Rajoy empuja a Cataluña hacia la salida de España

La decisión del presidente español de aferrarse a la letra de la Constitución ha sido superada por los acontecimientos: el pueblo catalán fue y votó. Su respuesta, en vez de maniobrar con las contradicciones del adversario y acercar posiciones, ha sido a patadas y lumazos.

La decisión del presidente español de aferrarse a la letra de la Constitución ha sido superada por los acontecimientos: el pueblo catalán fue y votó. Su respuesta, en vez de maniobrar con las contradicciones del adversario y acercar posiciones, ha sido a patadas y lumazos.

La causa independentista catalana tuvo ayer un avance sustantivo, debido tanto a sus propios méritos como a la represión brutal del gobierno de Mariano Rajoy que, primero, no impidió el referéndum; segundo, generó una corriente mundial de solidaridad con Cataluña y; tercero, empujó a muchos indecisos hacia causa de la independencia.

Las imágenes que dieron la vuelta al mundo mostraron a una Policía Nacional propia de una dictadura. Enajenada y facultada por la autoridad política para repartir palos, patadas y proyectiles de goma a mansalva. Un procedimiento tan deleznable como ridículo, pues fortaleció al adversario: las miles de personas que salieron ayer a las calles de otras ciudades del Estado español, en solidaridad con los reprimidos, probablemente no hubieran concurrido en otras circunstancias.

Lo mismo ocurrió en el resto del mundo: ayer Cataluña fue el centro de la atención planetaria y en respuesta a la represión, muchos de los que se sentían ajenos se involucraron. Incluso el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, no perdió la oportunidad de señalar el doble estándar del gobierno español, que alentó una consulta opositora en Venezuela (que no fue reprimida), para luego tratar de pisar con bototos la iniciativa catalana.

En principio, los acontecimientos que han llevado hasta este punto tuvieron su origen y buena parte de la explicación en la disputa entre dos burguesías, la española y la catalana, cada una con sus propios intereses, punto que han consignado muchos progresistas que no apoyan el independentismo catalán. Pero como se ha dicho, la sucesión de torpezas de Rajoy, en vez de aislar a la élite catalana de su base de apoyo, ha terminado cohesionándolos. Así, la disputa ya no es espuria y se ha terminado posando en el histórico sentimiento catalán nacionalista y anti reino de España. Especialmente en las últimas horas.

Sobre la base de un censo electoral de 5,3 millones de personas, las autoridades catalanas registraron 2,26 millones de papeletas, de las cuales 2,02 millones (90%) votaron por “sí”. Parece rotundo, pero el resultado da lugar a muchas interpretaciones. La más obvia es que la mayoría de los catalanes quiere la independencia y que ha autorizado a sus dirigentes para avanzar en esa dirección. Pero en realidad se trata de un “sí” heterogéneo, compuesto en parte importante por el independentismo y también por un nacionalismo catalán que no necesariamente quiere la ruptura, pero sí reafirmar su identidad y procurar otro tipo de relación con España. Para los dirigentes catalanes, liderados por Carlos Puigdemont, es un desafío administrar ahora los tiempos y los pasos, de modo de mantener unida a la base de apoyo que se expresó este domingo.

En su primera alocución el presidente catalán, junto con afirmar que “el gobierno español escribió hoy una página vergonzosa de su relación con Cataluña” agregó que “con esta jornada de esperanza y de padecimientos, los ciudadanos de Cataluña nos hemos ganado el derecho a tener un Estado independiente que se constituya en forma de República” ¿En qué se traduce esto concretamente? Según las “leyes de desconexión”, aprobadas por el Parlament y suspendidas después por el Tribunal Constitucional español, tras el referéndum, la cámara catalana deberá proclamar la independencia de Cataluña en un plazo de 48 horas. La pregunta que ronda es si esto efectivamente sucederá y se concreta la declaración unilateral de independencia, puesto que hasta el momento los dirigentes no han sido claros en ese punto.

Así las cosas, llama la atención que frente a este escenario, potencialmente extremo para la integridad del estado español según lo conocemos hoy, el gobierno de Rajoy carezca de respuestas políticas. En su intervención desde La Moncloa del día de ayer, en vez de referirse al gran tema, se explayó en la defensa (indefendible) de la represión y en la afirmación (indefendible también) de que no se había producido un referéndum en Cataluña. Rajoy ha dicho que “hubiera sido más fácil para todos mirar para otro lado, pero los agentes no lo han hecho por lealtad a la democracia”. Y no mucho más. Se estima, eso sí, que podría convocar a las fuerzas políticas españolas que están más allá de la base de apoyo de su gobierno para colegiar una postura común. Para ello, el mandatario deberá sortear el repudio que produce en la oposición, en parte por su estilo tosco y en gran parte por los graves hechos de corrupción que han manchado a su gobierno.

Frente a ese intento, la postura de la oposición no será homogénea. Podemos ha apoyado el referéndum independentista en Cataluña, mientras el PSOE se opone tenazmente a esa posibilidad, aunque criticando a Rajoy por su falta de disposición al diálogo. Pablo Iglesias ha dicho que por encima de todo “España es un país plurinacional”, lo que ha permitido que su coalición tenga en lugares como Cataluña y País Vasco un apoyo significativamente mayor a su promedio.

Más allá de las acusaciones entre las dirigencias y de la interposición de factores catalanes, españoles y económicos, Mariano Rajoy enfrenta hoy un problema que ya no es coyuntural, ni de gobierno. La Historia ha golpeado su puerta para medir la estatura de su liderazgo.





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