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Nos debemos libres, migrantes y plurinacionales

Columna de opinión por Ivonne Coñuecar
Lunes 7 de diciembre 2020 11:56 hrs.


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La velocidad con la que avanzó el proyecto de ley para un distrito constituyente en el extranjero, por tres escaños supernumerarios para la representación de los chilenos repartidos por el mundo sufrió la estrepitosa caída tras la votación. Hubieran sido sobre los ciento cincuenta y cinco, y sobre los veinticuatro exigidos por los pueblos indígenas. Algo de contradicción me habitó cuando vi la velocidad de este proyecto de ley, mientras que los indígenas estamos a punto de cumplir un año esperando los escaños reservados para la representación en la Convención Constitucional. Contradicción porque soy mapuche, y también soy una del millón de chilenos que vivimos en el extranjero. Celebro las iniciativas para la ampliación de la participación política, pero también me queda el sabor histórico amargo de la segregación, y ahora de esta esperanza del sufragio desde el extranjero, ampliar siempre será un mejor horizonte para vernos y reconocernos en nuestras diversidades.

Se nos está impidiendo la votación en una elección en la que entrarían todas las voces para la redacción de una Carta Fundamental que hoy nos nos permite avanzar, es irónico ¿el puente está cortado? Sin ninguna justificación, solo por voluntad política, se nos limita en el ejercicio de nuestro derecho a sufragio. Y aún más allá de un distrito, o varios, me encantaría votar en las parlamentarias, y en todas las votaciones por representantes del territorio del que también soy parte en Patagonia, donde crecí. Quienes vivimos fuera no dejamos Chile, ni aún siendo expulsados por la biopolítica, ni aún teniendo alma de migrante y herida de exiliados, son muchas las necesidades que tenemos en los más de sesenta países en los que residimos, con idiosincrasias que siempre son un desafío, aunque pasen los años. Se evidencian aquello de lo que adolecemos por estar fuera del país,  porque aunque dejemos todos los poderes por escrituras públicas para la administración de nuestro patrimonio o para que nos representen en todo tipo de actos jurídicos, siempre hay algún papel, y de este lado solo hay oficinas con capacidad limitada para algunos trámites, que a veces ni siquiera conocen los funcionarios. Esto ha quedado al descubierto con la pandemia del coronavirus, claro ejemplo de ello es el abandono de los becarios abandonados de Becas Chile. 

El asunto es dónde ponen la voluntad política los parlamentarios, para los escaños reservados los pueblos indígenas (no “nuestros”, como suelen decir algunos en sus intervenciones) ya será un año, y ni siquiera un año dependiendo desde donde se desee medir la injusticia, la vejación y la segregación, podrían ser más de quinientos. Hay voces que dicen que los mapuche no nos merecemos nada, que para qué, que votaron para ciento cincuenta y cinco y que no se puede reformar. Dicen, que esos diez pueblos reconocidos por el Estado como pueblos indígenas amparados en una legislación, somos chilenos y chilenas, y que tenemos que obedecer a un sistema nacional en el que bien podríamos convivir de manera plurinacional, todos los pueblos, todas las culturas. Quizás no sienten ni reconocen los conocimientos esenciales, anteriores, desde la naturaleza, u otros modos de concebir el desarrollo y la economía, probablemente no saben la profundidad que hay en las raíces, en la Memoria y, sobre todo, la lengua, que es un bien fundamental. Creo en esa antigüedad de la lengua para el traspaso de saberes, para la mantención del sistema de creencias, y como parte de nuestra resistencia. Aunque tengamos estos modernos trajes citadinos y artefactos culturales somos esencialmente parte de una cultura que vibra desde la oralidad, la palabra. Fue el encuentro telúrico de culturas que nos configuraron hasta llegar aquí, donde los indígenas continuamos en la disputa asimétrica en la que se regodea el paternalismo estatal, y nos niega reivindicación y autonomía. 

Cuando era chica me preguntaron si mi apellido era checoslovaco (en ese entonces el país existía). Otra vez me preguntaron si era rumano. Ninguna de las alternativas estaba en lo correcto, tampoco dije que era mapuche, para evitar la cara de las profesoras. Evitar. No molestar. Tan de la primera educación en dictadura. No decir aunque los rasgos fueran evidentes. No preguntar si se es o no mapuche para no insultar, porque decir mapuche remitía al estereotipo que aún hoy permanece en los lugares más prejuiciosos, anquilosados y enmohecidos de la moralidad chilena. En mi casa y familia sabíamos que éramos mapuche, no vivíamos en comunidades, pese a que nuestra vida transcurría entre el campo y la ciudad. No toda mi familia migró del campo a la ciudad, todavía hay algunos que resisten en las zonas rurales cada vez más deshabitadas, destruidas, empobrecidas y abandonadas. Mi padre fue de los que salió del campo en tiempos de la educación pública y gratuita, en tiempos de movilidad social. Mis bisabuelos y abuelos llegaron a Aysén desde Quicaví, Chiloé, con una estela de discriminación que nos vinculaba a brujos y montajes de la época y de la épica. Ese recorrido hasta Aysén fue el que hicieron muchos mapuche williche motivados -probablemente- por las mismas voluntades y deseos por las que también migramos hacia otros países. 

Somos culturas que nos negamos a desaparecer, aunque nuestra historia se resienta con las capas y capas de violencia, invisibilización, aculturación. Hay generaciones que avanzamos en ese fuego inextinguible que es la palabra y la Memoria. Queremos reivindicación. Yo quiero reivindicación. Sin embargo, apenas ganamos el plebiscito con el histórico y aplastante setenta y ocho por ciento, los gritos y celebraciones fueron diluyendo algo en ese Apruebo, nos fueron olvidando, es probable que no obtengamos nada, como indígenas, que ya como migrantes lo comprobamos hoy. Pero seguiremos exigiendo escaños reservados y distritos, son asuntos que recién están comenzando en un Estado que está creciendo. Duele que sean luchas que no avanzan al mismo ritmo en este proceso constituyente. Una vez lograda la paridad, la participación de los pueblos originarios se fue alejando, comenzó a parecer incluso, una impostura y palabras de aquello políticamente correcto en tiempos en que se desea un Estado amplio, sin paternalismo ni subsidiariedad para esta Nueva Constitución. 

No solo Chile despertó y levantó la wenufoye en sus calles y en el extranjero, despertó también la conciencia y cayó en cuenta que así como violaban los Derechos Humanos en Wallmapu, lo hacían también con la misma impunidad en todo el territorio ¿Qué es lo que se olvidó? Se habla de candidaturas, de la fórmula, del qué bueno y que sí, pero dónde quedó lo plurinacional para avanzar hacia una Nueva Constitución que nos reconozca, y que convocó y activó la memoria de cada historia familiar, incluso de esa que nos debíamos antes de la dictadura, y sentimos que le debíamos también un país a otro, u otra. Si los escaños reservados fracasan será un proceso ilegítimo, no se detendrá -sin duda- pero su ilegitimidad se imprimirá en nuestra memoria. Ya se va deslegitimando con la ausencia del voto exterior. Y es que yo comprendo que les podamos dar igual, pero a mi usted no me da igual, así como tampoco me da igual ni las personas migrantes en Chile, ni los presos y presas de la revuelta, y a cada paso con zancadilla este proceso va perdiendo legitimidad, sin libertad pierde legitimidad, sobre todo si comenzamos a negociar Derechos Humanos. Y, sin embargo, en la impronta silenciosa también sabíamos que la centrífuga social funciona así. Como culturas indígenas hemos visto estos procesos por décadas, por generaciones. No queremos que nos digan lo que tenemos que hacer o cómo conducirnos, no queremos que nos sigan desapareciendo ni despreciando. Seguiremos porque hemos resistido tanto, nos hemos repetimos hace siglos, que qué más va a ser un poco más, no olvidamos ni diluimos, apelamos a la ampliación de la participación política y a la ternura plurinacional que tanto nos debemos, libres, migrantes y plurinacionales.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.