De la guerrilla en Cauca al estallido en Chile: ¿Quién mató a Mariana Díaz Ricaurte?

La madrugada del lunes 21 de octubre, la mujer fue impactada por una bala mientras fumaba un cigarrillo en el balcón de la casa de unos amigos. Dos días antes, el estallido social trajo consigo saqueos, incendios y, por supuesto, alta presencia policial y militar en Lo Prado. Aunque la Fiscalía afirma que la investigación está abierta, los amigos de Mariana temen que no exista un responsable.

La madrugada del lunes 21 de octubre, la mujer fue impactada por una bala mientras fumaba un cigarrillo en el balcón de la casa de unos amigos. Dos días antes, el estallido social trajo consigo saqueos, incendios y, por supuesto, alta presencia policial y militar en Lo Prado. Aunque la Fiscalía afirma que la investigación está abierta, los amigos de Mariana temen que no exista un responsable.

La última vez que Alexander Lemos vio con vida a Mariana Díaz ambos se ignoraron. La barbería en la que Alex -como le dicen sus amigos- aún trabaja está en la frontera entre dos comunas del norponiente de la capital chilena, Lo Prado y Cerro Navia. En esa esquina de la avenida Neptuno hay también un almacén de enceres y un locutorio de llamadas, todos negocios extranjeros que hacen del local de Alex solo un refugio más y un punto de encuentro para los colombianos y centroamericanos que viven en las villas de los alrededores.

Alex, que también es colombiano, sabía que Mariana, natal de Tuluá, estaba trabajando en el algún lugar de Antofagasta o quizás en Concepción. Dice no estar seguro. Entonces, un fin de semana, en alguna jornada primaveral, con el rabillo del ojo, la alcanzó a ver.

Entró y salió. Se fue con sus amigas y no la volví a ver más”, intenta recordar Lemos mientras está sentado en un mueble de cuerina de la barbería.

De ese episodio hasta la mañana del lunes en la que la encontró recostada en la camilla de un servicio de atención primaria, a poco más de un kilómetro de su local, hay más que una primavera, un estallido social en un país ajeno, saqueos, incendios, una madrugada en medio de un toque de queda.

Cuando Alex llegó a ese lugar, apenas pasaban las seis de la mañana. No había podido dormir desde que unos amigos le avisaron que Mariana estaba muerta, pero la calle era de los militares, y tuvo horas para alimentar la duda que le increpó después de golpe al carabinero que custodiaba el cuerpo: ¿Quién mató a Mariana?

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“No me respondió”, dice ahora. “Solo me dijo que había sido por un tiro de punto 40. Entonces, yo le pregunté qué municiones eran las que utilizaban ellos y no me dio explicaciones”.

La única de este tipo, y que lejos de tranquilizarlo, le ha abierto nuevas dudas, es algo que recuerda le dijo la persona encargada de embalsamar el cuerpo de Mariana, antes de repatriarlo a Cauca.

“Me dijo que el orificio era muy grande para un disparo de ese calibre. Pero ¿qué puedo hacer yo?, no soy familiar, no soy el esposo. Hay fundaciones que me han dicho que se tiene que poner un abogado. ¿Usted sabe cómo se hace eso?”, me pregunta.

***

Mariana compró un pasaje para viajar a Concepción el domingo 20 de octubre a las 3 de la tarde. El viernes 18, había llegado de Calama acompañada de un pololo que conoció allá, y pensaba quedarse durante todo ese fin de semana en la casa de William Caracas y Maribel Carabalí, amigos y exvecinos suyos cuando arrendaba una casa muy cerca de la estación San Pablo.

Esa noche, la casa de los Caracas Carabalí fue una burbuja respecto de lo que acontecía en la calle. Hubo comida, tragos, y una conversación en donde Mariana confesó que viajaría a Concepción con su novio y que a la semana volvería a Calama para recoger sus cosas.

A fin de mes, quería regresar a Colombia y realizar allí unos trámites legales que le permitiesen viajar a España con su hija de quince años, establecerse, y llevar luego a su otro hijo de doce.

A los 34, Mariana se había replanteado la vida. Tenía un plan antes de venir a Chile en el 2015 y no se cumplió. Desde entonces, y cada ocho meses, debía renovar una constancia en el Departamento de Extranjería que la acreditaba como solicitante de refugio en el país, una categoría que finalmente nunca logró alcanzar.

Su pololo viajó esa noche a Concepción antes del toque de queda. Ya el sábado, Maribel se fue temprano al trabajo; mientras que, a William le tocó hacer limpieza. Mariana despertó tarde ese día. Había café, huevos y parte del pollo asado de la noche anterior sobre la despensa. En el mismo ambiente, una tele encendida transmitía imágenes del incendio de la madrugada. La estación San Pablo estaba destruida y la otra que les quedaba cerca, la de Lo Prado, cerrada. Mariana quería ir hasta el terminal de buses de Estación Central y comprar un pasaje para Concepción. Se lo darían para el domingo a las 3 de la tarde, le dijeron, cuando los desmanes hayan terminado.

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Parece un deja vú los días de Mariana en ese fin de semana. Trasnochar el viernes y el sábado, sentir el peso del cuerpo el domingo sobre la cama. La misma sensación sintieron William y Maribel cuando la vieron llegar del terminal a solo horas de haberse despedido de ellos prácticamente para siempre.

“Oiga, usted va y viene con la misma maleta”, le repitió William en tono burlesco. El cambio de pasaje para el lunes 21 a las 8 de la mañana fue su sentencia. “No importa pues”, continuó William, “llegó justo para el arrocito con papas”.

No habría tragos esa noche, todos trabajaban el lunes, el súper lunes. Maribel fue la primera en irse a acostar y le advirtió a Mariana que el calefón no servía y que temprano dejaría agua caliente en una olla para que pudiera darse un baño. William la siguió en no más de diez minutos. Mariana decidió quedarse en la sala con los otros dos jóvenes que también vivían en aquel departamento de la Villa Santa Anita.

Uno de ellos no esperó a tocar la puerta cuando no había pasado ni dos horas desde que William y Maribel se habían ido a dormir. La luz se prendió de golpe. “¡William!”, se escuchó, “¡a Mariana le han pegado un tiro!”.

—¿Cómo? —respondió William somnoliento y en calzoncillos.

—¡Qué a Mariana le han pegado un tiro en el ojo!

William apenas alcanzó a mirar desde la puerta. Maribel hizo lo mismo y se fue de bruces contra el suelo. La casa de los Caracas Carabalí seguía siendo una burbuja abandonada a la mitad de la villa. No había ruido en la calle y nadie, ni por curiosidad, se atrevió a prender sus luces. Mariana, quizás, sobrevivía en el pavimento. Un cigarro también se apagaba a su costado.

***

Maribel acompañó a Mariana unos días después de que ella enviase a sus hijos de regreso a Colombia. Cuando la relación se acabó con Alex, Mariana intentó mantener la casa en donde además vivía con sus hijos, pero fue en vano. Se fue a Calama a conseguir estabilidad, más dinero, y Maribel se encargaba de llevar comida a los niños y de verificar que asistiesen al colegio. Así hasta julio, cuando los mandó a vivir con su expareja a su país.

Maribel y su esposo William me cuentan esto sentados en una banca justo en frente de la Municipalidad de Lo Prado. La plaza es grande y en casi todo quedan vestigios de lo que fue el estallido social en Chile a partir del 18 de octubre.

Al fondo, se ven las casas de las villas. Todas de no más de cuatro pisos; con calles angostas, pintura roja, celeste y amarilla en las paredes. Se llamaba Campamento Che Guevara esta zona antes de ser Lo Prado en 1981, en plena dictadura.

Ni Maribel ni William aceptaron mostrarme la casa en donde ocurrió todo. Ambos dicen sentirse asediados por la prensa y hasta amenazados cuando se les ha dicho que, entonces, consignarán en los informes que no quisieron colaborar.

“Nosotros no tenemos una oficina para eso”, repite molesto William, un hombre corpulento, pero de baja estatura. Moreno y de cabello ralo, barba marcada alrededor de los labios.

Maribel, su esposa, interviene poco en la conversación. También morena, contextura delgada y pómulos carnosos. Llora a veces, intenta recordar fragmentos y alcanza a decir raspado que a Mariana le costó enviar a sus hijos a Cauca, al lugar de la guerrilla, y que no se ha atrevido a hablarles desde lo que sucedió. El día que llegaron a Colombia, dice, hicieron una videollamada con Mariana, y hasta le mostraron el nuevo auto que el papá había comprado.

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Pero no hubo de esos la madrugada del 21 de octubre. Después del disparo y con el toque de queda encima, William tuvo que llevar en brazos a Mariana al SAPU más cercano, acompañado de Maribel fundida en llanto. Al llegar, ambos dicen que el local estaba resguardado por un contingente de vecinos que pensaron, se trataba de un saqueo.

Era inútil, en todo caso, no había muchas cosas en el establecimiento y el servicio estaba cortado. Apenas y alcanzaron a colocar a Mariana sobre una camilla para tomarle los signos vitales. Ya no hacía falta llamar a una ambulancia. Llamaron a Carabineros, y le avisaron a Alex que su expareja, la morena de cabello negro prieto y ojos alargados con la que había cortado todo tipo de relación hace casi medio año, había muerto.

Alexander Lemos, al amanecer, fue el encargado de comunicarse directamente con la familia Díaz Ricaurte en el Valle de Cauca, con los hijos, y con los hermanos de Mariana que viven en España.

Tanto para ellos, como para Alex, William y Maribel, la pregunta es una: ¿Quién disparó?, ¿quién mató a Mariana Díaz?

Entonces, le pregunto a William si es que recuerda haber visto algo mínimo aunque sea, cuando se asomó a la ventana, cuando salió a la calle. Los otros dos acompañantes de Mariana no han querido pronunciarse respecto de lo pasó esa noche, pero es un hecho que lo han hablando, que hay teorías y que la saben los pocos civiles que estuvieron en la calle aquella noche.

—William, ¿había policías esa noche? —le digo. —¿Había militares?

***

Karla Castro es una refugiada colombiana en Chile que solicitó cambiar su nombre para este reportaje. Ella, que es parte de la Organización de Colombianos en Chile, escuchó también el relato de William y Maribel en un cabildo llevado a cabo en el local de la Fundación Epicentro, una suerte de fortín en el centro de Santiago en donde suelen reunirse los integrantes y líderes de la organización foránea más grande del país, la Coordinadora Nacional de Inmigrantes.

Para cuando esto sucedió, ya los medios nacionales habían dado su propia versión de los hechos. Decían que una bala perdida le había caído a Mariana mientras se encontraba en una micro o que ella decidió salir a la calle a fumar con algunos amigos en pleno toque de queda. Todo eso, aunque dolía en ese momento, no era la prioridad para los cercanos a la víctima.

La repatriación del cuerpo costaba aproximadamente un millón 800 mil pesos, y ese cabildo sirvió como una oportunidad para decidir hacer una colecta encabezada por Alex Lemos, y que en una semana logró conseguir la mitad de los gastos requeridos.

Una vez resuelto ese tema, Karla dice haberse comunicado con Alex para tratar de encontrar la forma de presionar a las autoridades a investigar lo que ocurrió aquella noche.

Ella misma, además, ha sido la persona que mayor contacto ha tenido con los dos hermanos que Mariana tiene en España, y que, a su vez, aunque dicen no sentirse preparados para hablar con la prensa, le dijeron que el cuerpo de Mariana llegó a Colombia con un documento que no especificaba el tipo de arma que acabó con su vida, y que, al no estar en Chile, temen que les investigaciones queden inconclusas.

Aunque Karla aseguró haber recibido información de que un abogado del Instituto Nacional de Derechos Humanos pretende llevar el caso de Mariana, desde dicha institución han evitado referirse al tema asegurando que la contingencia no les permite opinar sobre este tipo circunstancias.

Más bien, hasta el último reporte otorgado por el INDH, los fallecidos en medio de las manifestaciones en Chile son solo eso: cifras, números sin rostro. 23 en total hasta la primera semana de noviembre. Díaz Ricaurte figura en la lista de los extranjeros, acompañada por el peruano Renzo Barboza, el colombiano Mauricio Perlaza, y el que quizás es el caso más sonado de este tipo, el ecuatoriano Romario Veloz Cortez.

Desde la Fiscalía, en tanto, se ha mencionado que el caso tiene asignado como fiscal a Rodrigo Tala, y que no es necesario que la familia realice una querella de por medio para continuar con las investigaciones. Además, fuentes cercanas al medio, han adelantado que Tala ha solicitado una ampliación de la autopsia y que aún espera el peritaje del proyectil balístico que terminó con la vida de Mariana Díaz.

Sumado a esto, hasta el momento, de lo único que se tiene seguridad en las investigaciones, es que el motivo de esta muerte tuvo que ver con una bala loca y que, aunque es poco probable que esta haya sido efectuada por efectivos de seguridad, no es una teoría que se atreverían a descartar.

—Mire, yo voy a ser muy responsable con esta situación —me dice William cuando le pregunto por esta teoría. —Lamentablemente, somos extranjeros y no somos los indicados para testificar sobre esto.

William dice también que ningún vecino le he vuelto a mirar igual después de lo sucedido. Hay rumores en la villa, y Maribel, su esposa, le dicho que deben buscar otro lugar para vivir.

—Pero usted dice que brindó sus declaraciones a Carabineros. Es muy probable que le hayan preguntado qué vio —le digo.

—No lo hicieron —responde. —Y si lo hubiesen hecho les hubiese respondido lo mismo que le diré a usted: “Si no lo saben ustedes que son autoridades, menos lo voy a saber yo”.





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