En el llamado mes de la Patria, Patricio Bustos, Director del Servicio Médico Legal, conversó con Radio Universidad de Chile sobre fechas que coinciden en septiembre: las Fiestas y el dolor contrapuesto en cada 11 que recuerda el Golpe de Estado de 1973.
¿Cómo ha sido dirigir el Servicio Médico Legal (SML) y trabajar directamente en el hallazgo y en la identificación de los desaparecidos, cuando simultáneamente otras instituciones del Estado de Chile han participado en lo que usted mismo ha descrito como la operación de ocultamiento más grande de nuestra historia?
Qué bueno que esto lo conversemos en una parte de la programación que se llama el Tema del Día, porque este no es un tema del pasado, sino de cómo nosotros construimos una sociedad democrática que mira sólidamente hacia su futuro, reconociendo las cosas que pasaron.
Es difícil trabajar en cualquier servicio público cuando hay una negación por parte de las personas que deberían colaborar para ayudar a avanzar en causas que tienen que ver no sólo con un tema ético, lo que ya sería bastante, sino también con lo que es una obligación legal.
En el caso del SML nosotros tenemos que identificar personas desaparecidas durante la dictadura cívico-militar, tenemos que determinar cómo fueron asesinadas estas personas y entregar esa información para poder avanzar en los procesos judiciales. Es difícil avanzar, pero no imposible. Tenemos la fuerza del acompañamiento de las familias que lucharon durante la dictadura cívico-militar y también en democracia por avanzar en este proceso y hoy, obviamente, contamos con la colaboración de otras fuerzas del Estado, porque es un tema que cruza la sociedad chilena y va a existir siempre la necesidad de construir una memoria en base a lo que ocurrió realmente.
En lo que se ha podido avanzar en estos 25 años, que no es lo que todos quisiéramos ¿cuánto ha influido la voluntad de las fuerzas políticas que han tenido responsabilidad de Estado y cuánto el empuje de los familiares de las víctimas?
Lo fundamental, sin lugar a dudas ha sido el empuje de los familiares de las víctimas. Ese ha sido el motor durante la dictadura y en democracia y es bueno que sea así, esto no hay que lamentarlo, ni hay que verlo como personas que alborotan la transición, sino que ellos contribuyen a que haya una transición a la democracia que sea construida sobre bases sólidas. Una transición que se construye en base a la mentira o, como dicen las personas de las agrupaciones de familiares de detenidos desaparecidos o ejecutados políticos, que se sustente sobre la impunidad biológica, es decir, sobre el hecho de que los familiares de las víctimas van falleciendo con el tiempo o que los victimarios se llevan sus secretos a la tumba, obviamente que hace que lo que nosotros estemos construyendo como sociedad sea basado en falsedades, mentiras y ocultamiento.
¿Qué lugar ha tenido en la construcción del nuevo Chile el drama de las víctimas, no solo de los desaparecidos, sino también el drama de los torturados y las torturadas, grupo al que usted también pertenece?
Creo que tenemos que elegir entre una verdad incómoda o una mentira frágil, no tenemos otra alternativa y creo que somos muchos en Chile y que no siempre tenemos la voz pública que quisiéramos que creemos que hay que construir una memoria sólida. Por eso se dice que no hay justicia sin verdad, e identificar a una persona es un hecho que contribuye a la verdad, pero luego tiene que venir la justicia y esto significa buscar a los responsables y aplicar la sanción que corresponde. No solo desde el punto de vista judicial, también desde los puntos de vista moral, cultural e histórico.
Luego de la verdad y la justicia viene la memoria y la memoria significa que no hay que inventar cosas. Tenemos un sector de chilenos que dicen que eran muy jóvenes para saber lo que pasaba, como si no pudieran leer los libros, y otros que dicen que son muy viejos para acordarse lo que ellos hacían. Eso no es construir memoria, eso es construir mentira.
Luego también la reparación y obviamente no existe reparación para Carmen Vivanco a quien le desaparecieron cinco familiares, pero si existen posibilidades de que el Estado, en primer lugar, reconozca que las causas por la cuales luchaban estas personas eran causas nobles, que no eran personas que cometían delitos; segundo que esto fue cometido por agentes del Estado, por lo tanto, es no prescribe son delitos de lesa humanidad; tercero que ella tiene derecho a ser reconocida socialmente como una persona que contribuyó no solo a derrocar la dictadura, sino a recuperar la democracia, por lo tanto, ella tiene todo el derecho a estar en primera fila a decir qué tipo de democracia queremos para Chile.
Respecto de la dictadura misma ¿Qué reflexión hace sobre la capacidad del ser humano de perpetrar tanto mal al prójimo?
Yo fui torturado junto a mi esposa que abortó cuando estábamos en Villa Grimaldi y nos provocaron un dolor tremendo como personas, como familias. Creo que ninguna de las personas que niegan lo que ocurrió, o que dicen demos vuelta la página, se pueden poner en el caso de que tomen a su cónyuge y la coloquen en un somier metálico, le coloquen electricidad, la cuelguen y le apliquen quemaduras de cigarro.
Sin embargo, el dolor más grande que nosotros tenemos son los compañeros que nos faltan. Yo estuve con Jorge Fuentes Alarcón, que fue secuestrado en Paraguay en el marco de la operación Cóndor, llevado a Argentina y estuvo conmigo en Villa Grimaldi desde septiembre y desapareció en enero de 1976. Ignacio Ossa Galdames, profesor que fue asesinado en la Universidad Católica. El dolor que nos queda en Rinconada de Maipú y el ocultamiento que se hizo a través de la prensa, el “Asesinado como ratas” que ha vuelto a la memoria con el titular infame que pusieron en La Segunda por el bombazo del otro día. Esas cosas mantienen el dolor en Chile y cuando tenemos la repetición de esas actitudes, en otras circunstancias, eso hace que nosotros no podamos descansar, que los rostros de los desaparecidos y los que fueron asesinados nos miran desde la Historia diciéndonos que las causas por las que luchaban eran justas y que, por lo tanto, nosotros tenemos la obligación moral de no poder, ni querer olvidar, porque tenemos motivos para mantener la memoria, porque nunca nos hemos arrepentido de haber luchado contra la dictadura. Nunca nos hemos arrepentido de querer tener una sociedad mejor.
De ese modo, yo diría que la reflexión es que el dolor que nos queda a los torturados son los compañeros que estuvieron con nosotros y faltan, porque Chile sería mejor si hubiéramos tenido 50 años más de Víctor Jara creando, a Miguel Enríquez luchando por los pobres del campo y la ciudad, o a Víctor Díaz construyendo cada vez sindicatos más fuertes. Chile habría sido mejor con estas personas que faltan.