9.05 de la mañana.
Aunque el sol ya alumbra, el Parque de los Reyes todavía está empapado de la lluvia de la noche anterior. El centro de Santiago se levanta, el frío no cede y la gente transita abrigada hasta las orejas. Es sábado y recién comienza la jornada, pero Paolo Bortolameolli ya está agitando sus brazos ante las decenas de músicos adolescentes que ensayan en el Salón Fernando Rosas, una de las salas que la Fundación de Orquestas Juveniles e Infantiles (FOJI) tiene detrás de la Estación Mapocho.
Una y otra vez, le pide a los violinistas que tiene junto a él que repitan un pasaje de Una noche en el monte calvo, el poema sinfónico de Modest Mussorgsky. “Metronómicamente está exacto, pero esto no es así”, le dice más tarde a las cuerdas, y vuelve sobre otro fragmento de la obra. Minutos más tarde, levantando la voz, da el capítulo por cerrado: “¡Quedó, quedó! Eso está perfecto”.
Bortolameolli, con estudios de piano en la Universidad Católica y de dirección en la Universidad de Chile, se fue hace rato del país. Primero partió a estudiar a Yale y luego siguió en el Peabody Institute. Entre medio, comenzó a dirigir orquestas. En Chile, ha estado al frente de la Sinfónica Nacional, de la Filarmónica de Santiago, de la Orquesta de Cámara, de la Orquesta Clásica de la Usach y de la Orquesta de la Universidad de Concepción. En el extranjero debutó en 2011, con la Sinfónica de Perú, y desde entonces ha encabezado conciertos en Estados Unidos, pero también en países cercanos y lejanos, como España, Suiza, Argentina o Estonia.
Hoy vive en Boston, desde donde asumirá su mayor desafío hasta ahora, el que lo ha tenido en las páginas de los diarios en los últimos días: en septiembre, se convertirá oficialmente en el director asistente de la Filarmónica de Los Angeles, donde secundará al venezolano Gustavo Dudamel.
Esta mañana, sin embargo, Paolo Bortolameolli está en esta sala, junto al río Mapocho, y su único anhelo parece ser que los jóvenes músicos de la Orquesta Sinfónica Estudiantil Metropolitana (OSEM) que tiene al frente toquen lo más perfecta posible esa obra de Mussorgsky. O el “Mambo”, un enérgico fragmento del West side story de Leonard Bernstein que también prepara junto a la orquesta.
¡Mambo!, gritan todos los miembros de la orquesta en un pasaje y Bortolameolli los azuza levantando el puño.
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10.41 de la mañana.
Todos se reparten galletas y jugos para reponer energías. Bortolameolli también los tiene en sus manos, pero no pone pausa. El receso, dice, es el único momento en que tenemos tiempo para hablar de la secuencia de nueve conciertos que inicia este jueves 17 y que lo tendrá hasta la próxima semana en varios escenarios de Santiago (detalles al final de la nota).
Serán tres orquestas y tres repertorios diferentes. Radicalmente diferentes, en algunos casos, porque en diez días dirigirá obras de Mozart, Beethoven, Mahler, Mussorgsky, Bernstein y Schönberg, además de varias piezas de autores chilenos que interpretará el ensamble Solístico de Santiago.
– ¿Cómo te las arreglas con toda esta música?
– ¡No sé! – dice Paolo Bortolameolli, estallando en una carcajada. Ya estoy acostumbrado. Bueno, por supuesto, hay mucho estudio desde antes, no hay otra manera, Schönberg son meses y meses. Mahler es una sinfonía que ya conozco. Beethoven ya lo había hecho. Es repertorio que de alguna forma está en tu cuerpo. Lo que desgasta es la cantidad de ensayos que se necesitan. Hoy yo tengo tres.
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10.55 de la mañana.
Una y otra vez, los estudiantes de la OSEM repiten el inicio de la Sinfonía No. 1 de Beethoven. En los siguiente 30 minutos, Paolo Bortolameolli les da muchas indicaciones. En un momento, incluso se baja de la tarima desde la que dirige y le pide a los primeros y segundos violines que se miren, que se escuchen. En otro, les da consejos sobre cómo utilizar el arco. Es un ensayo de una orquesta, claro, pero también es un momento de enseñanza.
Y de humor: “¡Saltando en el bosque!”, le indica a la orquesta en uno de los momentos bucólicos de la sinfonía. Todos se ríen. Cuando ya están ensayando el cuarto movimiento, cuando las cuerdas hacen unos crescendos poderosos, Paolo Bortolameolli se para de su asiento, le grita a los violines, arruga la cara y muestra los dientes, poseído por la música.
“De la semana pasada a ahora, mucho mejor. Vamos en camino”, les dice a todos al cerrar el ensayo.
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11.32 de la mañana.
Paolo Bortolameolli conversa con tres músicos de la Sinfónica que trabajan como instructores en la FOJI. Comentan el ensayo de la OSEM, les cuenta lo que falta, evalúan las obras. “Ya, me voy, tengo ensayo”, les dice apurado. “¿Acá o en Los Angeles?”, le bromea Alberto Dourthé, el concertino de la Sinfónica.
Es acá, claro. Tenemos media hora para caminar hasta el Teatro Municipal, donde el Solístico de Santiago espera para preparar el concierto que este domingo harán en el GAM, con las dos sinfonías de cámara de Schönberg, quizás el repertorio que más entusiasma a Bortolameolli durante esta jornada.
“Es un programón – me ha enfatizado más temprano. Nunca en Chile se han tocado las dos en el mismo concierto. Se han hecho muy poco y por separado, así que es un hito. Las dos son muy difíciles. No te imaginas lo que es leerlas, articularlas y tocarlas, pero es música fantástica”.
Antes, rodeando el Mercado Central y luego caminando por la calle San Antonio, Paolo Bortolameolli va apurado, esquivando peatones y hablando sobre las tareas que deberá asumir en la llamada LA Phil. Son varias. Si el director titular falla a última hora, por ejemplo, él debe tener el repertorio “en la punta de los dedos” para dirigir el concierto. También tiene que preparar ciertos programas y hacerse cargo de la Symphony for Youth, una temporada paralela dirigida al público juvenil. Además, participará de YOLA, el programa que la orquesta desarrolla con cerca de 800 músicos jóvenes, y será el asistente en la gira que la orquesta hará el próximo año por Europa y el ala este de Estados Unidos.
Bortolameolli dice que cuando lo contactaron para ofrecerle el cargo, no lo creía. Había estado en Los Angeles para ser uno de los tres participantes del Dudamel Fellow, una pasantía junto al director venezolano, pero pensó que el mensaje tenía otros motivos: “Me escribieron un mail porque necesitaban hablar conmigo por teléfono y realmente no sabía por qué. Me pasé rollos, ¿qué será? ¿Dejé el agua abierta en el departamento? ¡Qué sé yo! – relata riéndose. Y era para esto. Me llamaron para decirme que por recomendación directa de Gustavo Dudamel y la Filarmónica de Los Angeles me ofrecían oficialmente la posición de assistant conductor, ¡que ojalá lo aceptara! Yo estaba así como… ¿en serio? De la noche a la mañana, una experiencia acotada y fantástica que ya me parecía única, se transformó en esto”.
Según Bortolameolli, sus nuevas funciones no le impedirán continuar con sus periódicas visitas a Chile, en las que habitualmente trabaja con orquestas juveniles, como ahora. “Es que es una cosa de compromiso”, justifica.
“A mí me gusta ver cómo se desarrollan las orquestas juveniles, porque son el semillero para las orquestas profesionales. No es simplemente ‘ah, qué bonito’, sino que es algo potente. Son los cimientos del desarrollo musical de tu país.Y me gusta, además. Me encanta”.
Sin mediar pregunta, entonces, Paolo Bortolameolli comienza a hablar de Ponle Pausa, el elogiado proyecto que ha desarrollado junto al periodista y crítico Gonzalo Saavedra para acercar la música clásica a las audiencias. Luego de una primera etapa, la iniciativa “está en pausa”, dice entre carcajadas, a la espera de “nuevas alianzas y nuevas plataformas”.
“La idea es generar contenido que sea muy útil no solo para los músicos, sino también para las audiencias. Es impulsar una mejor audición, como tips que alguien te puede dar para escuchar mejor la música o con ángulos distintos. Y eso claro que nace acá. Podría hacerlo en otra parte, pero me interesa hacerlo acá”.
Es justo el mediodía y estamos en San Antonio 149, en una de las entradas al Municipal.
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12.10 de la tarde.
Las sinfonías de cámara de Schönberg son piezas breves, pero Paolo Bortolameolli y los casi 30 músicos del Solístico de Santiago las enfrentan del mejor modo en que se puede enfrentar un desafío mayor: concentrados en su máximo esfuerzo, pero también con algo de humor negro. “Ya, compás 152… o 151… ¡150! – exclama el director cuando van a repetir un fragmento. ¡Qué horror!”.
Tocan, tocan y tocan y en ciertos instantes, Bortolameolli detiene el ensayo y hace comentarios a cada sección del ensamble, mientras pasa páginas y páginas de partituras. “¡Crezcan, crezcan!”, les grita mientras tocan y se acercan a uno de los pasajes más intensos. “Ese Sol bemol mayor, entiéndanlo y disfrútenlo”, les pide antes de una pausa de diez minutos, gastada en cigarros y chistes al sol en la calle San Antonio.
La de Schönberg es música dramática, casi sin descanso, así que da pie a ese tipo de chistes de músicos: “Quédense en ese Re mayor… aaaah”, suspira Bortolameolli, abriendo los brazos y riendo, como quien se recuesta y tiene un fugaz momento de reposo.
“De verdad que va por buen camino, pero falta cristalizar. ¡Nos vemos!”.
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2.05 de la tarde.
No hay tiempo para almorzar. Varios locales del centro están cerrados, así que tampoco es opción pasar por algo para llevar. Se supone que la soprano Paulina González estará en 25 minutos más en la sede de la FOJI para un ensayo, así que hacemos el camino de vuelta hacia la Estación Mapocho: Agustinas, Estado, Plaza de Armas y Puente.
Este parece ser el ritmo habitual de Paolo Bortolameolli. Cuenta que desde que se fue a estudiar a Estados Unidos, aprovecha el verano boreal para venir a dirigir acá, así que hace años que no toma unas reales vacaciones. “Podría tomar vacaciones, pero perdería la posibilidad de tener el contacto acá y allá. Una cosa por otra”, se resigna.
Allá, llegará a trabajar a una orquesta que el New York Times acaba de definir con un titular rotundo: “Los Angeles tiene la orquesta más importante de EE.UU. Punto”. Bortolameolli leyó ese artículo, obviamente, así que explica que “hay muchas orquestas que suenan increíbles, pero lo que la distingue es el enfoque”.
“Es gente que se atreve, que está experimentando con los formatos, que está cambiando el paradigma de que los conciertos siempre son ir, sentarse y escuchar tres horas, sino que puedan interactuar distintas artes en el mismo concierto. Además, es la orquesta que más música encarga a compositores contemporáneos y tienen una buena conexión con la música popular también”, detalla. Es cierto: hace no mucho, los islandeses Sigur Ros pusieron sus llamativas luces entre la orquesta y se mezclaron con ellos para tocar juntos en el Walt Disney Concert Hall, la lustrosa sala para más de dos mil personas que fue diseñada por el arquitecto Frank Gehry.
– No se trata solo de su nivel musical.
– Eso es la base, parte de ahí y le suma otros plus. El Disney Hall es una cuestión que no te lo podís creer de lo bien que suena, la acústica es fantástica. Y está Gustavo Dudamel, que es como un rockstar de la música clásica, en el buen sentido de la palabra. Él ha llevado otro nivel de frescura y accesibilidad. Se transformó en este símbolo de derribar las barreras del director inalcanzable. Por todas esas cosas, la percepción es que LA Phil está haciendo algo que nadie está haciendo. Y eso la convierte en una orquesta muy importante.
– Ese enfoque te viene bien, ¿no?
– ¡Uf, absolutamente! Totalmente, sí poh. Yo pienso así la música. Crear el puente directo, comunicarte con tu público, hacerte cargo de tu público y no simplemente estar esperando que ojalá se llene el concierto.
– ¿Cómo te haces cargo del público?
– En el sentido de invitar. Ponle Pausa, más allá del corte educativo, trata de estimular a la audiencia, de generar interés y curiosidad, de desacralizar. Eso es hacerse cargo del público. Es decir: ahí está, vean que la música clásica está al alcance. A veces, uno le pone más complejidad de la que tiene escucharla, por lo menos. Tocarla es otro mundo, pero para disfrutarla necesitas un par de tips no más.
El arte es un lenguaje universal y transversal. Estos conceptos malentendidos de que ir a un concierto es casi como meterse a una catedral, a un santuario al que solamente los elegidos pueden ir… para mí, eso está todo mal. ¡Diametralmente mal!
– ¿Por qué cuesta tanto ese acercamiento a las audiencias?
– Yo siempre digo: el arte es primero. Lo que uno hace tiene que tener total respeto y entrega, porque uno cree firmemente en la trascendencia del arte, en lo sublime, todos esos adjetivos son ciertos. Pero eso no significa que uno además tiene que revestirlo de algo. Lo profundo ya está en una pintura, en una escultura, en una obra de teatro y en una sinfonía. Ya es grande. Tratar de distanciarla más, diciendo que esto es tan profundo que solamente algunos van a entenderlo… eso es un error.
– También hay muchas formalidades en los conciertos. Cuándo aplaudir, por ejemplo…
– Eso del aplauso es bien curioso, porque una de las cosas que más desespera a los puristas es que alguien aplauda entre medio de un movimiento. Es como, “échenlo, qué falta de respeto”. Antes yo entendía un poco esa exageración, pero tampoco se puede mutilar una manifestación súper espontánea. Si algo te gusta, lo genuino es que reacciones. No se trata de dar chipe libre, pero no tienes para qué sacrificar a alguien que aplaude después de un movimiento que termina de forma exultante. No es para tanto.
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3.01 de la tarde.
Solo el leve retraso de Paulina González permitió que Paolo Bortolameolli devorara un sándwich antes del tercer ensayo del día, junto a la Sinfónica Nacional Juvenil. “Una cosa livianita”, ironiza un rato antes, al pensar en el programa que tenía que preparar: la obertura de Las bodas de Fígaro, de Mozart, y sobre todo, la Sinfonía No. 4 de Mahler.
“Es una sinfonía mayor, una gran sinfonía, muy difícil. Mahler es un gran sinfonista y uno siempre espera esta cosa como grandiosa y abultada. La Cuarta tiene eso, pero desde un enfoque más cristalino, un sonido prístino. Eso la hace incluso más difícil, porque es muy expuesta, demasiado transparente. Todo tiene que estar bien hecho”, me ha dicho más temprano.
Este ensayo es prácticamente con público. En un extremo del Salón Fernando Rosas está Consuelo Saavedra, la periodista que prepara una nota para la televisión, junto a su marido, Andrés Velasco, y sus hijos. En el otro, están los integrantes de la compañía Teatrocinema, que el próximo año harán una puesta en escena de La canción de la tierra, también de Mahler, en Los Angeles.
La rutina de los ensayos anteriores se repite: en la segunda parte, cuando tocan Las bodas de Fígaro, Bortolameolli aprieta los puños, da indicaciones y elogia a la orquesta. Pero lo mejor ocurre antes, justo cuando ensayan el tercer y cuarto movimiento de la sinfonía de Mahler. Paulina González, que llegó sobre la marcha, simplemente comienza a cantar cuando se inicia el cuarto movimiento y el instante es magnífico. Afuera se escucha el ruido del río, de una feria de la Estación Mapocho y del tráfico.
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5.34 de la tarde.
“Muchas gracias, nos vemos el miércoles”. Con esa frase, Paolo Bortolameolli da por finalizado el tercer ensayo del día. Minutos más tarde el pronóstico queda nulo, porque los propios integrantes de la Sinfónica Juvenil le dicen que ensayen antes, el lunes, que no importa el feriado que hay entre medio porque el concierto es muy pronto.
Luego de casi nueve horas de ensayos continuos, Paolo Bortolameolli luce evidentemente cansado, a pesar de lo cual posa para la fotografía que ilustra esta nota. Es el momento del día en que deja ver el agotamiento: por hoy, no hay más música.
“Hay una frase que ya tengo pegada, que es tratar de entusiasmar desde mi propio entusiasmo – me había dicho más temprano. Yo sé lo que me entusiasma la música, lo que produce en mí en términos anímicos, entonces es casi involuntario tratar de ser contagioso. Si puedo hacer ese nexo, ¿por qué no?”
– Pero a veces cuesta ese nexo, ¿no?
– Sí, por supuesto, pero yo puedo salir exultante de un concierto, como alguien sale de un partido de fútbol. Quedai pegado, llegai a tu casa a escucharlo de nuevo y todas esas cosas que pasan cuando alguien está… prendido. A mí me pasa con la música. Y creo que es contagioso, de verdad lo creo.
– ¿Nunca te cansas?
– Obvio, sobre todo entre ensayo y ensayo. Lo que pasa es que la música me energiza. Puedo estar muriéndome, pero cuando empieza a sonar, parto de nuevo. Me revitalizo. Es como un shock energético. La música sola.
En acción
Orquesta Sinfónica Nacional Juvenil
Obertura de Las bodas de Fígaro, de Mozart, y Sinfonía No. 4 de Mahler.
Teatro Municipal de Ñuñoa. Jueves 17, 19:30 hrs., gratis.
Universidad Federico Santa María, Valparaíso. Sábado 19, 19:30 hrs. Entradas en usm.cl
Solístico de Santiago
Obras de Luis Saglie, Manuel Segura y Aarón Pereira.
Centro Arte Alameda. Domingo 20, 16 hrs., gratis.
Sala Arrau. Jueves 24; domingo 27, 12 hrs., gratis.
Liceo Almirante Riveros, Conchalí. Viernes 25, gratis.
Sinfonías de cámara de Schönberg.
GAM. Domingo 20, 20 hrs., entradas en gam.cl.
Orquesta Sinfónica Estudiantil Metropolitana
Una noche en el Monte Calvo, de Mussorgsky; Mambo, de Bernstein; y Sinfonía No. 1, de Beethoven.
Centro Cultural de Carabineros. Miércoles 23, gratis.
Centro Cultural de Cerrillos. Jueves 24, 19:30 hrs., gratis.