Corrían los años de la pandemia cuando Jorge Coulón, músico y miembro fundador de Inti Illimani, tomó la decisión de escarbar varios de los recuerdos que han marcado sus 77 años de vida. Entre ellos, su infancia en el sur de Chile, el boom de la Nueva Canción Chilena, la llegada de la dictadura civil-militar y el posterior exilio de la banda en Italia.
Portada del libro “En las cuerdas del tiempo”
Una empresa que arrancó de la mano del escritor y guionista Federico Bonadonna y que tuvo como resultado la publicación de “Sulle corde del tempo“, libro lanzado durante el 2022 en el país europeo y que por estos días aterrizó en las estanterías de nuestro país bajo el nombre “En las cuerdas del tiempo. Una historia de Inti Illimani“.
“Me encontré con sorpresas tremendas entre mis recuerdos, desordenados en el tiempo, y Federico tiene la gracia y el rigor de ordenarlos, incluso en algunos casos de corregirlos”, comentó el artista en entrevista con Radio y Diario Universidad de Chile sobre el proceso que dio curso a sus memorias.
“Para mí fue un ejercicio interesante. Con Federico conversamos desde hace muchos años. Lo conocimos cuando él tenía siete años. Era hijo de un dirigente de los sindicatos italianos y lo conocimos apenas llegamos a Italia. Él es antropólogo y guionista de cine, además de escritor. Tiene un rigor de trabajo que yo no tengo, que en general no tenemos los que trabajamos en otros oficios”, compartió Coulón sobre la relación que sustentó este libro.
Historia que, además, es reconocida por el mismo músico como una de las tantas que rodean la longeva carrera de los Inti: “El editor italiano quería ponerle ‘la historia de Inti Illimani’ y yo insistí en que fuera ‘una historia de’ porque es mía, son mis recuerdos, que en muchos casos están corroborados con las fuentes periodísticas o históricas, y en otros casos son mis recuerdos así, como son. Lo justo era que se llamara así, o ‘mi historia’. Pero vivimos en la sociedad del ‘mí’, así preferí ponerle ‘una historia'”.
A esto, se suman las particularidades propias de la traducción literaria, cuyo sentido también se conecta con las relaciones que estableció con sus dos lenguas. “El italiano es la lengua del exilio, pero es sin dudas también mi segunda lengua. Yo viví entre los 25 y los 40 años en Italia. Son 15 años muy importantes en la vida. Para mí, el italiano es la lengua con que me hice adulto intelectualmente, y me di cuenta de lo complicado que es traducir al corregir la versión al español. El idioma es una pequeña parte de lo que se conversa y una parte gigantesca de lo que no se dice”, explicó.
“Traducir lo que yo dije en italiano a lo que diría en español fue una cuestión difícil, además porque tenía que explicar muchas cosas a los italianos que ellos no tendrían por qué saber y que en nuestra realidad parecen obvias porque las hemos vivido”, añadió Coulón.
La función de la memoria
Sobre las expresiones de la memoria, el músico afirmó que se trata de “un mecanismo muy interesante. Borges decía que la fantasía no era más que mala memoria, lo cual, en el sentido contrario, significaría que la veracidad de la memoria compite con la fantasía”.
En esa misma línea, destacó la forma en que estos recuerdos conversan, de una u otra forma, con nuestra actualidad. “A mí me parece que el libro tiene sentido sólo si dialoga con el presente y el futuro. Si no, realmente se transforma en una satisfacción personal de recuerdos personales, de ‘pucha que fue interesante, que fuimos famosos’, en fin”, expresó.
“Creo que lo interesante de esto es el testimonio de un muchacho chileno que se enfrentó a un mundo en cambio, a una Italia extraordinariamente rica de fermentos culturales en la época y que desgraciadamente se ha ido aplanando con toda la situación europea, transformando a Europa en un continente que culturalmente es poco interesante hoy, lo cual no quiere decir que no vaya a resurgir. Estoy seguro que están incubándose los nuevos europeos interesantes. Pero sin duda, el libro tiene sentido sólo allí, si sirve a una conversación, a un diálogo, a una reflexión”, añadió el artista.
Inti Illimani
Algo que, para el músico, adquiere especial relevancia en un momento donde los discursos de extrema derecha comienzan a ganar mayor terreno: “Una de las cosas que nosotros vivimos muy de cerca en el exilio fue la presencia, todavía fuerte, de las consecuencias del fascismo, de cómo quedó una sociedad profundamente herida, y cómo la salida final del fascismo es siempre violenta, es siempre muy dolorosa y muy complicada”.
En cuanto a sus memorias en torno al retorno del exilio expresó que, en su momento, “había muchas maneras de regresar a Chile, y todas tuvieron su lado complicado y su lado maravilloso. Pero sin duda, y creo que en el libro está expresado, volver a Chile no era fácil. También fue a propósito de cómo se hacen virales ciertos relatos que dejan en la sombra muchas veces los hechos y los sentimientos, que muchas veces dejan parte de tu vida en la sombra”.
“Lo políticamente correcto es estar en sintonía con el relato general. Nosotros volvimos a un país en el que se había extendido a nivel social la idea de que los exilados estábamos en jauja, gozando el ‘exilio dorado‘ mientras en Chile los compañeros estaban presos, torturados, desaparecían. Eso también lo ha manejado muy bien comunicacionalmente la derecha. Entonces, ese volver tenía que ser muy humilde, y creo que quienes no volvieron así lo pagaron, muchas veces con un exilio definitivo. O sea, no se adaptaron nunca a la sociedad chilena y terminaron volviendo a sus lugares de exilio, lo cual es también una opción respetabilísima”, sentenció.
Un testigo de los cambios
Pese a la multiplicidad de vivencias que surgen de una historia como la de Inti Illimani, Coulón afirma que también hay algunos aspectos que son compartidos por todos los integrantes del grupo. “Pedro Yáñez venía del sur también, de Campanario. De hecho, Pedro después se dedicó a la música campesina, a la décima y a la paya, porque tenía eso en su patrimonio cultural. Pero era también un tiempo en que están esas oleadas del latinoamericanismo que nos suceden cada tanto”.
“Primero fue el de los escritores, en los años 20; después los pintores, y en los años 60 nos tocó a los músicos. Nosotros seguíamos mucho la música argentina en esa época, que tuvo en Chile, antes de la Nueva Canción, una edición un poco soft que se llamaba ‘neofolclor‘. Era un término muy extraño y que también venía de Argentina. Éramos grandes seguidores de Los Fronterizos, de Atahualpa Yupanqui, y en ese calderón, en este sentimiento y este descubrimiento que hicimos con Violeta Parra de la música andina, concretamente en el comienzo de la música boliviana, empezó a nacer esta idea”, recapituló el artista.
Un cruce cultural que también incluyó a los artistas de cámara: “Curiosamente, también se produjo ahí un fenómeno que es muy importante para explicar la Nueva Canción Chilena, que fue el encuentro con los músicos del conservatorio. Porque así como nosotros veíamos el conservatorio como una torre de marfil, desde adentro del conservatorio veían que afuera estaba sucediendo todo un fenómeno musical súper interesante. Se abrió esta torre de marfil y se produjo una comunicación con personajes como Luis Advis, Celso Garrido, que en la época era el director de la carrera de composición de la Universidad de Chile. Un encuentro con una academia que luchaba por salir de una prisión, y una plebe que luchaba por entrar al palacio de invierno”.