Primer sentido: La vista
En conversaciones con diversos grupos de feministas he escuchado decir varias veces cómo sienten dolor físico cuando escuchan en las noticias algún caso de femicidio, cumplido o frustrado, mientras se relatan los macabros detalles del crimen. Es un escalofrío que viene de la mano de la empatía, del sentirse, como dice el dicho, bajo la piel del otro o, en este caso, de la otra.
La psicología explica que la representación social del mundo se percibe a través de la sensación. Dentro de la jerarquía de los cinco sentidos humanos, el primero es la vista.
El caso de Nabila Rifo, mujer de 28 años y madre de cuatro hijos, ha impactado a la sociedad y ha obligado a instalar el tema de la violencia de género como debate prioritario. Nabila fue golpeada hasta desmayarse, luego le sacaron los ojos y la abandonaron en la calle. Era la madrugada del sábado 14 de mayo, cuando fue hallada por Carabineros a tres cuadras de su domicilio en Coyhaique. Cuatro días más tarde, encontraron al principal sospechoso de su agresión, un hombre identificado como Mauricio Ortega, ex pareja de Rifo.
Para la periodista y encargada de educación en el Instituto de la Mujer, Tamara Vidaurrazaga, la violencia ha alcanzado un nivel insospechado. “Hay un nivel de violencia que cae incluso en la tortura contra las mujeres, por lo tanto lo primero es decir que esto no es una excepción”, dice categórica Vidaurrazaga.
Tan macabro nos parecía este caso, que lo pensamos como único dentro de la extensa historia de maltratos hacia las mujeres, hasta que apareció Carola Barría, una mujer de Punta Arenas que vivió la misma pesadilla en 2013, a manos de su ex marido.
Un acto sórdido lleno de simbolismos. Se pierde la vista y con ella queda en la memoria lo último que se imprimió en la retina: la imagen del agresor.
Tamara Vidaurrázaga explica que no se trata sólo de hechos aislado, pues “es importante entender esto como una cadena de violencias, como un sinnúmero de violencias que las mujeres vivimos todos los días. Y que hacen que sea posible que una violencia tan cruel como la que estamos viendo que le sucedió a Nabila, no haya sido observada ni detenida a tiempo”.
Segundo sentido: El olfato
Hace unos días agentes de la policía local de Vigo, en España, detuvieron a un hombre de 38 años por agredir a su pareja, a quien le rompió la nariz. Los policías encontraron a la mujer con la cara ensangrentada y a un hombre que la sujetaba impidiendo que se acercara a la puerta para abrirla. La violencia machista, transversal en clases sociales y culturas, cruza fronteras y se presenta en países de Oriente y Occidente bajo las mismas formas de dominación y pertenencia sobre los cuerpos de las mujeres.
Volviendo a Chile, apenas comenzaba el año en curso, el día 2, un caluroso sábado de verano, Claudia González Ovalle, una mujer de 36 años, madre de una niña de 15 y de un niño de 9, se convertía en la primera víctima de femicidio, asesinada por su conviviente en la comuna de Recoleta.
González encabeza una lista que cuatro meses después está compuesta por 19 nombres, las más variadas edades y procedencias, pero todas con el mismo denominador común: asesinadas de manera macabra por un hombre que fue su cónyuge, pareja, conviviente o esposo. Alguien a quien en otro momento, quizás sólo al principio o quizás por unos años, las unió un sentimiento de amor y protección.
Tercer sentido: El oído
En Perú, Edwin Dávila Zuleta le arrancó la oreja a su ex pareja, cuando fue hasta la casa de ésta a buscar al hijo en común. La mujer, Kelly Valentín Alcántar al ver que el hombre se encontraba ebrio se habría negado a entregárselo por lo que Dávila la agredió causándole severos daños en la audición.
Estos últimos meses el tema parece recurrente. Aparece en la prensa, se escriben columnas, las víctimas ocupan espacios en matinales de televisión y miles de personas asisten a la marcha del 8 de marzo en que se reivindica la lucha de las mujeres. Fue justo al día siguiente de esta demostración masiva de repudio al machismo, cuando la realidad nos anunció que otra mujer aparecía muerta, descuartizada, en las aguas del rio Mapocho. Las portadas de los diarios hablaban de una pareja de colombianos: Giuliana Andrea Acevedo, de 21 años, quien fue asesinada por su novio Erwin Mauricio Valdés Ortiz, de 25 años. Un crimen espeluznante que algunos medios de comunicación justificaron en los celos de Valdés Ortiz.
Cuarto sentido: El gusto
En Puerto Rico, una mujer de 22 años, embarazada de 7 meses, fue agredida por su esposo Alejandro Meléndez Rosado, quien la golpeó en la boca, luego de una violenta discusión. El hecho ocurrió en presencia de la hija de ambos de un año y ocho meses de edad.
Cuando se revisa la prensa en el mundo, se encuentran pistas de cómo las agresiones marcan los cuerpos de las mujeres, dejándolas muchas veces y como en el caso de la propia Nabila, con una discapacidad de por vida.
En abril pasado, el periódico español El País destacaba en sus páginas la alta cantidad de asesinatos de mujeres en Chile y apuntaba a la ineficiente legislación que no ha logrado frenar estas cifras.
Vidaurrazaga concuerda con este diario español pues para ella “algo está pasando que las instituciones están fallando, que las mujeres denuncian y a pesar de eso, no son suficientemente protegidas”
El medio europeo tomaba como ejemplo el caso de la adolescente Alison Calderón, de 17 años, cuyo cadáver fue encontrado enterrado en el patio de su colegio en El Bosque. La joven estudiante, estuvo cinco días desaparecida, pese a la desesperada campaña de búsqueda de sus familiares, hasta que la policía logró dar con el principal sospechoso: Julio Miranda, de 32 años, quien fue formalizado por la fiscalía por el delito de homicidio.
Esto ocurrió debido al vacío que presenta la ley 20.480 del año 2010, donde se establece por primera vez el delito de femicidio, el cual sólo considera a los crímenes perpetrados por parejas, ex parejas o con quien la mujer haya tenido un hijo. No contempla a los novios, a quienes matan a menores de edad u hombres que no tienen vínculo con la víctima.
“Yo creo que acá lo que falta es que la legislación tiene que adecuarse a la realidad y la realidad es que los femicidios no suceden solo en lo privado sino que también suceden en lo público. También suceden por parte de desconocidos, también suceden a las menores de edad, también suceden en el pololeo y eso es algo que la ley evidentemente queda al debe. Ahora los movimiento feministas contamos todos los femicidios”, subrayó Vidaurrazaga.
Por esos días, la ley chilena recordaba nuevamente cuán vulnerables son las mujeres en este país, cuando el Tribunal Oral de Ovalle dejó en libertad vigilada a un hombre condenado por femicidio frustrado al atacar con unas tijeras de podar a su esposa.
Aunque Marco Antonio Olmos Barraza le causó heridas de gravedad en diversas partes del cuerpo, el tribunal consideró como atenuante el “arrebato y obcecación” que le habría causado una infidelidad de su cónyuge.
El periódico El País apuntaba a que es la precariedad de la ley la que provoca que los crímenes contra las mujeres no se castiguen con firmeza y afecta la contabilización efectiva de un fenómeno que Chile no ha logrado ni dimensionar ni detener.
Quinto sentido: El tacto
Hace dos años en Ecuador, la policía informó que Andrés Franco cortó con un machete las manos de su ex pareja Jessica Ruiz. La víctima tardó una semana en hacer público su caso y luego se sometió a terapias psicológicas y la implantación de prótesis.
Un catastro que causa escalofríos, pero que obliga a la sociedad a cuestionarse qué está pasando, qué está fallando y cómo se puede detener. Una sociedad que parece haber perdido la capacidad de solidarizar con el dolor ajeno. Pareciera que para poder sentirnos en la piel de otra tenemos que imaginarnos que se trata de nuestra madre, nuestra hija o nuestra hermana. No basta con saber que a una desconocida le sucedió. Sólo cada tanto nos sorprende cuando un caso extremo de violencia remece y evidencia a las otras víctimas que fueron ignoradas, porque, entre comillas, no pasó a mayores o simplemente no marcó ninguna pauta editorial.
Ayer, Nabila Rifo presentó leves avances. Respondió a preguntas y estímulos aunque aún no está en condiciones de hablar, según indicó su médico Mario Henríquez. El Estado, sin embargo, tiene la obligación de responder. Y nosotros y nosotras, también.