Diario y Radio Universidad Chile

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La ciencia y la vida


Lunes 13 de junio 2016 8:50 hrs.


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En estos días pasados los medios se hacían eco de un encuentro que aglutinó a lo más granado de la comunidad científica mundial. Fue en Chicago y lo convocaba la Asociación  Americana de Oncología Clínica. He dicho que los medios se hacían eco, y me doy cuenta de que con esa formulación rotunda estoy faltando notablemente a la verdad: la mayoría de medios no se han hecho eco de nada. Y los que sí, han hablado con la boca pequeña, como si tuvieran más interés en que ese acontecimiento pasara inadvertido que en llamar la atención sobre él. Y sin embargo, se trataba de una noticia que debería encender las alarmas. Sonoras, visuales y de conciencia.

Entrevistados algunos oncólogos que asistieron al encuentro, informaban sobre la absoluta incapacidad de pagar los tratamientos contra el cáncer en un futuro inmediato. El elevado costo hace que ahora mismo cualquier enfermo oncológico pueda tener serias restricciones para acceder a un medicamento eficaz o al menos explícitamente indicado para su caso, pero de aquí a nada -nos auguran- no habrá ni siquiera esa posibilidad. Los oncólogos hablan del costo. Pero sabemos que siempre hay más que eso: el escaso compromiso, o directamente el desinterés, de las administraciones; la falta de diálogo entre burócratas y especialistas; la carga que se pone en la prevención que es, a la postre, no solo un medio de control para frenar el gasto sino para cargar sobre las espaldas del enfermo, presente, futuro o futurible, la responsabilidad de un proceso patológico. 

Sea como fuere, el debate estaba servido. Sobre todo porque uno de los gurúes había abierto la caja de los truenos más temida: la de si hay que dedicar grandes inversiones a los remedios paliativos y centrarse más en lo curativo. El debate, detrás del que se adivina el gran fantasma de la ética, está ahí, nunca ha dejado de estar -como el dinosaurio de Monterroso-. Varias voces empezaron a argumentar que era mejor invertir en lo curativo. Que no tiene sentido gastar pólvora en salvas cuando la vida se escurre. El problema está en quién decide qué: cuándo es el momento de claudicar, por qué y cómo hacerlo, en qué medida se puede ser radicalmente lúcido y consciente como para determinar si lo que acortamos, al renunciar a un tratamiento o al elegirlo, es la vida o la agonía. Los medicamentos para “alargar la vida” han de existir y se ha de invertir en ellos, porque nadie, ni siquiera los médicos, pueden inmiscuirse en la experiencia personal de querer seguir viviendo pese a todo, aunque la esperanza esté perdida -qué animal extraño, la esperanza-. Y muchas veces hay que prescindir del consejo médico y obedecer más bien a un instinto ciego que te indique si hacer el esfuerzo o soltar las amarras: los médicos, a fin de cuentas, muchas veces son beneficiarios de las farmacéuticas (con esto no digo nada que no se sepa) y, por lo tanto, hay que tomar con cautela sus apreciaciones en momentos tan duros y delicados. 

A mí lo que me inquieta es que las industrias farmacéuticas sean (únicamente) empresas que persiguen ganancias y que la ciencia haya de estar supeditada a sus exigencias para subsistir. Por lo tanto, nada más alejado de esa visión romántica en que la ciencia está al servicio de la mejora de nuestra calidad de vida. La calidad de vida, como algo cuantificable, precisamente lo inventaron ellas, las farmacéuticas, cuando dejaron de ser pura química para convertirse en un valor de mercado. Por eso me preocupa que se ponga una línea divisoria, que al final será socio-económica, entre el puñado de personas que podrán optar a la curación, porque su bolsillo se lo permitirá, y los que no. O que se deje de suministrar medicación para alargar la vida, si es voluntad de un enfermo que ello ocurra, así sea por dos meses, dos semanas o dos días. O para acortarla y ayudar en lo que se llama “muerte digna”, aunque eso es otro debate, otra caja de truenos que hoy no vamos a abrir. Es evidente que todo eso le cuesta dinero al contribuyente: la terapéutica o es humana o no es. Además, ¿verdad que no querríamos vernos en la tesitura de quien está al otro lado de la barricada, para por fin darnos cuenta de que, en ocasiones, venderíamos nuestra alma al diablo por un par de minutos en que nos permitan seguir respirando?