El reciente, merecido y bien logrado triunfo de Colo-Colo sobre la Universidad Católica contrastó con la mediocre asistencia, la ausencia del público visitante y el frío ambiente que enmarcó uno de los mejores partidos del actual campeonato. Las gradas incompletas y el poco interés que genera el campeonato nacional no se explican únicamente por el fracaso del plan estadio seguro como muchos pregonan. Y si bien es cierto que el programa gubernamental no ha podido controlar ni dar solución al problema de la violencia y al miedo-repudio que producen las barras bravas en los verdaderos hinchas, una mirada más profunda nos muestra que esa incompetencia cuenta también con otros aliados que son más responsables todavía.
Hoy, los equipos profesionales ya no fundan sus ganancias principales en la venta de entradas al público y en su reemplazo han decidido llenarse de publicidad ética y estéticamente muy cuestionables. Además, y donde subyace el gran inconveniente, es que han reemplazado a la gente por los derechos televisivos y éstos se han convertido en el mayor ingreso de las concesionarias. Si bien los pagos por la transmisión televisiva de los partidos en el mundo entero es el sostén de la actividad futbolera, en nuestro país se ha vuelto el camino exclusivo y con ello han asignado a los hinchas un valor monetario inferior e innecesario que contrasta radicalmente con las grandes ligas del mundo.
De esta manera, los equipos chilenos han optado por tener menos público en las gradas ya que esa medida reduce significativamente los costos de seguridad y planificación de los encuentros deportivos. Del mismo modo libera a los dirigentes de la responsabilidad de cuidar y garantizar la seguridad de los eventos y el resultado termina afectándonos a todos. Por otra parte el espectáculo es de tan baja calidad que los reducidos aforos programados ni siquiera se completan y resulta vergonzosa la asistencia en las tribunas. Sin embargo y pese a ello, la publicidad y la televisión siguen aportando cuantiosas sumas de dinero. Claro está que a las concesionarias y a las cadenas televisivas el público no les afecta ni les preocupa pues ellos ya han firmado sus contratos y actualmente son los exclusivos dueños de la pelota.
La televisión no sólo ha dañado y modificado el espectáculo dentro de los estadios, sino también la formación y el tipo de público que sigue fecha a fecha el fútbol local. Los hinchas han sido reemplazados por aficionados que no practican deporte y que aprovechan las múltiples transmisiones para criticar, muchas veces infundadamente y desde la comodidad de su sillón, los desaciertos y fallos de los jugadores mientras engrosan su figura embutiendo los asados, los sándwiches y las bebidas que no podrían costear al interior del estadio gracias a los elevados precios que las concesionarias han impuesto unilateralmente y fuera de toda regulación y justicia. Esto es algo que debe ser revisado por el SERNAC y los organismos encargados de protegernos. Si vamos a ser tratados únicamente como consumidores entonces al menos que se respeten los derechos más básicos inherentes a ese estatus. Eso sería lo mínimo.
Sumado a lo anterior, la mediocridad de los dirigentes actuales y sus alianzas comerciales impiden el crecimiento de la actividad y su utilitaria forma de ver el deporte ha ido mermando el interés, la ampliación de su práctica y la calidad de la misma. La televisión ha sido un socio perfecto en ese pueril objetivo pues garantiza los ingresos sin hacer ningún esfuerzo y recoge las ganancias para su bolsillo. Esa misma danza de millones explica quizá la poca profundidad en las medidas de seguridad y de contención de la violencia por parte de los gobiernos de turno. Nadie quiere gastar en lo que no se valora ni da plata extra. No importa que cambien al presidente de la ANFP, no importa que juzguen al anterior. Lo que está podrido es que el fútbol se trate sólo como un negocio y se desprecien las bondades de su práctica, la justa competencia, el espectáculo deportivo y a los hinchas que en definitiva merecen mucho más.
Pero el mayor daño se presenta en la formación de los futuros futbolistas. Ver un partido por televisión no tiene nada que ver con acudir directamente al estadio. No sólo es el ambiente pues las cámaras muestran exclusivamente el segmento de la cancha donde se produce la acción de juego y con esto nos perdemos la posibilidad de apreciar los movimientos colectivos posicionales y los diferentes enfrentamientos que se producen antes de que la pelota llegue a un determinado sector del campo. Sumado a ello hay que aguantar a los relatores y comentaristas y sus aburridas reflexiones. En mi experiencia como formador insisto mucho en que los niños y jóvenes acudan a ver fútbol a los estadios porque es ahí donde pueden observar un montón de acciones y situaciones que la televisión omite. Por dar un ejemplo: la pugna física que se produce entre defensas y delanteros antes de la llegada del balón o de la corrida buscando el espacio vacío. En ese cuerpo a cuerpo de habilidades, fuerza, velocidad y potencia radican las ventajas que posteriormente pueden generar profundidad, goles o la imposibilidad de convertirlos gracias al correcto trabajo defensivo. El resultado termina siendo que la gente entienda poco y observe menos, volviéndose analfabetas del juego y perdiéndose la mejor parte del mismo.
Muchos futbolistas se quejan de que la gente común y corriente critica sin saber nada de fútbol y en parte tienen razón. Sin embargo, habría que agregar que también muchos de los futbolistas profesionales tampoco poseen buena formación ni comprenden a cabalidad el juego que practican. La televisión ha deformado completamente la forma de ver y comprender el fútbol y producto de esa segmentación hoy solo merecen admiración las grandes figuras. Marcelo Bielsa le dijo a Josep Guardiola que ver el talento de Messi no era una habilidad especial pues de ella se daba cuenta cualquiera aunque no entienda nada de fútbol y estaba en lo cierto. Pero Messi hay uno solo y en verdad la capacidad de los técnicos o los observadores debe radicar en descubrir cualidades en los jugadores que nadie aprecia o admira y entrenarla con el objetivo de llevarla a su máxima expresión. Hoy gracias a la televisión y contrario a lo que muchos esperaban, esa posibilidad ha sido reducida pues menos niños juegan cotidianamente al fútbol y los encargados de observarlos se limitan a los vídeos y poseen cada vez menos herramientas prácticas. Del mismo modo como los médicos de ahora no pueden diagnosticar casi nada sin un examen específico, la mayor parte de los que miran fútbol son incapaces de reconocer y entender las bases que sustentan el juego. No se puede olvidar que éste es un deporte colectivo, que cada jugador posee funciones diferentes dentro de la cancha y que obviamente las habilidades individuales están inmersas en una estrategia grupal que es definitivamente más relevante que el éxito personal.
Si queremos que vuelva la gente a los estadios debemos cambiar el enfoque y ser más responsables con nuestras decisiones individuales. Terminar con la violencia es responsabilidad de todos pero en un grado mayor de los dirigentes políticos y deportivos y es hora de resolverlo definitivamente. Ese es sólo el primer paso, después hay que elevar la calidad del juego, reducir los costos de las entradas y los productos relacionados, formar buenos jugadores, aumentar la adhesión y la identificación de los clubes con sus hinchas. También debemos tomar medidas que masifiquen la práctica deportiva y permitan dejar de lado el control remoto. La próxima vez que piense en comprar un paquete premium para ver todo el fútbol por televisión mejor destine una parte de su dinero para fortalecer a los equipos de barrio y las competencias infantiles. No sea que sus recursos terminen, tras una larga y perversa cadena, en los bolsillos de los mismos que hoy todos criticamos.