Desde sus inicios el dramaturgo nacional Juan Radrigán (1937) ha sido reconocido por apelar a la marginalidad social en cada una de sus obras. Su trabajo ha alzado la bandera de lucha por un teatro independiente y reflexivo. Que se potencia con la simpleza de su escenografía, ya que los argumentos son los que importan.
A lo largo de los años, se ha ido moviendo de manera itinerante por diferentes regiones del país, de norte a sur, conociendo la realidad del teatro chileno. Es en contexto en que nace la obra “Malquerencia” que está montada por la compañía La Canalla.
Junto a sus co autoras, Andrea Pereda y Amèlie Videau, surgió el drama de una familia que enfrenta el catastrófico “terremoto blanco” de 1995 que azotó el sur de nuestro país. La historia se centra en una familia que vive la pérdida del padre y que debe enfrentarse a su historia más recóndita en medio de estado de emergencia, evacuación y aislamiento de pobladores bajo un intensa nevazón que vino acompañado por menos 14 ° C.
Para Juan Radrigrán los personajes interpretan retratos de una sociedad afectada por las condiciones de vida.
“Todo lo subterráneo de la familia empieza a aflorar, todo lo que ellos han padecido salen a luz, pero lo central es que ni siquiera pueden enterrar al muerto, quien por lo demás era un tipo horrendamente malo y lo castigaron de manera muy extraña. Es una comedia negra, negra, pero es más comedia que tragedia”, comentó.
Para Amèlie Videau el mensaje de la obra trata tópicos universales. “Es una historia que se pregunta ¿Quién soy? ¿Dónde estoy? ¿Qué puedo llegar a hacer? Habla del miedo a atreverse a amar, a cambiar. Trata de personajes siempre en tensión que muestra la realidad de aquello. La dramaturgia lo que hace es trabajar esas preguntas dejando al final a los personajes encerrados en su espacio”, señaló.
En la pieza teatral hay amor, hay falencias emocionales, fracaso y frustración, “pero no siempre la pasan mal los personajes” apunta Radrigán. Es una fantasía de un sueño de querer amar y ser amado, que lleva a la desolación, por ello el nombre de “Malquerencia”, comenta Amèlie Videau, “ya que hablamos de un personaje limítrofe que no puede encontrarse con el amor que sueña”.
Este trabajo se enmarcó en el taller de dramaturgia que el autor realizó a lo largo de Chile, en específico en Magallanes. De esta experiencia Radrigán reflexiona sobre los procesos creativos a los que se someten los artistas emergentes ante la falta de apoyo y financiamiento.
¿Cómo fue para usted viajar durante un año a una región tan extrema como Magallanes?
Ha sido duro, porque yo iba una vez al mes. Ellas tienen mucho bagaje, mucho teatro en el cuerpo y no les costó ni actoral ni artisticamente, era la distancia lo que impidió que fuera el trabajo más rápido y acucioso.
Es una obra aplicable en todas partes, porque a lo largo de Chile son los mismos valores y semi esperanzas.
La experiencia sin embargo, ha sido buena, ha sido positiva. Hacer estos talleres a distancia me ha generado mucha satisfacción. El problema de los talleres es que termina el proceso dramatúrgico y no hay como montar, que es la fase más importante para que no quede el escrito y muera ahí. Lamentablemente es lo que sucede en el 60 o 70 por ciento de las veces. Cuando hago talleres en regiones como Arica o Antofagasta suelen ir contadores, gente que trabaja en bancos, gente que no ha tenido la oportunidad de estudiar en otro tiempo. Son personas que están desconectados del mundo artístico y que terminan y no pueden montar sus obras. Es entonces ahí cuando se produce la mayor pérdida.
La dramaturgia está bien, lo que pasa es que no la conocemos bien porque el mal endémico del teatro es la falta de espacios y de recursos.
¿Cómo ve el panorama del teatro independiente?
Me ha gustado mucho algo que ha ido creciendo, que es una riada de actores y actrices que comienzan a trabajar sin recursos y en lugares que no son salas de teatro, como casas abandonadas. Ese es el teatro que estoy viendo ahora y trato de ir a esos espacios desolados. Son artistas que no dependen de nadie, entonces hacen una revisión de la historia de Chile sin ponerse límites. Eso debería verse, pero no conozco a ningún crítico que haya visto esas obras, y al final es como si no existieran. No se trata de la dramaturgia, sino del resultado que hay, hay muchos artistas y muy buenos, el 90 por ciento tiene menos de 30 años y los viejos quedamos cinco.
¿Qué cambios se debería generar?
El apoyo tiene que ser dirigido hacia la posibilidad de crear espacios o buscar la forma que estas compañías pobres tengan acceso a las salas que existen, porque son inalcanzables para ellos. Nunca van a poder estar en el Centro Cultural Gabriela Mistral o en Matucana 100. No hay acceso, se debe buscar la forma de generar instancias en que les presten esos espacios, para que sepamos lo que está sucediendo en realidad con la dramaturgia, no lo que se está viendo en la cartelera, con Fondart y recursos, sino que el otro teatro que puja a puro pulso. Sobre eso hay que meditar, es una pérdida lamentable y encuentro sospechosa la falta de espacio.
¿Cómo sospechosa?
Creo que alguien no quiere que ese teatro se muestre, que estas cosas se digan, por la temáticas libres y sin límite que roza. Hay que esperar un poco porque todavía no se logra un camino, no se logra hacer algo contundente, pero va hacia allá, hay que tener paciencia y solucionar el problema del apoyo.
Chile no está para pagar siete mil pesos para entrar al teatro, eso no está al alcance de todos. Con eso se deja afuera a más de la mitad de los espectadores, hay que hacer un esfuerzo para que lo máximo sea dos mil pesos, yo creo que los actores estarían dispuestos, pero alguien es dueño de una sala y hay que mantenerla, entonces volvemos al problema.
El montaje “Malquerencia” se puede ver en el Espacio Patricio Bunster del Centro Cultural Matucana 100. Del 19 al 29 de marzo, de jueves a sábado a las 20 horas y los domingos a las 19 horas.