Primero, fue la voz de Max que a nos llegaba a un grupo de jóvenes del Liceo Miguel Luis Amunátegui interpetando “Vasija de Barro”, y entendí que con las voces se podía hacer armonías.Eso me lo enseñaba Luchito y Manuel Tapia, Jorge Nicosia y el Conejo Hurtado.Faltaban meses todavía para que Lucho Tapia me enseñara mi primera canción en guitarra, “Butterfly”,un éxito pop de principio de los setentas. Una vez que empecé a manejar los acordes, aprendí “Vasija de Barro”. Ahí estaba Max.
Yo quiero que a mi me entierren
Como a mis antepasados
En el vientre oscuro y fresco
de una vasija de barro.
Después, en la celda 210, de la vieja Cárcel Pública de Valparaíso, y a través de la voz de “un marino constitucionalista” me llegaba la voz de Max cantando “Nuestro México, Febrero 23”. Ahí estaba Max.
Luego, en Londres con un grupo de compañeros y compañeras, formamos un grupo musical al que bautizamos “Pueblo”, para interpretar canciones de Inti-Illimani y Quilapayún. Nos hicimos unos ponchos amarantos, a la usanza de Inti-Illimani. Una compañera llamada Haydé Pareja, quien había estudiado en la Universidad Técnica y había conocido a los Inti cuando recién se formaban, se hizo cargo del bombo y las percusiones. Como ese era el rol de Max en el Inti-Illimani, a Haydé la empezamos a llamar “La Ecuatoriana”. Ahí estaba Max.
Cuando se desató la crisis política e ideológica de principios de los 90, en el Partido Comunista, en una ocasión fui a un local que quedaba por Macul a contarles a los Inti que quisieran escuchar mi opinión de la crisis. Entre los que accedieron a oírme, recuerdo que estaban Jorge Coulon y Max Berrú. Max me dijo, con su natural bonhomía: “Redolés, no te metas más en política que vas a terminar muy mal”. Ahí estaba Max.
Meses después, la disidencia del PC encabezados por Fanny Pollarolo y Luis Guastavino, llevaron a cabo un día domingo un acto en un sindicato de Valparaíso. Entre los artistas invitados estaban el Dúo de Jorge Coulon y Max Berrú, o sea, la semilla de Inti-Illimani; y mi persona, quien recitaba dos textos, el “Bello Barrio”, y otro poema que recuerdo siempre me pedía que lo recitara la hoy diputada Pamela Jiles. El poema se llamaba “Lenin no citaba a Lenin”. Luego de esa actuación, fui acusado de “divisionista”, “liquidacionista”, “amarillo”, “enemigo del Partido”. Y nunca más me dieron la palabra en mi Célula. Pero siempre recibí la mano generosa y la sonrisa del ecuatoriano Berrú. Ese era Max.
Recuerdo que una vez pasaba por la esquina de Antonia Lope de Bello y Ernesto Pinto Lagarrigue, y me encontré con Max, que paseaba junto a un señor de edad, me lo presentó. Era su padre. De allí venía Max.
El año 1995, y gracias a la generosidad de Hernán Rojas, me encontraba en su estudio grabando lo que sería “la demo” del álbum ¿Quién Mató a Gaete? Recuerdo que en un momento había un grupo de compañeros y compañeras grabando el coro y las maracas de la canción “El Espejo”. Por esas cosas de la vida, Max iba pasando por un pasillo que daba a la sala de grabación cuando estaban grabando. Max paró la oreja e intempestivamente entró a la sala de grabación. Dijo: “No, no, no, no, las maracas no deben ir así, a ver, pásamelas”, y empezó a hacer el patrón rítmico justo que necesitaba la canción. Luego reordenó el coro –al decir de Vivi Méndez, una de las coristas- lo hizo más doloroso, más preciso. Él también hizo una voz de ese coro. Terminada la tarea, se fue rápidamente, como buen géminis. Ahí estuvo Max.
Años después, uno de los hijos de Max, Tocori Berrú, me acompañó como guitarrista o bajista indistintamente en varias ocasiones en el grupo “Los Ex Animales Domésticos”. Una noche invitamos a Max a vernos en la Sala Master. Tocori después me contó que él le había comentado: “Que bueno e inteligente el trabajo de Ustedes. Aprovéchenlo ahora, porque el tiempo se pasa volando”. No sólo el tiempo pasó volando, sino además pudimos ver pasar volando las espaldas de productores, festivales, canales de televisión, radios. Tal vez, nuestro trabajo era realmente inteligente. Ahí estaba Max.
El año 2015, me ofrecieron el teatro del Parque Cultural Ex Cárcel de Valparaíso. Ese año se cumplían 40 años de la primera vez que yo había cantado en público. Esto había ocurrido un 1° de mayo de 1975. En aquella ocasión en una celda en que no cabían más de treinta presos políticos apretujados. Canté tres canciones: “Los Momentos” de Eduardo Gatti, “Que pena siente el alma”, tema recopilado por Violeta Parra y “Nuestro México Febrero 23”, que había grabado el Inti-Illimani con la voz principal de Max Berrú. Le solicité a Max que me acompañara esa tarde y él aceptó gustoso. Ensayamos en su casa por un par de horas. Un día hoy más inolvidable que nunca. Cuando tocamos en la celebración, yo estaba muy nervioso y me equivoqué una vez, él también se equivocó una vez. Su hijo Tocori me diría después: “Tenían que equivocarse ambos, pero en forma separada, porque son buenos géminis”.
Cuando salí del marasmo que me provocó el ataque cerebro vascular, estaba tendido en una cama del hospital. Apenas podía moverme y necesitaba defecar. En la habitación sólo se encontraba mi hijo Sebastián quien me movió, puso la chata debajo de mi culo, me limpió y retiró la fétida bacinica. Imitando el acento ecuatoriano de Max Berrú me dijo: “¡Putah que cagai hediondo huevón!” y agregó: “Como diría el Max”. Ahí también, estaba Max Berrú. Humano, generoso, talentoso, digno, íntegro. Nos hará falta.