La creación de un ministerio de Ciencia y Tecnología es uno de los compromisos de campaña de la Presidenta Michelle Bachelet. En enero pasado, la mandataria se comprometió a enviar un proyecto de ley a más tardar en agosto de este año, que permita que la nueva institucionalidad esté funcionando ya en 2017.
Desde hace años, el ministerio es una demanda transversal en la comunidad científica, pero los anuncios no han sido suficientes. Hoy, no todos están conformes con el desarrollo que ha tenido la iniciativa, que deriva de las propuestas entregadas por la Comisión Presidencial de Ciencia para el Desarrollo de Chile.
Prueba de lo anterior es que en los últimos días, más de 650 investigadores en artes y humanidades firmaron e hicieron circular una carta abierta que exige “una participación vinculante en el diseño de una nueva ley y un nuevo Ministerio de Ciencia y Tecnología”.
El documento, firmado por académicos de universidades públicas y privadas de diferentes ciudades del país, indica que “una nueva institucionalidad para la investigación en Chile no puede ser creada a espaldas de sus protagonistas. Nosotros, como investigadores en arte y humanidades, somos actores relevantes de la comunidad productiva y conocemos mejor que nadie los aspectos positivos y negativos del actual diseño”.
“Nuestra demanda tiene que ver con que nos llamen, que nos consulten nuestra opinión sobre los temas que tienen que ver con las humanidades y las artes, porque sentimos que se está haciendo totalmente a espaldas de nosotros”, dice Lorena Amaro, académica del Instituto de Estética de la Universidad Católica.q
“Nadie nos ha consultado y en esa comisión presidencial no hay nadie que tenga una noción de lo que estamos haciendo. No hay un Grínor Rojo, no hay un Bernardo Subercaseaux, no hay una Carla Cordua, no hay nadie que venga de la filosofía o las humanidades, que tenga una larga trayectoria y que esté dando su parecer en este ámbito”, añade.
Aunque la carta ha circulado en los últimos días, el malestar es anterior. Las primeras reuniones entre académicos se realizaron en enero, luego de la renuncia de Bernabé Santelices a la Comisión Nacional de Investigación Científica y Tecnológica (Conicyt), que ahora preside el astrónomo Mario Hamuy.
“En ese momento hubo una serie de reacciones y nos dimos cuenta que no se nos estaba consultando nuestro parecer ni teníamos representación”, cuenta Lorena Amaro. En esas reuniones también se abordaron otros temas, como la gestión de los fondos para investigación y la necesidad de contactarse también con otras instituciones, como el Consejo de la Cultura y la Comisión Nacional de Acreditación.
Uno de los problemas que se diagnosticaron, por ejemplo, fue la subordinación de las artes y humanidades a los métodos y formas de validación de la ciencia y la tecnología.
Según dice Carolina Gainza, profesora de la Escuela de Literatura Creativa de la Universidad Diego Portales, “cada vez se han ido aplicando más criterios provenientes de las ciencias a la investigación en artes y humanidades. Son criterios de productividad y de valor, pero en relación a un producto inmediato y eso no siempre existe en nuestra área. Muchas veces, el tipo de investigación es de largo plazo y la producción es más abstracta, conceptual, lo que termina no siendo considerado. Esas especificidades del tipo de investigación que realizamos no se consideran hoy en las políticas de investigación”.
La carta apunta a una serie de aspectos que debe considerar la nueva institucionalidad: “el trabajo de investigación en regiones (descentralización); la asociatividad de las disciplinas (interdisciplinariedad) (…) la libre postulación a los fondos, sin la obligatoriedad de una filiación institucional; la investigación colaborativa y no sólo la competencia entre los investigadores”, son algunos de ellos.
Finalmente, también considera que el problema es parte de la “situación crítica” de la educación chilena: “No podemos limitar nuestro proyecto educativo a la meta de formar personas económicamente productivas, sino que debemos ampliar el horizonte más allá del restrictivo concepto de ‘capital humano’ y proponer nuevas formas de desarrollo social”, concluye.