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Escritorio

Una fiesta del libro que no termina

Columna de opinión por Vivian Lavín A.
Domingo 17 de septiembre 2017 21:22 hrs.


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Eso de llamar Fiesta en lugar de Feria a la Fiesta del Libro y la Cultura en Medellín no es un efecto publicitario. Como tampoco que el tema que esta vez convoca a los más de 300 invitados sea el de “Identidades”. No hay artificios ni frases que busquen impactar por su exceso de creatividad y poco peso específico, porque el contenido de la Fiesta es lo suficientemente denso y bien pensado.

Entre el 10 y el 17 de septiembre se realizó la versión número 11 de esta iniciativa que organiza la Alcaldía de Medellín y que, en los últimos años, logró convertirse en una de las más importantes de Latinoamérica.

“¿Cómo lo hizo Medellín?”, nos preguntamos desde Chile. Pues lo hizo bien y de manera honesta con la vocación pública de un evento organizado por el municipio de la que fuera una las ciudades más peligrosas del mundo. La violencia que se respiraba en Medellín hasta hace solo una década hacían impensable que sería considerada pocos años más tarde como una de las polos culturales de nuestro continente. En las calles de la capital del departamento de Antioquía, de ahí que a los medellinenses se les llame antioqueños, las mismas en las que se asesinaba por unos pesos, hoy se respiran otros aires. Y aunque la piel se erice con el recuerdo del ruido de las motos y los balazos de los jóvenes sicarios, todo eso se disipa luego, al pasear y constatar que Medellín es hoy una de las ciudades más seguras y prósperas de Colombia. Los Acuerdos de Paz entre el gobierno y las FARC sellados con la bendición papal en su reciente visita son elocuentes muestras del cambio que se está produciendo en Medellín y en toda la sociedad colombiana.

Los capitales foráneos, entre ellos los chilenos, se ven al recorrer sus calles, en las que se distinguen marcas y grandes tiendas nacidas a este lado del mundo. Esa dinámica economía es la que le ha permitido a su municipio destinar un millón y medio de dólares para la realización de su Feria del Libro que ellos han decidido, con toda razón, llamar Fiesta. Una celebración que no dilapida los recursos y los invierte en lo más valioso: sus lectores. Por eso es que se empina hoy entre las cuatro o cinco más importantes de Latinoamérica, y lista para ascender hasta, al menos, el segundo lugar. El reinado, lo sabemos, lo ostenta la mexicana FIL de Guadalajara, y Medellín no busca destronarla, cuando la inteligencia de su diseño está justamente en diferenciarse de ella. La FIL es un centro de negocios, como Frankfurt, y su estratégica localización casi en la puerta de las bibliotecas estadounidenses, no es una casualidad. Medellín, en cambio, se ha perfilado como una feria que tiene a los lectores y al fomento lector como prioridad, y aunque muchas otras digan lo mismo, como la Feria Internacional del Libro de Santiago, FILSA, por ejemplo, esto acá sí se cumple. La entrada gratuita y sus 2 mil 640 talleres de fomento de la lectura, escritura y oralidad la avalan, como también el Jardín Botánico donde se monta, junto al Museo Interactivo y al Planetario, en cuyas dependencias se realizan muchas de las actividades y la convierten en un paseo familiar, educativo y radicalmente diferente de lo que se ve en otras ferias del continente.

El escritor y gestor cultural Juan Diego Mejía fue quien hace cuatro años creó este modelo. El que fuera un revolucionario a fines de los 70 y cuya derrota narra en su última novela Soñamos que vendrían por el mar, fue uno de los artífices del actual rostro cultural de Medellín, como su Secretario de Cultura primero, y luego, como director de la Fiesta del Libro y la Cultura, hasta hace unos meses. Fue él quien les dijo a las mismas transnacionales que le editan su obra literaria, que las condiciones de exhibición no serían muy diferentes que las de las editoriales pequeñas; que no dominarían el espacio principal y más ambicionado de la Fiesta ni apabullarían con sus colosales torres de libros ni bestsellers. En cambio, le permitirían a editoriales pequeñas y medianas, como Tragaluz o Sílaba, mostrar su delicada y fina oferta casi a la par que las dueñas del mercado global.

Hace cuatro años, el mismo Mejía llamó a una de las más destacadas especialistas en literatura infantil y juvenil, María Osorio, para que montara lo mejor de este género de Latinoamérica, en un solo espacio y siguiendo el tema de la Fiesta. El Salón del Libro Infantil y Juvenil es uno de los espacios donde mejor se constata la vocación hacia el lector y no hacia el cliente, con una curaduría impecable y sorprendente donde se constata la fuerza y vigor de este género. Lo mismo se hizo con la tecnología y lo que es hoy el 4º Salón de Nuevas Lecturas y el Encuentro de Profesionales. Un año más tarde, se inauguró el Salón Iberoamericano del Libro Universitario y hace dos, el de los Editores Independientes, donde nuestro país contó en esta versión con una sólida presencia a través de Editores de Chile.

El paseo que ofrece la Fiesta del Libro y la Cultura a través de una exuberante naturaleza y una oferta editorial de gran calidad es una experiencia que alcanza la epifanía con un pueblo cuya amabilidad y alegría sanan el ánimo hasta al más pesimista y quejoso de los chilenos. De paso, constituye una verdadera escuela de cómo hacer las cosas bien y con vocación de servicio público.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.