Luis Orlandini (1964) sólo tenía once años cuando se vio seducido por la música. En su familia no existían artistas, sin embargo, de manera temprana se vio cautivado por las canciones que su padre solía atesorar en discos de variados estilos que conservaba en su casa.
La música clásica nunca fue una imposición, por el contrario, la afinidad se dio de forma natural. Así, rápidamente, Orlandini se inició en la guitarra y el piano. Pero lo que en un principio fue visto como un simple juego, terminó desembocando en una carrera que lo llevaría a presentarse en los principales escenarios de Alemania, Inglaterra, España y Cuba, sólo por nombrar algunos.
Dicha trayectoria también lo transformaría en uno de los primeros guitarristas chilenos en conquistar un premio de carácter mundial, vale decir, el primer lugar del Concurso de Múnich en 1989. A ello se sumaría una carrera marcada por la difusión de más de cien obras nacionales y una extensa labor como docente en la Universidad de Chile, donde fue decano de la Facultad de Artes, y en la Universidad Católica.
Todos estos aspectos lo llevaron a ser uno de los nombres que, este año, figuran en la carrera por el Premio Nacional de Artes Musicales 2020: “Siempre he dicho que me siento parte de una cadena de personas que están tratando de sacar adelante el movimiento artístico chileno”, dice el músico, cuya postulación fue respaldada por la Universidad Miguel de Cervantes.
“Ahora, estos premios son una manera de generar una nueva plataforma para que el arte musical o el arte dramático o el arte visual tenga mayor presencia, mayor incidencia, incluso en lo que se habla tanto de las políticas públicas. Nuestro país necesita que el arte esté más integrado a la ciudadanía y creo que estos premios pueden ayudar un poco a que eso sea así, por la visibilización”, comenta.
¿Cuándo surge su interés por la música?
Parte en la niñez. Tenía un gusto general por la música y a los once años me puse a estudiar un instrumento, que es mi instrumento hasta el día de hoy. También estudié piano. Fue un impulso familiar en un comienzo, pero liviano en el sentido de que no había ninguna obligación o antecedente en mi familia, pero finalmente se abrió una vocación que fue imparable. En mi casa se escuchaba música de todo tipo. Mi papá tenía sus discos, de los cuales empecé a conocer algunas cosas. Mi inclinación por la música clásica fue un poco de generación espontánea y un poco influenciado por mi papá. Uno a los once años lo que busca es jugar, porque uno es niño. Entonces, al comienzo fue un juego, una iniciativa de un grupo de amigos para entretenerse. Mis compañeros de ese momento no siguieron, pero yo sí. Pero el impulso inicial fue ese: una entretención que se fue transformando poco a poco en una pasión.
¿Cuando ese juego se transforma en disciplina?
Cuando uno comienza a adentrarse en el mundo de las artes, uno empieza a descubrir un mundo insospechado y empieza a querer hacerlo bien, entonces, se transformó poco a poco. Lo lúdico siempre permanece en la vida, pero surgió la necesidad de hacerlo mi profesión. Fue como una cuestión natural que fue surgiendo. (….) Había resquemores, dudas, pero la verdad es que cuando uno va demostrando que uno se la puede y que uno quiere jugársela, esas dudas o esos fantasmas desaparecen y tuve todo el apoyo de mi entorno familiar.
Posteriormente, a los 15 años, usted entra a estudiar a la Facultad de Artes de la Universidad de Chile. ¿Cómo fue el enfrentar este mundo a esa edad?
Fue muy estimulante, porque uno se metía en el mundo de la música cuando estaba, simultáneamente, en el colegio. Empecé a hacer cursos más formales, con un programa académico y conocí a grandes maestros de ese momento. Fue un momento muy estimulante que no me dejó ninguna duda de que ese era definitivamente mi camino, aunque eran momentos complejos. Entré el año 79 a la Universidad, en plena dictadura. De ahí pasé a lo que se conoce como pregrado y saqué mi título. Partí a los 15 años en la Universidad y salí a los 21, titulado. A los 23 me fui a Alemania a hacer un posgrado y estuve ahí varios años.
¿Cómo recuerda ese momento de estudiar bajo dictadura?
Creo que como lo recordamos todos los que vivimos en esa época. Fue la época de las protestas que a nivel universitario tuvieron mucha fuerza. Pero, a pesar de eso, seguí mis estudios, seguí adelante y seguí mi camino. Fue una época compleja para todo el mundo, no solamente para los que estábamos en esa facultad en particular.
Cuando viaja a Alemania, ¿cómo este conocimiento adquirido se expande?
Me tocó la suerte de llegar con una beca del gobierno alemán a una escuela de música bien importante que es la de Colonia. Ahí tuve un muy buen maestro: Eliot Fisk. Él había fue un gran iniciador de la guitarra en el mundo. Entonces, fue una gran oportunidad. Al poco andar, gané dos concursos que me sirvieron de plataforma para empezar a hacer una carrera importante. Entonces, fue todo un abrirse camino en ese momento.
Durante su carrera, ha tenido la posibilidad de presentarse en distintos escenarios extranjeros. ¿Cómo comienza a darse este circuito de presentaciones?
A mí me tocó vivir una época de transición. Pasé de la época en que los músicos trataban de establecer su carrera en base a un sistema empresarial por medio de un mánager a una época en que empezó a surgir cada vez más la autogestión. Entonces, me tuve que adaptar. Eso fue muy importante para seguir adelante. Gran parte de mi carrera posterior la hice con mucha autogestión, generando plataformas, agrupaciones, gestiones para financiamiento de proyectos para hacer discos, para hacer giras, pero rindió buenos frutos, porque pude hacer muchas cosas y muy interesantes. Una de las cosas que más me apasionó, desde un principio, fue generar un vínculo estrecho con compositores de mi país. Uno de los logros más grandes de mi carrera fue haber estrenado y difundido, ampliamente, muchas obras de compositores chilenos.
¿De dónde nace este interés sobre el rescate de compositores nacionales?
Cuando partí conocí un movimiento que ya estaba en marcha hace mucho tiempo en Chile, pero en la guitarra no tenía tanto desarrollo como uno hubiera querido, entonces, una de mis iniciativas iniciales fue pedirle a los compositores que empezaran a escribir para el instrumento. Tuve muy buena acogida y eso me permitió generar todo un cúmulo de repertorio nuevo, que había que mostrar. Fue bien aceptado no sólo en Chile sino que también en el extranjero. La guitarra empezó a tener un conocimiento no sólo por quien lo interpretaba sino por los compositores que creaban música propia para el instrumento.
¿Cómo su trabajo confluye con su labor como músico y docente?
Esa labor ha sido importantísima, porque uno tiene que ir retroalimentándose de las nuevas generaciones que van creando nuevas dinámicas. Para mi, la docencia es un espacio de contribuir por una parte a las nuevas generaciones de lo que yo he podido consolidar, pero, por otra parte, ellos me alimentan para seguir creciendo como artistas. Ha sido un doble beneficio bidireccional.
¿Qué opinión tiene respecto de que el Premio haya reconocido en muy pocas ocasiones a la música popular?
Hay varias preguntas que se ciernen sobre el Premio Nacional. Es evidente que si hoy postulara un personaje como Violeta Parra, se lo darían de inmediato por el reconocimiento y la valoración que tiene. Lamentablemente, en los años en que ella estaba viva la valoración de la música tradicional, por ejemplo, o folclórica, no era tal. Pero los tiempos han cambiado. Hoy tenemos un Premio Nacional que es Margot Loyola y que es ampliamente merecido. De esa manera, tienen que haber muchos más. Hoy las valoraciones de las músicas, sea académica, folclórica, sea popular, es igual. Para mi tiene el mismo valor.