La DC y la falsa ilusión del éxito presidencial

Los DC históricos han vuelto de la mano de El Mercurio. Mariana Aylwin aparece todos los días en ese periódico. Su diminuto movimiento llamado “Progresismo con progreso” recibe en ese medio una difusión digna de un partido hegemónico. Otros díscolos derechistas, como Edmundo Pérez Yoma y los tres hermanos Walker, también se aprovechan del megáfono que le otorga el diario del moribundo Agustín Edwards.

Los DC históricos han vuelto de la mano de El Mercurio. Mariana Aylwin aparece todos los días en ese periódico. Su diminuto movimiento llamado “Progresismo con progreso” recibe en ese medio una difusión digna de un partido hegemónico. Otros díscolos derechistas, como Edmundo Pérez Yoma y los tres hermanos Walker, también se aprovechan del megáfono que le otorga el diario del moribundo Agustín Edwards.

La Democracia Cristiana es actualmente el partido político más hiperventilado del país.

Al igual que los fanáticos de Colo Colo, que cada vez que su equipo va bien proclaman con entusiasmo que se siente el mismo ambiente de 1991 (cuando conquistaron la Copa Libertadores), los militantes de la DC cada cierto tiempo sienten que el entorno político huele a la Marcha de la Patria Joven que en 1964 llevó al poder a Eduardo Frei Montalva.

Sin embargo, las razones del renovado entusiasmo de la DC sólo la entienden sus propios militantes y tiene poco asidero en la realidad, al igual que el desempeño futbolístico sudamericano del popular equipo chileno.

Hay tres factores que hacen que la DC caiga en la trampa de lo que Daniel Kahneman, el psicólogo que ganó el Premio Nobel de Economía en 2002, ha llamado “la falsa ilusión del éxito”.

El primero es que ese partido es el único que ya ha logrado refichar a suficientes militantes como para asegurar su existencia legal. Desde el Partido Comunista hasta la Unión Demócrata Independiente, ninguna otra organización política tradicional llega aún a la meta. Se trata de un envío anímico importante que coloca a la DC por encima de los demás. Pero hay que mantener la perspectiva. Inscribir a 18 mil o hasta 30 mil miembros nuevos o antiguos es todo un logro dada la paupérrima situación de los partidos, pero está a años luz de constituir un movimiento ciudadano sólido. Como reza el antiguo dicho: “En el país de los ciegos, el tuerto es rey”.

El segundo elemento es la frescura que le ha dado a la DC la senadora Carolina Goic, convertida en la “niña símbolo” del supuesto renacer demócrata cristiano. En enero fue ratificada por medio de elecciones internas como la líder del partido, y en la Junta Nacional del sábado pasado fue proclamada como pre candidata presidencial. A diferencia de su correligionario Claudio Orrego, cuya candidatura a las primarias de la Nueva Mayoría en 2013 fue meramente testimonial, ahora los DC sienten que tienen una chance. Como la que tiene Colo Colo cada año en la Libertadores.

La diferencia es que hace cuatro años se presentaba una imbatible Michelle Bachelet en esas mismas primarias, mientras que ahora el candidato más popular del conglomerado oficialista es el senador Alejandro Guillier, un ex conductor de noticias independiente, sin vínculos partidistas con el oficialismo. Como la coalición de partidos que apoyó a Bachelet se está desmoronando, en gran parte debido a la oposición del ala más derechista de la propia DC, el incentivo de tratar de reeditar la hazaña de los años sesenta ronda en muchos militantes y figuras poderosas de la DC.

Esa fina línea entre seguir el camino propio, que era parte del ADN original de la DC, o cuadrarse dentro de una alianza de centroizquierda, que es lo que ese partido ha hecho durante el último cuarto de siglo, siempre ha tensionado a sus miembros. Esos dos polos de un partido, cuya existencia se debe más que nada a la Guerra Fría, han estado en choque permanente. Basta con recordar que a fines de 2007 el “colorín” Adolfo Zaldívar fue expulsado de ese partido para formar después un conglomerado que se alineó con la derecha y Sebastián Piñera.

Carolina Goic está consciente de estas tensiones internas y, de momento, ha optado por dar señales de unidad dentro de la coalición oficialista. Por ejemplo, ha dicho en varias ocasiones que prefiere ir a una primaria interna para dirimir el candidato de la Nueva Mayoría, en vez de aventurarse a llegar en solitario a la primera vuelta presidencial en noviembre.

El tercer factor son los cantos de sirena para tomar esa segunda senda y que son cada vez más fuertes. Y esas melodías encantadas provienen de su propio partido y de algunos los periódicos que, día a día, le dan amplia cobertura a esas voces. Los DC históricos que participaron activamente de la antigua Concertación, pero que hoy están reducidos a meros observadores externos, han vuelto en gloria y majestad de la mano del diario El Mercurio. Mariana Aylwin, quien protagonizó un bochornoso episodio después de que se le negara la entrada a Cuba para participar en un acto opositor, aparece todos los días en ese periódico. Su diminuto movimiento interno llamado “Progresismo con progreso”, al cual adscribe un puñado de militantes derechistas de la DC, recibe diariamente en ese medio una difusión digna de un partido hegemónico. Otros díscolos derechistas de ese partido, como Edmundo Pérez Yoma y los tres hermanos Walker, también se aprovechan del megáfono que les otorga de manera gratuita el diario del moribundo Agustín Edwards.

En la lógica del muñequeo partidista y del poder, esos miembros de la DC no se han dado cuenta –o no les importa, o acaso lo aprovechan- que la derecha permanente, encarnada en El Mercurio, sigue la antigua táctica de la izquierda revolucionaria: acentuar las contradicciones.

La DC necesita ponerle paños fríos a su ansiedad de poder y darse cuenta que está sumergida en una burbuja política. Muy pocos chilenos saben quién es Carolina Goic. Menos aún militan en la DC. La última vez que ese partido tuvo un candidato competitivo a la presidencia fue en 1993. Ha pasado más de un cuarto de siglo. Esa es su realidad.





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