“Para mí el choque fue cultural”, aseguró Mariano Puga en una entrevista publicada por la revista académica Planeo en octubre del año pasado. Las preguntas que le planteó por entonces alguno de los tres académicos que firmaron el artículo, tenían que ver con su llegada a su querida Villa Francia y sobre aquello que determinó que se quedara allí, hasta hoy.
“¿Cómo se puede vivir en una casa de 700 metros cuadrados mientras otros viven de la basura y hacen sus casas de lo que encuentran?”, continuó Puga. “Creo que eso fue como una marca. Mientras yo no viva algo así, no voy a saber quiénes son ellos”, sentenció.
Este jueves, pasadas las 4 de la tarde, el sacerdote Mariano Puga abandonó el hospital de la UC y volvió nuevamente al barrio que lo vio llegar poco antes del golpe de Estado en 1973. Hay cercanos que dicen que el llamado cura obrero tiene allí todo calculado para su funeral. En La Minga, sin embargo, la comunidad que vela por su cuidado desde hace ya varios años, prefieren llamarle “pascua” a este período y no agonía.
“Su deseo profundo es gozar de este momento con Jesús”, afirmaron en horas de la mañana a través un comunicado virtual, precedido de otros que descartaban las noticias falsas sobre su muerte.
A estas alturas de su vida (88 años), y en pleno desarrollo del estallido social, es inevitable hablar de Puga sin mencionar el pronombre “ellos”, las personas que el sacerdote señaló como quienes encendieron la chispa de la movilización social. ¿Y quiénes son ellos, entonces? Puede que el expárroco de La Legua nacido en el lujoso cité Concha y Toro de Santiago Centro lo haya entendido, y quizás por eso no sintió asombro alguno ante los sucesos ocurridos desde el 18 de octubre. Sintió otra cosa.
“¿Qué cariño le hemos tenido, qué hogar les hemos brindado? ¿Qué amor les hemos dado? ¿Qué he hecho yo por afectar para mejor sus vidas?”, escribió el sacerdote en una carta cuando varias ciudades del país sucumbían ante el Estado de Emergencia.
Formado como arquitecto, aunque no terminó esos estudios encantado y decantado por la vocación religiosa, Puga encarna quizás a la última figura del movimiento de los curas obreros en este país. Incomprendido, según la teóloga de la UC, Claudia Leal, dicho movimiento se transformó rápidamente en misión por toda Europa, y sin tener aval en Roma, pregonó que la fe también está en los actos, en las obras y en la acción.
Consciente del complicado estado de salud de Mariano Puga, en conversación con nuestro medio, Leal se refirió a la magnitud de su legado, en el que resalta como mayor virtud la transversalidad.
“Mariano Puga va a ser llorado por gente de tan diversas posiciones, sensibilidades políticas y clases sociales. Quizás sea una de las últimas veces que vamos a presenciar esto. Creo que va a pasar algún tiempo hasta que la Iglesia vuelva a convocar de manera tan transversal a los chilenos y chilenas, eso es muy hermoso y hay que vivirlo”, indicó.
El año pasado, el sacerdote incansable continuó con sus labores de misión en un viaje por Europa, pero a su regreso a Chile prefirió alojarse nuevamente en la comunidad de La Minga. En esa época, además, fue parte de un documental sobre el sacerdote Rolando Muñoz, dirigido por el documentalista y profesor de religión, Cristián Rosales.
Hay archivos allí que aún no ven la luz y que recogen testimonios valiosísimos de gente cercana a él, como su secretaria personal en La Legua o su mirada respecto de la organización actual de la comunidad cristiana.
Para Rosales, además, es insoslayable destacar a Puga solamente como un sacerdote. Hay que recordar, dice, el estilo de evangelio que continúa profesando incluso en su última carta publicada este 4 de marzo.
“Mariano es relevante porque toda la vida ha sido muy coherente entre la práctica y la fe. Él ha unido perfectamente la fe y la vida, nunca la separó en términos de lo político, lo social, lo económico y lo marginal. Para el evangelio de Mariano todo eso era clave. Su práctica estaba en la realidad humana, no era abstracta”, explicó.
Para intentar siquiera entenderlo, hay que mirar a La Legua y Villa Francia. A un par de cuadras de donde vive hoy, en la esquina de la avenida 5 de abril con Yelcho, hay un mural que recuerda la llegada del papa Francisco a Chile en 2018 y que el propio Puga gestionó se pintase.
Luis Henríquez, el autor de la obra, recordó así los pormenores, así como el gusto de Puga por el arte:
“Siempre tenía la intuición muy fuerte de que era muy buen medio usar el arte como forma de evangelización. Lo decía él, que tiene formación de arquitecto. Yo lo acompañé a pintar murales en La Legua y, en diciembre del año 2017, me pidió hacer un mural navideño. La experiencia fue tan buena que, en la navidad de ese mes, me planteó pintar un mural para la llegada del Papa”.
Desde la zona aledaña a ese mural, en la comuna de Estación Central, y en donde la noche de este jueves sus fieles seguidores han convocado una jornada de oración por su salud, Puga fue llevado en silla de ruedas -en sandalias de cuero y poncho chilote- a la que quizás fue su última aparición pública: una misa en favor de los encarcelados por el estallido social frente al Centro de Justicia de Santiago, el pasado 25 de febrero.
Con el cuerpo decaído, pero con el semblante fuerte, recordó allí los días que pasó en Tres Álamos y lo que le costó perdonar a “sus hermanos” de uniforme que lo encerraron, le pasó el micrófono a casi todos esa vez y se abrazó con una madre cuyo hijo acababa de conseguir volver a casa, aunque con arresto domiciliario.
“¡Estos son los cabros de Villa Francia!”, se le escucha decir en un vídeo de ese día que es viral por estas horas. No habló en el punto de prensa, se fue sobrio , pero nunca en silencio. Esa misa provocó en él la desazón de sentir que la fe que profesa está fallando en el acompañamiento a su pueblo. “¿De qué vale la fe si no tiene obras?”, les pregunta a los sacerdotes en su más reciente carta, la misma que redactó en el hospital que lo recibió por estos días. Mariano Puga sabe que el ministerio se ejerce desde el mismo piso donde están los fieles, pero jamás en púlpitos enfundados en púrpura y en liturgias inalcanzables. El cura obrero vive su Pascua ahora y está en paz entre los más suyos de los suyos.