“No hay lugar en el mundo donde no se practique breaking”, repite convencido junto a una pileta que pasa desapercibida en la plaza principal. Llama más la atención el Hogar de Ancianos San Francisco que ocupa casi toda una calle en la avenida Los Libertadores, justo en frente del paradero de los buses que vienen de Santiago, y que fue la locación del documental nominado al Oscar, “El agente topo” (2020). La plaza erigida a la rivera del Mapocho, en el sector rural de la Región Metropolitana, tiene además una iglesia que data del siglo XVIII, un diminuto museo patrimonial, un café y galerías que cierran cerca del almuerzo, y una pista de baile que contrasta, pero no perturba la rutina pueblerina de un día cualquiera en El Monte.
Andrés Ferrer llega hasta aquí al menos dos veces por semana junto a su entrenador Héctor Antiman, el profesor de educación física convencido de que en cada rincón del mundo siempre habrá alguien que baile “breakdance”, un nombre que detesta, pero con el cual la televisión bautizó a ese baile setentero de giros y acrobacias a ras del suelo y al ritmo de hip hop. Visten buzos negros, zapatillas deportivas y una sobria polera roja que los identifica como miembros de la Selección Nacional de Breaking, el arte devenido en deporte, la estrella de las próximas olimpiadas, la disciplina que hará su debut en noviembre en los Panamericanos Santiago 2023.
La pista, dice Héctor refiriéndose a la palestra central de la plaza y que hoy es un punto de entrenamiento para bboys y bgirls de la comuna, fue construida como un escenario para eventos masivos. “Incluso tenía otro tipo de piso”, dice señalando las cerámicas que simulan un tablero de ajedrez, “pero dio la casualidad de que siempre fue muy resbaloso, ideal para practicar breaking”. Hace diez años, cuando llegó a El Monte desde Punta Arenas, una comuna del extremo sur de Chile, empezó a ofrecer sus servicios como entrenador en colegios y organizaciones culturales de la zona. “Tenía veinte alumnos en un colegio, treinta en otro y así, en cinco años, había más de cien niños que estaban bailando”.
“One Pelón”, el seudónimo que usa Andrés Ferrer en las competencias de baile, o “callouts” en el dialecto breaker, fue uno de ellos. Su madre, Pamela Abarca, exbailarina de breaking y hoy profesora de danzas orientales, fue quien lo llevó a Fantaskills, la primera escuela fundada por Héctor Antiman en la comuna. “Un día vi un pendón en la plaza que decía, ‘clases de baile’. Andrés era un niño bien tímido y pensé que esto podría ser sanador en ese aspecto”, recuerda. Y el impacto fue inmediato. “La escuela fue sumamente importante para los jóvenes, tanto por el interés que generó como por los logros que fueron obteniendo”, dice sobre esto Pablo Torres, actor de profesión y director de la corporación municipal que financiaba parte del proyecto. “Los alumnos me decían: ‘profe, ¿usted conoce Francia?’ Y yo les respondía que sí, que había ido a un campeonato mundial. Eso para un niño de escasos recursos es todo un sueño, pero con el baile podían lograrlo”, dice Héctor.
Con dieciséis años recién cumplidos, Andrés Ferrer ha visitado y competido en San Diego, California; Chicago, Houston y visitará Eslovenia en junio de este año. Actualmente es campeón nacional de breaking en la categoría juvenil y busca también hacerse un espacio en lo que será la competencia de donde saldrán los primeros cuatro clasificados del mundo para el debut olímpico en Paris 2024: los Panamericanos 2023. Mientras tanto, pasa los últimos días de un verano interminable entre la plaza de El Monte, Maipú o Quinta Normal; en gimnasios municipales y escuelas privadas de gimnasia como la de Tomás González, el deportista chileno más laureado de la disciplina; mimetizándose siempre en el paisaje, cargando un parlante en forma de cilindro, abriendo las piernas en el suelo y estirando los brazos a la vez que retuerce las muñecas en el aire hasta alcanzar los pies. Ha aparecido en cuanto boletín cultural de la comuna se ha repartido, lo conocen adolescentes y vecinos de la tercera edad. Cuando pregunté por él a una colega cuyos padres viven allí, me dijo que su madre y su abuela ya lo habían visto una vez en el Instagram de la municipalidad. “Dejaron de ser personas anónimas gracias al breaking”, dice Héctor, “cuando empezaron a ganar campeonatos también empezaron a recibir el reconocimiento de su comunidad. En El Monte les decían: ‘ellos son los campeones nacionales’”. Aunque no fue siempre así.
“Éramos niños y nos frustrábamos cuando perdíamos”, recuerda un Andrés silente y escurridizo, distinto al adolescente de metro ochenta que tensa el torso cuando suenan los bombos y que expande los brazos como abriéndose paso en medio de una multitud imaginaria sacada de la película Beat Street. Top rock, es la denominación oficial que le ha dado la World Dance a este movimiento desde que se anunció su inclusión como deporte olímpico en 2020, me explicará después Héctor Antiman. En 2017, la bgirl Leia Jarpa, una niña de no más de nueve años, fue la primera en traer una medalla para Fantaskills. “Fue un tercer lugar, pero salió hasta en la sopa”, dice Héctor. Se paseaban en ese entonces por eventos organizados en otras comunas de la región como Kid Battle y Pequeños Maestros. Se fotografiaban con exponentes famosos de la escena del rap y el freestyle como Nitro y Teorema, pero no era suficiente. “Había un rival con el que siempre perdíamos. Le decían Joelito, era de Recoleta”, dice Andrés, “cuando le pudimos ganar tuvo que haber sido una puntuación de 2 a 1 porque fue una batalla muy dura”. Fue la primera vez que Fantaskills obtenía un primer lugar en un torneo. Lo ganó Andrés y otro compañero que después abandonó la escuela. “Todos lo hicieron con la pandemia”, dice Héctor, “pero el resultado de estos cinco años y de un trabajo con ciento cincuenta alumnos fue Andrés Ferrer. Solo uno llegó al alto rendimiento”.
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A menos de diez meses para el inicio de Santiago 2023, la corporación graba los spots publicitarios donde el breaking es la novedad. Héctor Antiman, sport manager de la competencia, ha citado a las nueve de la mañana a tres deportistas de la disciplina en el Gimnasio Municipal de Lo Espejo, otra comuna de la periferia santiaguina. Andrés Ferrer es uno de ellos y el más joven, además. En la última semana, participó también de un reportaje televisivo realizado por T13 y grabo una microentrevista para Santiago 2023 en el Movistar Arena. “Es tímido para declarar frente a las cámaras”, me dijo uno de los organizadores, “pero habló de cosas como de los nervios que tiene antes de las competencias y de su admiración por Michael Jackson”. “Cuando chico no me interesaba mucho el break”, me había contado Andrés durante la primera entrevista que tuvimos en la plaza de El Monte, “lo que sí me gustaba era bailar como Michael Jackson”. “Le dije, ‘tú puedes bailar como él, pero con otros niños”, me dijo su madre, Pamela Abarca. Héctor completa la historia: “Llegó engañado, pensando que iba a bailar de pie, pero cuando vio los movimientos de los otros niños en el suelo, alucinó con eso y se volvió el alumno más fiel”.
Mientras los deportistas realizan estiramientos por un retraso en las grabaciones, los ventanales del segundo piso del gimnasio dejan ver una clase de aeróbicos para mujeres adultas. “Esta es la segunda toma con Andrés”, dice Héctor, “le están haciendo un seguimiento especial porque se trata de una promesa olímpica”. Héctor y Pamela lo acompañan a todas sus entrevistas. “Se ve grande, pero sigue siendo un niño y todo esto es algo nuevo para él”, dice Héctor, “aunque no es casual su desarrollo, es consecuencia de que creció en un entorno familiar de puros artistas”. Pero ni el breaking ni la cultura hip hop fueron siempre atractivos para Andrés. “Veía a mi padre editar o grabar su música y no lo pescaba mucho, no entendía su propósito”, confiesa. Andi Ferrer, un exitoso cantante de rap conocido como “Portavoz”, lo confirma al teléfono: “En algún momento se iba a interesar por alguna disciplina artística. Siempre me vio escribir y escuchar rap”. No está aquí porque se viene recuperando de un accidente que sufrió en 2021 y que lo dejó al borde de la muerte, pero sin duda es una pieza esencial en la carrera de “One Pelón”. “No es algo que mencionemos mucho porque Andrés está haciendo su propio camino”, me dijo Héctor cuando le pregunté por qué “Portavoz” era seguidor de la cuenta de Instagram de Fantaskills. Andi, en el teléfono, replica: “Como en Chile la cultura es bien chaquetera, quizás pensarían que gracias a mí se hizo conocido”. Contrario a eso, en los archivos digitales hay poquísimos rastros que vinculen a Andrés con el trabajo de su padre. Además de la canción “Soy contigo” que le dedicó en 2012, solo un par de comentarios en las redes preguntan curiosos si “One Pelón” es el hijo de “Portavoz”, pero nadie responde.
El anuncio de la inclusión del breaking como deporte olímpico lo hizo el presidente del Comité Olímpico Internacional (COI), Thomas Bach, en pleno año de pandemia. “Se trata de popularizar disciplinas inclusivas, atractivas y que pueden ser practicadas fuera de los recintos deportivos tradicionales”, aseguró. Desde ese entonces, la web oficial del COI ha publicado diversas entrevistas a exponentes de la disciplina a nivel internacional que hicieron historia en eventos culturales como la BC One de Red Bull. “Es una cultura nacida de la paz, primero y ante todo”, dijo el campeón de la BC One 2012, Mounir Biba. El tricampeón 2014, 2015, 2016 del mismo evento en España, XAK, declaró que “viene preparándose para esto 20 años sin saberlo” y, de clasificar, llegará a la competencia con 37 años, poco más del doble de la edad de Andrés.
Cbon y Mauri, los seudónimos de los otros bboys en la grabación y que son también las cartas de Chile para los próximos panamericanos, tienen 27 y 35 años, respectivamente, casi una década de distancia que a lo menos hace distintas sus miradas respecto de la inclusión del breaking como deporte olímpico y sus expectativas en la escena nacional. Sebastián Hernández, “Cbon”, por ejemplo, preparador físico de profesión y campeón de la primera fecha en Chile con miras a llenar los dos cupos que tendrá el país en Santiago 2023, está convencido de que la inclusión de este deporte al COI “es un antes y un después muy notorio”. “Me metí a estudiar preparación física porque trece años de experiencia como bailarín no servían de nada. Ahora eso cambia, pesa la experiencia, las competencias y el recorrido que uno tenga”, dice. Mauricio Rivera, “Mauri”, en cambio, que trabaja como bodeguero y para quien este deporte no es su principal fuente de ingresos, no cree en su profesionalización. “Para mí es un evento más. Abre las puertas para que nos conozca más gente, pero la profesionalización es complicada”, dice.
La primera vez que Héctor escuchó que el breaking podría llegar a ser deporte fue en una entrevista que dio Hong 10, el surcoreano bicampeón de la Red Bull BC One en los años 2006 y 2013, luego de conquistar por primera vez la que, antes de las olimpiadas, fue quizás la competencia de breaking más famosa del mundo. Un año antes, en Berlín, Hong 10 había protagonizado con el francés Lilou lo que para muchos es la batalla de breaking más épica de la historia y cuyo único registro audiovisual en YouTube supera hoy las diez millones de visualizaciones. Una batalla, dice Cbon, no implica solamente dominar aspectos técnicos sino también de interpretación. “El ganador, como yo lo veo, es quien hace la pregunta más interesante, quien propone algo distinto”, dice. La nomenclatura básica incluye tres conceptos: el toprock, que es el baile de presentación realizado de pie; el footwork, los movimientos en el suelo con pies y manos; el power move, los giros del cuerpo sobre un solo eje; pero además hay que saber medirle el ritmo al beat. “La musicalidad es tan importante como saber en qué momento quedarte quieto”, dirá después Andrés refiriéndose a un cuarto concepto técnico: los freezer, un instante perpetuo capaz de volcar multitudes en tu nombre y dejar al rival en un silencio corporal irreversible. El problema, dice Héctor, es que todo esto es aplicable en competencias como la de Red Bull, donde los jueces no le tienen ningún pudor a la subjetividad, pero no en unas olimpiadas. Entonces, “se tomaron todo este tiempo para lograr que pueda ser evaluable, pero sin dejar de ser atractivo para el público”, dice.
En Chile, la Federación Nacional de Baile Deportivo contabilizó 200 deportistas de breaking federados hasta el 2022, pero Francisco Mora, su presidente, confiesa se espera la cifra aumente a 300 en el registro de este año. Dice, además, que el mayor impacto que ha tenido la inclusión de este deporte en la federación tiene que ver con la recepción y administración de recursos estatales que han servido para formar cuerpos técnicos en la selección nacional, capacitar a jueces y desarrollar los eventos clasificatorios. Santiago 2023 no solo será el debut mundial del breaking como deporte olímpico, sino que los dos campeones, tanto en categoría masculina como femenina, serán los primeros clasificados para las olimpiadas de Paris 2024. A Chile llegarán los 16 mejores representantes del continente: cuatro clasificarán en una eliminatoria previa organizada en Santiago; once, por sus posiciones en el ranking de la World Dance, el principal ente rector del baile deportivo a nivel internacional; y el último cupo será ocupado por el país local que también vive un proceso de selección en el que participan Sebastián Hernández, Mauricio Rivera y Andrés Ferrer.
—¿No está asegurada la presencia de One Pelón en los Panamericanos? —le pregunto a su entrenador.
—Creemos que, si bien podría clasificar, no está en su mejor momento para llegar a instancias finales y obtener una medalla. Eso lo tenemos planificado para cuando cumpla 20. Es la proyección que tenemos.
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Es quizás el breaking el único deporte en el que estar abajo no es necesariamente sinónimo de derrota. “Gracias a los breakers por girar con el planeta”, escribió una vez el rapero peruano Pedro Mo, “porque el suelo también es una meta”. Bailar de pie es un pleonasmo inmenso que cultores y devotos del elemento corporal de la cultura hip hop que llegará a más de tres millones de personas en las próximas olimpiadas, recalcan siempre. La edición de Tokio 2020 que vio el debut de los primeros hijos deportivos de la cultura urbana como el skate y el surf tuvo un aumento en el consumo digital de un 139% respecto de lo visto en Río 2016. “Estamos dejando de ser bailarines que limpian el piso, como nos dicen vulgarmente”, me dijo Sebastián Hernández. Durante su periplo universitario, me confesó también Héctor Antiman, no existían profesores que estudiasen al breaking como una disciplina deportiva. Solo él y un compañero más eran los únicos de su facultad que lo practicaban en sus ratos libres. Andrés mismo, en la escuela de gimnasia de Tomás González, es el único feligrés de un baile, nunca mejor dicho, observado desde arriba. “Pero si estamos en las olimpiadas es porque somos atractivos. Los deportes se sostienen con entradas, streaming y sponsors. Y el breaking lo tiene todo”, remata Héctor.
A mediados de marzo, un par de semanas después del inicio del año escolar en Chile, Andrés Ferrer ya suma sus primeras faltas en el colegio. Mientras realiza su rutina de estiramiento, pasado el mediodía de un miércoles cualquiera, adolescentes uniformados atraviesan la plaza comiendo helados y siempre en manadas. La última vez que consumió golosinas, confiesa, fue hace un par de semanas en el cumpleaños de uno de sus mejores amigos. Suele salir poco en el barrio y sus juntas con amigos son, en su mayoría, partidas de Fortnite o algún otro juego de moda. Su rutina diaria va de extremo a extremo: un día podría dormir horas extras a plena luz, como cuando se esguinzó la columna por un calentamiento apresurado, o despertar a las cinco de la mañana en otro para tomar el primer bus a Santiago, atravesar la capital y llegar puntual a su escuela de gimnasia en La Reina. “Ya no se siente raro. Quizás al principio faltar al colegio me hacía sentir así, pero no a todos nos gusta la escuela”, repite entre risas y al instante, tartamudeando, intenta explicarse: “No estoy faltando en vano, estoy cumpliendo mis deberes como deportista”.
“Siempre le he dicho que tiene que estudiar algo”, dice Pamela Abarca, “quizás el breaking pueda convertirse en un complemento o en una herramienta”. Pero Andrés aún no tiene claro lo que hará con su futuro, nadie lo tiene a los dieciséis años. Entre sus opciones está ser profesor de educación física, pero también le gusta la actuación y quiere grabar un día una película de su vida. “Como el documental de Pelé o las de Rocky Balboa”, dice. Al primogénito de Portavoz le pusieron One Pelón porque, además, fue el primer nieto, el primer sobrino, “el primer todo”, dice, “y porque no tenía pelo”. No se siente un privilegiado por nacer en una familia de artistas, pero admite que el talento, los recursos y las oportunidades son una fórmula a lo menos esencial para llegar a eso que llaman “alto rendimiento”. “Dedicar el 99% de tu vida al deporte y que el resto pase a un segundo plano”, me explicó Héctor. “Es penca decirlo, pero no ocurren muchos milagros aquí”, dice Andrés.
—¿Por qué crees que tú llegaste y no tus compañeros?
—Sé que no fue por talento, sino porque le dediqué muchas horas a esto. Cada vez, con las derrotas, había algunos niños que ya no iban a los talleres y era por pura frustración. Creo que empecé a ser el mejor porque los demás se fueron.
Fantaskills, un acrónimo anglosajón de “habilidades fantásticas”, cerró sus operaciones en El Monte, pero Pablo Torres, de la Corporación Cultural municipal, admite que está entre sus planes reactivar la escuela durante este año. “Quizás es un poco un capricho, porque yo también soy bailarín y actor, pero también es la idea de la municipalidad potenciar este deporte”, afirma. Cuando le pregunté a Andrés sobre cuál es la mayor lección que le ha dejado este deporte, me dijo que tenía que ver con el respeto y reconocimiento a quienes sentaron las bases de la escena. “En esta disciplina no se reconoce mucho a los maestros, pero ellos invirtieron horas en enseñarte”, me dijo. Héctor también sueña con Paris 2024, espera llegar como parte del comando técnico de Chile o como juez de la competencia. En el buscador de Google basta con colocar “breaking deporte olímpico” en la sección noticias para que salten a la vista nombres y perfiles de adolescentes y jóvenes en los barrios de México, Perú, España, que buscan lo mismo que Andrés Ferrer, la promesa chilena que pasó de bailar como Michael Jackson a tomar clases con Hong 10 en California, de escuchar pop y resistirse al rap a asistir con su padre a un concierto de Wu-tang Clan, de entrenar para ganarle a un compañero del barrio en las losetas de la plaza de El Monte a soñar con conseguir una medalla en alguna cita olímpica.
—¿Te molestaría no llegar a Santiago 2023? —le pregunto.
—No me importaría. Van a haber otros panamericanos y otras olimpiadas en 2028. Esas van a ser mías, tienen que ser mías.