donde bajo la premisa de los equilibrios y el tránsito a la democracia desde la dictadura, sólo se administró el modelo económico, social y político que implementara Pinochet y que aún nos rige sin modificaciones sustanciales, más allá de las firmitas en la constitución o de los bonos de todo tipo para disfrazar la pobreza y la inmensa desigualdad que campea por estos lados, acallando todo intento de movilización social gracias a la connivencia de la CUT y el temor inculcado desde los medios sobre una posible vuelta a los oscuros tiempos del general.

Así que yo, sin haber votado por él, me sentí contento de que al fin llegara el mesías que vendría a remecer las conciencias del marasmo en que estábamos y que nos obligaría a sacar la basura de debajo de la alfombra y confrontar por fin nuestra realidad sin las componendas entre las élites fácticas de derecha y el red set criollo.

Y en eso Piñera cumplió con creces, incluso sobrepasó todas mis expectativas y creo, sin temor a equivocarme, que también las de la UDI y RN, sus soportes partidarios en el gobierno y por las mismas y exactas razones que a mí: los hizo pebre sin asco y con alevosía, aunque no me queda claro si en su megalomanía y permanente autorreferencia se daba cuenta del pozo en el que metía a su sector, pero eso es un tema de ellos y no de sus oponentes, quienes se frotaban las manos y lograron volver al poder en la gloria de su majestad Doña Michelle, perdón: en gloria y majestad con Doña Michelle quise escribir.

Lo de Piñera es un tema poco común. Lo primero que llama la atención es que jamás se le ha notado el típico mesianismo de los políticos que trasuntan ese deseo de estar por y para la patria, independiente de su lado político o de qué diablos entienden por patria, pero a él no, nunca se le vio ese aura, lo único que se le notaba claramente era la ambición ilimitada, el deseo incontenible de tener el juguete que le faltaba, La Moneda, para poder sentirse admirado y querido. Y no escatimó esfuerzos ni plata para comprarse el puesto, total, “con plata se compran huevos”, decía mi abuelita.

Lo segundo curioso de este Presidente es que sus adláteres insisten en colgarle atributos tales como inteligencia y cultura, aunque él se encargue permanentemente de desmentir ambas cualidades, ya que habilidad y verborrea inconexa no es lo mismo que lo anterior. Así y todo, Piñera se impuso sobre el resto de sus contendores de derecha primero y le voló las plumas a la Concertación después, siendo elegido para ocupar el trono.

El tercer elemento extraño es que siendo él un hombre neto de derecha, que hizo su fortuna a la sombra de su padre todopoderoso Pinochet, siempre se movió como el DC del ala conservadora que lleva incrustado en su corazoncito. Mientras ganaba a plata a manos llenas gracias a las leyes de la dictadura, acompañaba a su padre a un acto contra Pinochet; mientras especulaba como lobo en la bolsa, le anunciaba al mundo que había votado por el “NO”, es decir en contra de la continuidad del régimen, aunque no hay “selfies” que corroboren ese momento; mientras votaba que No, se dedicaba a hacerle la campaña con bombos y platillos a Büchi, heredero directo de lo más granado del pinochetismo. O sea, siempre acompañando al gran amor de su vida: el vil billete como único faro que lo ilumina, encandila y guía.

Lo último es su extraño comportamiento como presidente.

Dejando de la lado sus anecdóticas y disparatadas alocuciones, hoy conocidas como piñericosas, que dan para llenar varios tomos empastados, o sus arranques de incontinencia alucinatoria que, por ejemplo, le llevaban a anunciar que en veinte días había hecho más que la Concertación en veinte años, la verdad es que Piñera fue una mezcla un tanto confusa: por una parte, un derechista continuador de la misma y exacta manera en que sus antecesores gobernaron el país, sólo que aumentando todas las brechas sociales, la desigualdad y el desprestigio de la política, así como la destrucción de la confianza en varias instituciones y procesos nacionales, tales como el INE, el Censo o la encuesta Casen gracias a sus inoperantes gerentes traídos desde el mundo privado. Pero, por otra, fue capaz de darle lecciones de progresismo a la Concertación al cerrar el penal de lujo donde estaban los condenados por gravísimos actos contra los DDHH, a pesar de contar dentro de su propio gobierno con personajes que fueron parte viva de la dictadura.

También impulsó leyes contra la homofobia, aumentó los derechos de las madres, trató de impulsar el AVC, aunque la UDI le puso su pesada bota encima y hasta allí le llegaron sus pavoneos de libertad e independencia, tildó de cómplices pasivos de la dictadura a los que estuvieron con Pinochet, generando una inmensa grieta en la Alianza y varias delikatessen más por el estilo, o sea, un presidente que a veces fluctuaba entre la derecha más pechoñamente conservadora y que, al día siguiente, se iba en la volada del progresismo más liberal dejando a medio Chile estupefacto y sin saber para dónde estaba yendo esa micro.
Piñera está convencido que su gran legado es el crecimiento económico y que con eso es más que suficiente para convertir a un país subdesarrollado como el nuestro en una nación del primer mundo. Es ahí justamente donde demuestra en plenitud que sabe mucho de especulación bursátil y de cómo ganar toneladas de dinero sin haber creado nunca ni una sola empresa, pero que no es capaz de entender lo que es una sociedad, ni mucho menos de hacerse eco de las reales demandas de un país.

Por mi parte creo que su gran legado fue haber desnudado a la Concertación y su falta de coraje para enfrentar temas que él sí enfrentó y, por lo mismo, haber puesto a la ciudadanía y sus demandas en el primer plano de la agenda, así como haber dejado a la derecha más dura y reaccionaria como lo que es, un grupo fáctico de poder económico que sólo es capaz de gobernar con los militares cuidándoles las espaldas, como un grupo incapaz de ver más allá de sus propios intereses y para quienes el país no es más que un limón al que hay que exprimirle todo el jugo posible.

Ambas cosas son tremendamente importantes para estos cuatro años que se vienen, ya que si esta vieja Concertación, devengada por arte y magia del PC en Nueva Mayoría, no es capaz de entender que Piñera sin querer queriendo sacó los trapitos sucios de la dictadura y la transición al sol, las manifestaciones callejeras, la represión y el descontento van a ser el pan nuestro de cada día, sumándole a esto que la derecha quedo fracturada y disminuida, mas no quebrada en sus argumentos políticos, ideológicos, pero por sobre todo, económicos en defensa de un modelo cada vez más invivible.

Y eso hay que agradecérselo al saliente mandatario, aunque cuatro años de autorreferencia, incontinencia verbal y letra chica terminan por agotar al más pintado.

Así que yo le agradezco a Piñera haber sido elegido, haber gobernado para él más que para nosotros generando un gran remezón en la ciudadanía, le agradezco infinitamente haber roto el mito que los privados son absolutamente eficientes y los “públicos” ineficientes, porque nadie podría haber hecho más chambonadas que sus especialistas en todo, pero le agradezco más el hecho que se vaya, dejando a su sector con tres derrotas electorales al hilo y sin saque y a nosotros, simples mortales, con la seguridad que Bachelet esta vez no se la va a llevar pelada ni que su sonrisa maternal ni sus silencios harán que la calle le deje de cobrar la palabra con intereses más altos que los de una tarjeta de crédito.