La unidad de Europa fue en principio un sueño, una utopía si se quiere, luego de una historia pródiga en cadáveres, incluidos los de las dos guerras mundiales. Con el paso del tiempo y mientras el viento de la macroeconomía sopló a favor, la institucionalización de ese sueño (si tal cosa no suena aberrante) ocurrió sin mayores contratiempos, hasta que la explosión de la crisis puso en el banquillo a las instituciones políticas y económicas de la Unión. Por eso, la elección del Parlamento Europeo que culmina este domingo puede ser interpretada de muchas maneras, pero será ante todo un plebiscito sobre la gestión de la crisis, que ha estado en manos de los dos bloques tradicionales de la política del continente: la derecha y la socialdemocracia.
Es un hecho que, en comparación con el pasado, el sentimiento antieuropeo ha crecido entre los habitantes de la región. Y se ha expresado fundamentalmente de tres formas: contra los referentes políticos tradicionales, dando origen a fenómenos como los indignados de España y a eslóganes como “¡Que se vayan todos!”; contra el Ajuste y, por lo tanto, contra el rol que han jugado las instituciones económicas europeas a través de la Troika; y con el surgimiento de los nacionalismos, sentimiento que ha ayudado a la ultraderecha a crecer como no lo había hecho desde la Segunda Guerra Mundial. Contra ello, el discurso de una Unión Europea, que ante los ojos de los votantes ha pedido más apriete de cinturón que lo que le ha dado a sus habitantes, se muestra poco eficaz para revertirlo.
Desde el punto de vista de la izquierda, una de las preocupaciones centrales es que las recetas impuestas a los países que han pedido el rescate han amenazado la existencia del Estado de Bienestar, descrito por el intelectual brasileño Emir Sader como la mayor conquista de la Humanidad. En esta situación se ha evidenciado además el rotundo fracaso político e ideológico de la socialdemocracia, que no pudo o no supo imponer fórmulas más keynesianas para enfrentar la recesión, es decir, que la enfrentaran con más gasto público y no con recortes a mansalva.
De hecho, la versión oficial que parece imponerse sobre las causas de la crisis es la laxitud en el gasto público, frente a lo cual ha terminado construyéndose como una realidad continental, por contraste, la disminución de los salarios, los altos niveles de cesantía, el retroceso de las políticas de protección social, la reducción del gasto público e incluso intentos por privatizar algunos de los servicios del Estado del Bienestar.
Peor aún, han disminuido las pensiones, se han reducido los derechos sociales y se ha hecho retroceder a los sindicatos y a los derechos de negociación de los trabajadores.
Desde el lado de la derecha, su supuesta victoria ideológica en el continente, bajo el liderazgo de Angela Merkel, parece haberlo sido para la macroeconomía, pero no para las personas. Así se ha fraguado un escenario fértil para la ultraderecha, que sin ninguna propuesta más sofisticada que aferrarse a las identidades locales, y por lo tanto contra Europa y los inmigrantes, ha ido creciendo sostenidamente en países como Grecia y Francia.
Las elecciones comenzaron este jueves en Reino Unido y Países Bajos, que fueron los primeros en abrir sus colegios electorales. 400 millones de ciudadanos europeos pueden votar en éstas, las octavas elecciones europeas. Este viernes ha sido el turno de Irlanda y República Checa. El sábado es la cita con las urnas en Letonia, Malta, Eslovaquia y también en República Checa. La fecha para el resto de los países es el domingo 25 de mayo y se supone que, en la tarde chilena de ese día, empezarán a conocerse los primeros cómputos. Son, además, las primeras elecciones tras la entrada en vigor del Tratado de Lisboa, que introdujo cambios en la composición de la cámara y dio más poder al Parlamento Europeo. Por de pronto, ahora tendrá la atribución de nombrar al Presidente de la Comisión Europea, a propuesta del Consejo Europeo en función de los resultados de las elecciones.
En relación a Latinoamérica, e independiente del resultado, se prevé la continuidad en la firma de acuerdos comerciales y un ya consolidado cambio hacia Cuba, con una política de mayor apertura. Donde podría haber cambios, eso sí, es con el eventual crecimiento de la izquierda en la Eurocámara, pues podría suponer mayor interlocución y comprensión respecto a algunos gobiernos progresistas de esta región, por lo general tan difíciles de entender tanto para la derecha como para la socialdemocracia.
En resumen, cualquier retroceso dramático de las fuerzas políticas hegemónicas –la derecha y la socialdemocracia- debería ser leída como un mandato de golpe de timón. Si es hacia la ultraderecha, es la propia idea de la Unión Europea la que será remecida. Si es hacia la izquierda, el mensaje no será necesariamente menos Europa, pero sí el fin del Ajuste y de las recetas brutales que la Troika ha impuesto a millones de habitantes.