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Así que la Mona Lisa era feliz

Columna de opinión por Vivian Lavín A.
Lunes 13 de marzo 2017 7:43 hrs.


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Acaso el cuadro más famoso de Leonardo Da Vinci, la Gioconda, aquel de la enigmática sonrisa, ha sido descifrado por un equipo de científicos de la Universidad de Friburgo. Los alemanes concluyeron que la señora ofrece un gesto de felicidad, y no de ironía o melancolía, como se ha especulado por 500 años.

¿De qué manera cambia para cada uno nosotros la apreciación de este cuadro a la luz del concluyente estudio? Mucho, poco o nada, porque depende de la aproximación emocional que cada uno haya tenido con la obra que lo que la ciencia nos diga sobre ella. Entre la neurociencia y la psicología hay una frontera muy borrosa, que es lo mismo decir, que entre lo que nosotros percibimos y lo que realmente sucede, no hay un ajuste exacto. Porque muy a pesar de los neurocientíficos alemanes muchas personas seguirán compadeciendo a la Gioconda por su evidente tristeza más que alegrarse por su curiosa felicidad.

Esa brecha entre lo que es y lo que finalmente percibimos de la realidad, la grafica muy bien el matemático John A. Paulos, quien ha estudiado el impacto psicológico de los números. Esta relación la grafica de la siguiente manera: “Cada año, mueren 300 mil estadounidenses por efecto del tabaco, que es como si tres jumbos chocaran cada día lleno de fumadores (…). Sin embargo, la gente está aterrorizada por un ataque terrorista, cuya probabilidad es minúscula”, en comparación con la posibilidad de morir por la adicción al tabaco. Si los norteamericanos vieran cada día a esos tres enormes aviones explotar frente a ellos, es posible que temieran más al poder de un cigarro que al de ISIS.

Encontramos aquí una hebra de la enorme madeja que nos permite entender cómo somos manipulados o, lo que es peor, cómo nos dejamos manipular por cierta información. Así, la millonaria pensión que obtuvo Myriam Olate de más de 5 millones de pesos mensuales desató una enorme ira colectiva. No era difícil imaginar lo que permite una jubilación de ese monto y la gran cantidad de posibilidades que esa suma abría. De la misma manera, una cantidad muchísimo mayor, como los 10 mil millones de pesos defraudados al fisco por un grupo de altos oficiales de Carabineros, cuyo número aumenta cada día, resulta más difícil de aprehender, porque aun no le ponemos el rostro a los inculpados, ni sabemos qué han hecho con el dinero y lo peor, lo que resulta difícil, una vez más para la inmensa mayoría de los chilenos, imaginar qué obras de infraestructura pública se podrían haber financiado con ese dinero, por ejemplo. Así, entonces, hay más gente enfurecida por la ex pensión de la periodista que por uno de los mayores desfalcos de la historia de Carabineros.

Las cifras que se registran en la agenda noticiosa de cada día impactan de manera muy diferente dependiendo de cómo se comuniquen. Por eso es que la alerta de la ONU, por ejemplo, sobre la mayor hambruna desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, con el riesgo de que más de 20 millones de personas mueran por falta de alimentos este 2017, no es tópico de conversación pública ni escándalo universal. Como tampoco el inminente traspaso de 408 mil hectáreas al fisco, casi la misma cantidad de tierras afectadas por la ola estival de incendios, por parte de las fundaciones herederas de Douglas Tompkins para cumplir con el compromiso contraído por el malhadado empresario estadounidense hace décadas y sobre el cual tanto se especuló en contrario. Preferimos o, mejor dicho, prefieren entregarnos ciertos guarismos que nos impactan y que quedan como “anclas” en nuestro imaginario y sobre las cuales construimos nuestras opiniones y puntos de vista, desatendiendo otras realidades, evidentes y contrastables.

Y es que esas certezas, finalmente, las que nos impresionan en lo psicológico o emocional,  son las que nos dan la seguridad para seguir argumentando y creyendo en nuestra propia versión de la realidad. He ahí el punto: no hay una realidad, sino que múltiples versiones de ella y de dónde obtengamos esa imagen es cómo terminaremos entendiéndola. Esto es lo que comprendió muy bien Agustín Edwards Eastman, el dueño de El Mercurio, de quien poco se ha dicho respecto del rol de él su familia en la construcción de nuestra nación, de su compromiso con el Golpe Militar y su manera de elegir ciertas cifras para explicarnos su propia versión de la realidad a través de un medio que logró que fuera diariamente necesario. Un medio en el que vemos a un Chile que no sabemos si sonríe de tristeza o de alegría, como la Gioconda.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.