Manual para Libreros es una obra escrita por Tanya Ringewaldt, una mujer que se formó en la Escuela de Libreros de Seckbach/Frankfurt y que salió del mundo cultural europeo para radicarse en México, para trabajar en la Gandhi, acaso la cadena de librerías más importante de América Latina. Manual para libreros resume la experiencia de quien fue formada en Europa y ejerció su oficio en nuestro continente, que de manera muy didáctica revisa los aspectos de un quehacer muy desconocido en Chile, como que ni siquiera contamos con una escuela que forme a nuestros libreros.
Por eso no es algo menor cuando ella dice que un buen librero es alguien “imprescindible, que orienta al mercado, que enaltece el libro y la profesión, que es el escalón perfecto entre la oferta y la demanda cultural y también un buen comerciante.”
Es tanto el desconocimiento que aun no es raro en Chile que cuando preguntamos por una librería nos conduzcan a un lugar donde encontramos cuadernos, lápices y gomas de pegar… La librería entendida como el lugar donde viven los libros fue más popular en lo que llamamos el Chile republicano y cambió radicalmente, casi muriendo de inanición durante la dictadura.
Recién, hace menos de una década, nuestra ciudad se ha sido lentamente reforestando de librerías, concentrando eso sí más del 50 por ciento de ellas en la Región Metropolitana. Porque hoy existen ciudades en Chile donde no hay ninguna librería. El Estado abrió una línea de fomento a las librerías a través del Fondo del Libro y la Lectura que ha permitido paliar la escases de librerías en regiones, pero aún es insuficiente. El estudio más reciente sobre librerías en Chile lo realizó en 2014 Valentina Riberi y estableció que entonces habían 208 librerías, de las cuales más del 80 por ciento solo tenía un punto de venta, es decir, un solo local. Pero ese número ha ido creciendo, a través de las franquicias de las librerías Qué Leo, que ha sido un fenómeno muy interesante en esta industria. Pero sobre todo, por esos pequeños esfuerzos, que tienen mucho de quijotada, cuando casi nadie se hace rico poniendo una librería, porque se trata de una empresa compleja que maneja millares de títulos o productos, que son esos libros, esos bienes culturales de primera necesidad.
La buena noticia es que ha nacido una nueva librería en nuestra capital. Una librería que viene a saldar el gran déficit de librerías de nuestro país, aunque se localiza en la Región Metropolitana que es donde se concentran el 50% de las librerías del país, cuya estructura tiene a dos cadenas enormes que a su vez, tienen en sus más cerca del 55 por ciento de la venta de libros en todo Chile.
Una nueva librería es aire fresco, más aun cuando es producto de un esfuerzo colectivo. La Librería de la Cooperativa de Editores de la Furia corresponde al punto de venta del trabajo que desarrollan 35 editoriales nacionales, las más pequeñas del mercado, que se caracterizan por su independencia y el espíritu colaborativo. Por lo mismo es que alegra ver cómo fructifican estos negocios que en nuestra historia editorial llevan el sello familiar, y hoy las nuevas generaciones le han impreso el gesto cooperador.
En el mismo estudio citado antes del año 2014 de Valentina Riberi, se le preguntaba a los libreros sobre la profesionalización y la necesidad de capacitar al personal que atiende la librería, y solo un 17 por ciento de ellos consideró que era importante tener más que personas que consulten computadores, a hombre y mujeres conocedores del oficio, y esperamos que los jóvenes furiosos de una clase magistral en este sentido, que demuestren que la precariedad de recursos no implica un servicio poco especializado. Porque necesitamos a buenos libreros para que nos recomienden esos libros que estamos esperando porque, como dice Tanya Ringewaldt, ellos son “imprescindibles, porque enaltecen el libro y la profesión y porque son ese escalón perfecto entre la oferta y la demanda cultural”.
Mi pregunta para este fin de semana: ¿quién es su librero?