En septiembre próximo se cumplirán 50 años del triunfo de la Unidad Popular en donde Salvador Allende Gossens ganó las elecciones presidenciales de 1970. Los tres años de gobierno legítimo dejaron una profunda huella en la sociedad chilena, especialmente entre los sectores populares.
Las consecuencias de su trágico final han perdurado en el tiempo, en incluso las manifestaciones de octubre 2019 que hunden sus raíces en la reivindicación de dicho triunfo. El camino recorrido por el movimiento popular ha sido un lento proceso de construcción política, social y cultural de los sectores populares y medios. En él participaron muchos actores sociales, entre ellos, hombres y mujeres de la cultura.
Por esta razón, nos detendremos en analizar la actividad cultural pre Unidad Popular fundamentalmente, porque consideramos que los cambios culturales estuvieron de la mano con la tradición de las demandas de los sectores populares y medios que fueron imbricándose y madurando a través de avances y retrocesos, con mayor auge durante la segunda mitad del siglo XX. Nos preguntamos quienes fueron parte activa de la construcción de una cultura que iba caminando junto a los cambios sociales y políticos, los que marcaron la impronta de los años sesenta. Esta década fue clave para el avance de los proyectos globales en pugna, cuando en 1959 se produjo la Revolución Cubana, hito crucial que se transformó en faro para las juventudes latinoamericanas que vivían en plena guerra fría.
La política de los años cincuenta, escasamente resolvieron las demandas sociales que iban en aumento y a consecuencia de ello, los sucesivos gobiernos no estuvieron a la altura para enfrentar de manera práctica los problemas. Es así como la década de los sesenta fueron una verdadera bisagra histórica para el ascenso de un proyecto socialista en Chile, en donde a partir de la radicalización política, la cultura tomó su avanzada (A. Jocelyn- Holt, 1998). Hemos rastreado una red que conformó el teatro comprometido que caminó junto con los cambios sociales, reflejando las demandas del mundo popular, dando una impronta excepcional en la Historia cultural de Chile.
El triunfo de la Unidad Popular, aunque logró con una mayoría relativa, éste tuvo el apoyo concreto de las bases sociales populares, del movimiento obrero, del campesinado, de los pobres de la ciudad e incluso de los sectores medios radicalizados (Garcés y Milos, 1998; y Gómez Leyton, 2004). Un importante sector de las capas medias estuvo activa políticamente, especialmente desde la actividad cultural, reivindicando en la historicidad a los sectores populares.
Rastreando en esta línea de acción, encontramos ya en la década de los años cuarenta, el surgimiento del Teatro Experimental (Sotoconil, 1982). En paralelo y desde principios del siglo XX, hubo artistas que se dedicaron al teatro como actividad permanente y que se reunían en torno a la Sociedad de Artistas de Chile o SATCH, organizaciones autodidactas que lograron que el Estado chileno creara la ley de protección al artista del año 1935. Durante esos mismos años, docentes del Ex Pedagógico bajo la dirección de Pedro de la Barra y otros, formaron el Colectivo de Artistas del Instituto Pedagógico, con la intención de llevar el teatro a todos los rincones de Chile y convertirlo en herramienta de transformación social (Durán, 2012, P. 31).
Algunos miembros del Colectivo de artistas del teatro o CADIP, fueron contratados en universidades con el objeto de formar los institutos o departamentos del teatro universitario, tales como: el Instituto de la Universidad de Chile o ITUCH en el año 1941; el Teatro de la Universidad Católica o TEUC en 1943; el Teatro de Concepción o TUC en 1947 y, mucho más tarde, el Teatro de la Universidad Técnica del Estado o TEKNOS en 1958.
Hacia fines de los años cincuenta el Teatro termina su proceso de institucionalización en las universidades y al comenzar en la década de los sesenta, el panorama de éste en general era de estancamiento. Este anquilosamiento se manifestó en la falta de público masivo que asistiera a las funciones, ya que el teatro estuvo ejerciéndose en los salones de Santiago con un público estable y de perfil similar, situación que incomodaba a ex miembros del Teatro Experimental que se fundó con la intención de llevar el teatro a todos los rincones del país.
Es así, que ambas variables como el costo y el centralismo, fueron objeto de análisis de los propios docentes universitarios y jóvenes egresados del Teatro universitario, que, en declaraciones de prensa de Orlando Rodríguez, crítico teatral de la época, ya mencionaba sobre dicha inmovilización. Al contrario de este proceso de institucionalización, Pedro de la Barra, apodado “El Maestro”, renunció en 1958 tras este proceso de reacomodo del teatro experimental, donde algunos se quedaron dirigiendo las universidades y otros siguieron con la labor de difusión teatral para ir a las regiones de Chile.
Luego de su renuncia, de la Barra es invitado al TUC por Gabriel Martínez para dirigir la obra “Redes del Mar” en el año 1959. Esta obra fue escrita por José Chestá, dramaturgo y docente normalista de Concepción, donde tuvo un éxito rotundo. Es importante destacar que algunos de sus artistas en este estreno de aquel año fueron: Mireya Mora, Alberto Villegas, Gustavo Von dem Bussche, Roberto Navarrete, Jorge Gajardo, Verónica Cereceda, Jaime Vadell, Fernando Farías, Nelson Villagra, entre otros:
“… A ese personaje, Pescador 1, le recuerdo con mucho cariño. Lo inventamos entre Pedro de la Barra y yo. El típico “curaíto” de pie en un rincón de la habitación, mudo, midiendo la intensidad del bamboleo de borracho, y de pronto irrumpe en la conversación diciendo ¡Los Quiroces, amigos míos! Las carcajadas del público eran increíbles. Y luego me invitaban a cantar para que bailara Jaime y Yeya Mora (Yeya estaba graciosísima). Cantaba el cha cha chá Chachito, cachito, cachito mío. Las Redes, la metimos en un taller, todo el elenco, dirigido por Pedro. La obra mejoró en algunos aspectos, aunque a mi juicio perdió una suerte de perfume marítimo más inocente que le había otorgado José. Pero, sobre todo, se develó un autor penquista que era lo esencial” (Entrevista a Nelson Villagra, 2020).
Por consiguiente, Orlando Rodríguez [2], crítico teatral y docente del Instituto de teatro de la Universidad de Chile, ex miembro del teatro experimental, siguió los pasos del “Maestro” y viajó hacia regiones; específicamente, a Concepción, escapando de la saturación del ambiente santiaguino como de la inmovilidad del teatro chileno hasta entonces:
“El Teatro es una de las manifestaciones artísticas que se encuentra restringido a los exclusivistas del centro, no posibilitando el acceso a obreros, campesinos y pobladores modestos, que viven alejados del sector céntrico… la buena voluntad de las compañías universitarias de ir a sindicatos nos es suficiente, en especial corresponde esta actividad al teatro de la Universidad de Chile que a través de su departamento de extensión ya ha comenzado una labor de organizar actividades teatrales y asesorando algunos grupos”(Rodríguez, Orlando. Crítica teatral. Diario el Siglo, 27 de noviembre de 1963, p. 8).
En uno de esos viajes conoció a José Chestá y a su esposa Berta Quiero, a quien entrevistamos el 2019 y nos comentó que Orlando Rodríguez organizaba una escuela de verano como docente del ITUCH, en donde expresó que buscaba talentos chilenos que se dedicaran al teatro; además, de entrelazar historias que hablaran de la pobreza y marginalidad, paisajes propios de nuestro país. Era el momento de reactivar el teatro aficionado y patrocinarlo. Orlando Rodríguez ya sabía del éxito de “Redes del Mar” en 1959, con actores recién egresados del ITUCH y TUC. Además, le solicita al dramaturgo un nuevo material para publicarlo, reproducirlo y estrenar una obra inédita con alto contenido social y político. Hacia el año 1962, Chestá dio sus frutos y se estrena la obra “El Umbral”, obra en dos actos (Chestá, 1962) que:
“… muestra la realidad que ostenta la compañía carbonífera de Lota, defendiendo los intereses de la compañía en contra de los obreros. Berta es hija de un prestamista en Lota y quiere irse de allá para tener una mejor vida en Concepción, luego se emplea en el hospital y atiende obreros del carbón quemados por el gas grisú, sensibilizándose y apoyando la causa de Lota…” (Diario El Siglo. 21 enero de 1964. P. 8).
De esta forma, la obra se estrena en el taller de Arte dramático de Lota, bajo la dirección de Enrique Durán y se estrena en Santiago, en el Teatro Antonio Varas. Esta obra contó con las actuaciones de Jorge Cabrera, Cecilia Simonetti, Isabel Pastor, Inés González, Emperatriz Bertrand, Rubén Ubeira, Raúl Espinoza, Julio Lambert, Héctor García, Hernán Poblete, Efraín Díaz, Rolando Olmedo, Manuela Reyes, Jorge Burgos, Ana María Nacham, Isabel Gálvez y Sonia Gallegos.
Es importante destacar, que la obra el Umbral de Chestá, fue junto con “Los Invasores” de Egon Wolff y “La estación de la Viuda” de Eugenio Labiche, las primeras obras que se estrenaron como extensión y difusión del teatro universitario que se dieron en diversos sindicatos del país, las cuales fueron patrocinados bajo la firma del convenio CUT- ITUCH de 1963, contribuyendo desde esa labor a la educar y concientizar a los trabajadores y sectores populares que fueron la base de apoyo para lograr el triunfo de la Unidad Popular en 1970.
Es así como esta línea de gestión cultural, fue parte de la difusión teatral iniciada desde los años 50 por docentes del Teatro Experimental, continuada por docentes del ITUCH y de muchos teatros independientes, que tomaron relevancia en estos años. Este inicio del compromiso del Teatro, lo identificamos principalmente entre Santiago y Concepción, manifestando el interés de la sociedad chilena para expresarse a través del teatro, en un sostenido avance y explosión cultural sin precedentes hasta 1973.
En consecuencia, tanto la figura de Pedro de la Barra como la de Orlando Rodríguez, quien falleció en el año 2019, se nos revelaron como agentes importantes de la difusión cultural en Chile durante los años cincuenta y sesenta. Orlando Rodríguez, siendo ex miembro del teatro experimental, docente y crítico teatral del ITUCH, fue continuando la labor de extensión cultural, quien junto a otros docentes que tenían el mismo pensamiento sobre el teatro y la cultura, a los que fueron sumándose jóvenes estudiantes artistas del teatro hasta 1973. Lo anteriormente dicho fue posible gracias al estudio de la prensa, específicamente del Diario el Siglo, más testimonios orales que hemos reunido en el tiempo nos permite la reconstrucción de esta red y la importancia del arte como herramienta transformadora en las sociedades que experimentan cambios como lo fue la sociedad chilena de hace cincuenta años.
Publicado originalmente en Punto Final.