El presidente de Bolivia, Evo Morales, tiene un lugar asegurado en la Historia, junto a los Libertadores de América. Las generaciones venideras recordarán con admiración y gratitud la gesta del Movimiento al Socialismo, liderado por él, de descolonizar Bolivia, es decir, de poner a las siempre desplazadas mayorías indígenas en el centro de la acción nacional, en un propósito equivalente a aquel por el que luchara Nelson Mandela en Sudáfrica. Ese ambicioso objetivo –cambiar la mentalidad de una sociedad entera- no puede lograrse en una sola generación de seres humanos, como lo han reconocido los propios dirigentes del MAS. Por todas estas razones, y se evidencia a luz de los resultados de la última consulta, aparece como innecesario el intento de prolongar su presidencia, apenas un año después de su holgada reelección (un 61 de los votos) y cuando no estaba en cuestión el aprecio del pueblo boliviano al Presidente ni al proceso que ha encabezado, pero que la oposición ya interpreta en la línea de desestabilizar las conquistas alcanzadas.
En efecto, la ventana abierta por el propio Ejecutivo sirvió para que los detractores del llamado ciclo de gobiernos progresistas, dentro y fuera de Bolivia, vieran la inmejorable posibilidad de propiciar una triple derrota consecutiva: ya lo habían hecho en las presidenciales de Argentina y en las parlamentarias de Venezuela, mientras Bolivia, que de otro modo estaría ajeno a esta eventual tendencia, aparece ahora confirmándola. Para tal efecto, no se escatimaron recursos: durante las últimas semanas, se pretendió vincular espuriamente al Presidente con prácticas de tráfico de influencia y mal uso de recursos públicos, con acusaciones que nunca fueron probadas, pero que al ser generosamente difundidas por algunos medios tuvieron efectos en el electorado, lo cual fue acusado por el propio Morales al afirmar que, en esta parte del mundo, los grandes medios y las redes sociales “tumban gobiernos”. Se escribe así un nuevo capítulo del compromiso desatado de las grandes cadenas con la caída de los gobiernos que no son afines a su interés económico de desregular la escena mediática. Poco importa la verdad cuando se sigue a Gobbels y a su idea de que no se comunica para decir algo, sino para producir un efecto.
Así, escasas consecuencias tienen ahora, desde el punto de vista subjetivo, las alusiones a un empate técnico e incluso a la posibilidad de que la opción “SÍ” remonte hasta alcanzar una ventaja milimétrica. Tampoco, aunque el argumento sea cierto, decir que ésta es una práctica genuina y ejemplar de democracia directa, al revés de cómo se hubiera resuelto un asunto de esta naturaleza en países como Chile. Porque como sea, el liderazgo del Presidente ha quedado magullado, más todavía si en el origen de este proceso se aseguró que eran las bases las que levantaban la idea de la continuidad de Evo, y que el Gobierno solo había actuado en consecuencia respecto a ese mandato.
Esto resalta especialmente porque, en concreto, poco puede decir una oposición desunida y sin proyecto sobre el presente o futuro de Bolivia. Son innumerables las obras que se pueden mencionar en esta década en valoración de los pueblos indígenas, lucha contra el analfabetismo y la desnutrición, avances en educación y en políticas de beneficio a los adultos mayores, obras públicas y en prácticamente todos los ámbitos posibles de las políticas del Estado. Y a la luz de las cifras macroeconómicas, los números son irrefutables. En los diez años de Gobierno de Evo Morales el desempleo pasó de 10% a 4%, el PIB creció de US$11 mil millones a US$35 mil millones y la inflación ha estado por debajo del 4%. Vastos sectores del país han visto por primera vez llegar la acción del Estado y hasta los empresarios, que siempre prefirieron a un presidente blanco, han apreciado ahora los beneficios de una década de estabilidad e integración social. Y es que, durante su mandato, 2,6 millones de personas se han incorporado a la clase media, sumando elementos tangibles a la incorporación de los pueblos indígenas a la sociedad boliviana.
Ése es la realidad actual de Bolivia y éstas son las correlaciones de la consulta. Independientemente del cómputo final, Bolivia y su presidente se ven enfrentados a un nuevo escenario. Porque existe en la historia del continente, y particularmente de los movimientos transformadores, la mitología del líder insustituible, casi sobrenatural, sin el cual ningún avance hubiera sido posible. En esa senda están el imaginario de Bolívar y el Ché Guevara, entre otros. Ello permite rendir tributo a figuras admirables, pero hace olvidar que lo realmente político es afianzar las transformaciones en el colectivo y en la sociedad, de manera que sobrevivan a quienes las impulsaron. Paradójicamente, este resultado, de confirmarse, abre esa posibilidad, con un tiempo necesario para forjar liderazgos que den continuidad al proceso iniciado en 2005. También, para realizar ajustes en aquellas materias que deben llamar a reflexión en el progresismo latinoamericano en el poder, como las políticas extractivistas, justo cuando la continuidad de la especie humana depende, literalmente, de la modificación en su relación con el medioambiente. Para esto basta con radicalizar el concepto del Buen Vivir, que se puede resumir en vivir en armonía con los demás seres humanos y la naturaleza, sobre la base de la unidad, la solidaridad y la empatía, retomando los principios ancestrales de los pueblos de la región que han sido enarbolados por el propio gobierno boliviano.
Evo Morales todavía tiene cuatro años para dar aún más brillo a su lugar en la historia continental, dándole a su gesta la fortaleza adicional de que no dependa de una sola persona.