¿Qué esperanza tiene la sociedad en el futuro? ¿Hemos perdido la convicción de que el futuro será mejor que el presente? Son algunas de las preguntas que responde el Doctor en Filosofía, Premio Extraordinario de Doctorado en la Universitat de València (2015), Francisco Martorell Campos.
En el marco de las actividades de la duodécima versión del Congreso Futuro, Radio y Diario Universidad de Chile conversó con el español experto en futuros utópicos y distópicos, quien hace más de 20 años analiza los textos de ciencia ficción como indicadores o termómetros del imaginario social sobre el porvenir de los escenarios de la sociedad. La charla del Martorell se realizará de forma virtual el viernes 20 de enero, en el bloque “La potencia de las habilidades”. Puedes inscribirte aquí.
De acuerdo al filósofo, hace aproximadamente cuatro décadas la sociedad le dio la espalda al futuro y empezó a gravitar en el presente, dejando atrás la guía, la esperanza y la convicción de que el futuro sería mejor que la realidad que hoy conocemos.
“Desde los 80 el miedo se apoderó de todo, así como la incertidumbre y la sensación de impotencia. Ese momento fue la encarnación de un tremendo error, haber renunciado al futuro en favor del presente ha provocado la cultura de la nostalgia que nos rodea”, sostuvo Martorell.
En ese sentido, señaló que por eso se tiende a idealizar el pasado, “donde se supone que había menos delincuencia, los padres respetaban a sus hijos, la vida era más tranquila y había sentimiento de comunidad”. Es así como ese sentimiento de nostalgia se plasma en todas las conmemoraciones políticas e históricas de los estados, al igual que en la producción cultural de películas, series, literatura y la gran cantidad de nuevas versiones de cinematografía pasada.
La responsabilidad de la izquierda y la ultraderecha en el estancamiento del pasado y la falta de activismo constructivo
Respecto al contexto chileno el expositor del Congreso Futuro señaló que las movilizaciones del 2019 develaron que Chile “todavía está intentando superar el periodo dictatorial”.
“Algo parecido pasa en España, hay una parte de la población nostálgica, reacia a los cambios, a los avances realmente relevantes y a cortar definitivamente con el pasado. Los restos de ese pasado terrible siguen estando, de una forma u otra, en medios de comunicación, en el Ejército, fuerzas de seguridad y en los jueces. Existen ciertas diferencias entre ambos países, pero me parece que existen esas coincidencias”, planteó y consideró que éstos “son minoritarios, aunque más significativos de lo que cuenta el relato oficial“.
Así, el especialista en el cruce entre la filosofía de la cultura y la filosofía política, expuso que “el progreso se consigue después de mucho tiempo, de reivindicaciones y de manifestaciones políticas”. Este es el caso de los partidos y movimientos de izquierda que han dado batallas muy importantes en materia cultural, en los derechos de las mujeres, de la comunidad LGBTIQ+, del medio ambiente, entre otras.
Sin embargo, indicó que a pesar de los avances que ha cosechado la izquierda en los últimos 30 años, en cuanto al ámbito económico se ha mostrado incompetente. “No ha sido capaz de mostrar prosperidad para las capas populares de las naciones, no ha sido capaz de presentar un programa alternativo al sistema neoliberal y de libre mercado”, opinó.
En ese sentido, el investigador afirmó que al perderse la esperanza en el futuro, se proyecta la esperanza en el pasado, “en un pasado idealizado y falso, porque solo se selecciona la parte positiva del ayer, pero se abstrae de todo lo demás”.
“La pérdida del futuro como horizonte político tiene como secuela la aparición de una serie de fuerzas políticas populistas de derecha que precisamente se basan en el deseo de recuperar el pasado”, dijo y agregó que aquello se ha visto reflejado en la región con el avance de líderes como Jair Bolsonaro en Brasil y Donald Trump en Estados Unidos, mientras que en Europa se alzan los triunfos como el de Giorgia Meloni en Italia y figuras como Marine Le Pen, la lideresa francesa, que siguen ganando popularidad.
“Son manifestaciones de una fuerza política que tiene como trampolín esta visión retrospectiva y este impulso anti futurista conservador, contra los cuales hay que combatir, cultural y políticamente (…). Son fuerzas políticas que se alimentan del miedo”, aseveró. Además, el filosofo mencionó que mundialmente estamos en un momento muy difícil porque “hay una parte de la población que quiere avanzar, pero hay un entramado sociológico político que obstaculiza el avance”.
Por otro lado, en una revisión histórica Martorell expuso que la caída del Muro de Berlín creó un supuesto que posicionó a la búsqueda de la utopía no solo como peligrosa sino como autodestructiva. “No es extraño que desde entonces la distopía como género popular de la cultura de masas tenga tanto éxito, que los libros y sagas distópicas dirigidas a los jóvenes vendan tantos millones de ejemplares o que las series distópicas de Netflix sean las más vistas cada año”, declaró.
De la misma manera, sostuvo que lo anterior es un reflejo del “activismo reactivo” y explicó que los escenarios distópicos “ponen sobre la mesa todos los defectos de la civilización y los muestra al espectador, son especialistas en exagerar los problemas actuales y proyectar esa exageración en el futuro”.
“En ese sentido, tiene un poder pedagógico increíble porque a diferencia de los ensayos de filósofos, sociólogos y eruditos sobre lo mal que va todo, la distopía consigue que cualquier persona, con independencia de su nivel cultural, aprenda que nuestro mundo no funciona y que es imperfecto”, destacó.
No obstante, precisó que estos escenarios fomentan el activismo reactivo y la actitud puramente defensiva, pero “el activismo no necesita de nuevas tecnologías, necesita reconquistar la imaginación, ser capaz de ofrecer alternativas, tener la potencia y la facultad de componer algo nuevo”.