Hay un edificio en Moscú que hasta 1914 era el hospital luterano. Se alza cerca de la estación Kurski y tras la caída del imperio zarista y la constitución de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), pasó a ser el Instituto de Investigación Cerebral. Luego se llamaría Instituto Lenin y hoy es la sede de la Academia Rusa de Ciencias Médicas dedicada el estudio del cerebro. Allí, sumergido en un gran frasco de vidrio sellado y lleno hasta el tope de formalina, se conserva hasta hoy el cerebro de Lenin. Lo que ven los turistas y partidarios del ideario leninista que llegan desde todo el mundo hasta el gran mausoleo de mármol escarlata jaspeado en la Plaza Roja y junto a las enormes murallas del Kremlin, es sólo el cuerpo momificado del hombre que le dio un giro a la Historia de la Humanidad.
Hoy, la Rusia de Vladimir Putin debate si -tal como el propio Lenin se lo pidiera a sus congéneres antes de morir- ese cuerpo no estaría mejor sepultado junto a su madre que expuesto allí, carente de los honores que durante casi un siglo le brindaran soviéticos y extranjeros ante un catafalco de cristal y banderas de acero. Tal vez ello impulse a muchos a formar las largas filas que aún son observables para entrar al mausoleo y verle, rodeando sin detenerse la urna de cristal e intentando captar y conservar los pormenores de aquel cadáver cerúleo, que descansa estratégicamente iluminado para causar impacto emocional, vestido de traje oscuro, corbata, camisa de mangas con colleras y su mano derecha empuñada (que no levantada) en un detalle que a los marxista-leninista no se les pasaba por alto.
Sobre el motivo de su deceso existe una polémica desatada desde hace décadas, la que podría concluir este 2024 año si -como se estableció- se abre el llamado “diario de la enfermedad”, un documento hasta ahora secreto. Cien años atrás, varios grandes médicos rusos participaron en la autopsia y su conclusión definitiva fue reescrita tres veces. Allí figura el diagnóstico oficial que revela: “Arteriosclerosis común de las arterias con una lesión pronunciada de las arterias del cerebro”. No hay mucha más información. Los médicos callaron para siempre los detalles de aquella autopsia y se llevaron los secretos a la tumba. Si es que existían tales secretos, pues tampoco se pueden establecer fidedignamente.
Al respecto, hace unos años, el especialista Harry Vinters, catedrático experto en neurología y neuropatología de la Universidad de California en Los Ángeles, explicó en una conferencia, junto al historiador ruso Lev Lurie, qué pudo pasarle a Lenin, sobre todo porque la ausencia de factores de riesgo llevó a pensar que el líder soviético padecía neurosífilis, una enfermedad de transmisión sexual que provoca graves daños cerebrales. Ello, porque Lenin había sido tratado a los veinticinco años por sífilis en una clínica en Suiza.
No obstante, Vinters aseguró que la sífilis meningovascular deja huellas diferentes a las detectadas en el cerebro de Lenin, que fue objeto de estudio. “No vi evidencias de eso en el informe de la autopsia -explicó Vinters-. El otro vaso que suele verse afectado por la sífilis es la aorta y tampoco se describe algo así en la autopsia”, afirmó. Lo que Vinters sostuvo fue que existía una predisposición genética de Lenin a la ateroesclerosis, enfermedad que había causado la muerte de su padre y de tres de sus hermanos. Y que, desde el atentado que sufrió en 2018, sufrió cuatro accidentes cerebro vasculares, hasta verse reducido a una silla de ruedas.
Sin embargo, no se crea que Lenin está olvidado. Por el contrario, sigue muy presente en Moscú, en toda Rusia y más allá, aunque su figura siga generando controversia. Para unos fue el líder revolucionario que en tan sólo siete años llevó un país que vivía casi en la Edad Media hasta el siglo XX., en tanto que sus detractores destacan su carácter implacable y fiero frente a la oligarquía, a la aristocracia, hacia todos aquellos que -por siglos- habían convertido al mayor imperio del mundo en una nación de parias.
Así se llegó a este 21 de enero en que se cumplían cien años de su muerte. Su figura seguirá estando integralmente ligada la revolución de octubre, porque no sólo estuvo al frente de la insurrección que condujo a la toma del poder y a la defenestración del imperio ruso, sino que asimismo dirigió toda la gigantesca labor previa, sin la cual habría sido imposible triunfar en una empresa semejante.
Aunque no vamos a hacer acá un recorrido por la historia personal de Lenin, ni mucho menos por la historia de la revolución bolchevique, si a alguien le interesa y quisiera ir un poco -harto- más allá de lo que pueda encontrar en Wikipedia respecto a este fundamental paso en la Historia contemporánea, nos permitimos una sugerencia. Porque para quedar absolutamente al día con la Revolución Rusa y el nacimiento del primer Estado de obreros, campesinos, estudiantes y soldados, si se desea conocer lo que realmente pasó y cómo fue, cuáles fueron sus reales protagonistas, así como los intrincados vericuetos teórico-político en las diferencias internas entre bolcheviques y mencheviques -de las que finalmente Lenin sale triunfante- recomendamos un libro esencial y trepidante: “Así se templó el acero”, cuyo autor fue el periodista estadounidense John Reed, quien vivió en primera persona el día a día de esos días y los supo contar magistralmente en un reportaje de primera mano que, aunque escrito hace 100 años, resulta ser hoy un documento invaluable sobre ese minuto del devenir histórico.
Pero también resulta ser un volumen esencial para comprender quién fue y cómo fue este hombre, este político, encaminado a convertirse en el ideólogo -acaso el filósofo- del marxismo al que impondría su impronta, el marxismo-leninismo, la base de las decisiones y acciones de líderes comunistas desde Mao Tsé Tung hasta Fidel Castro o Ernesto Ché Guevara.
Aquel hombre que dijo: “Todo el poder a los soviets”, Vladimir Illich Uliánov, “Lenin”.
Foto en portada: Mausoleo de Lenin-Agencia Reuters