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El pueblo quería un Rey


Jueves 18 de junio 2015 20:10 hrs.


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¿No se quería un Rey? Pues ahí está él. El Rey que no le importa nada ni nadie. Que no le importa presumir de su auto de 173 millones ante millones de chilenos que se rompen lomo por 250 lucas mensuales. El Rey que no le importa pasar a llevar la confianza de su jefe; que le da lo mismo que lo vean tomando en un casino de noche cuando todo el mundo sabe que debería estar concentrado. Que le importa nada que lo graben apostando, tomando y tratando mal a quienes se le cruzan, porque él es el Rey. El Rey que le da un carajo manejar borracho su Ferrari por sobre los limites de velocidad arriesgando la vida de otros. Que le da lo mismo chocar otro auto por atrás y luego decir públicamente que “el otro tenía la culpa”, y que “no se preocupen porque él –el Rey- está bien”. El Rey que luego quiere escapar como un delincuente del choque sin hacerse responsable. El Rey que trata mal a carabineros (no por reivindicación social) sino simplemente porque el es “Vidal” y no saben con quién se están metiendo. El Rey que le dio lo mismo sus compañeros de equipo o la fanaticada que le dio su poder y corona. Le dio lo mismo los hinchas que lo entronaron en cada partido, y en cada portada de LUN, con ritos que dan más ceguera de poder que cualquier narcótico de la tierra de los mortales.

¿Y qué nos podría importar? Debería, porque nos afecta. Porque esos ritos alucinantes y exhaltatorios que lo llevaron de ser mortal como todos a ser un Rey-Dios que le hace creer que está por sobre todo y sobre todos, arrastrando a quien se le cruce: jefes, compañeros, conductores, carabineros, desconocidos, a todos nosotros, su sociedad.

Él y su Yo monstruoso, su titánico REY-EGO, fue lo que se construyó en estos años y es lo que vemos hoy destruirse -en full HD- en esa imagen de Ferrari tuerto. Ese Ferrari es una metáfora de la obsesión narcisista donde también se proyectan también los cortes de pelo y los tatuajes que buscan marcar la excepcionalidad de su propia individualidad distinta y endiosada.

El culto al YO a un nivel que sólo esta sociedad, estos tiempos, en estos días, se podía dar. El culto al YO del que sólo le importa llegar a su propia y egoísta meta, sin importarle sus menospreciados entornos: igual que un psicópata. Irresponsable de su sociedad, desconectado de toda empatía, de la responsabilidad con el resto, como si todo lo bueno y lo malo que es, sus virtudes y sus vicios, no fueran sino producto de todos quienes lo rodean.

Pero la ceguera del “Rey del Yo” -que es también el enemigo de los sueños colectivos, de la sociedad que se apiada y se reconoce en todos- lo construímos todos y ahora no nos podemos desentender.

Quienes dicen que siga jugando y que no importa lo que haya hecho porque “hay que ganar la copa”, pues que sepan que ellos también están construyendo esta sociedad de egoístas, que les da un carajo el menosprecio o el respeto del otro. Que no vengan a decir después, que el mundo está loco. Un partido de fútbol no puede valer todo.