Han Kang, autora surcoreana recientemente galardonada con el Premio Nobel de Literatura 2024, nació en el año 1970. Su escritura mostró, desde sus inicios, una voz contenida, empapada en heridas y dolores que la separaron de los autores de su generación.
Sin embargo, y a diferencia de sus coetáneos, Han Kang no recurría al humor, a la ironía, al ingenio. Por el contrario, llamó la atención de la crítica coreana desde el comienzo por la madurez y hondura de su escritura, y ha sido una de las autoras que ha logrado traspasar las fronteras y ser traducida a muchas lenguas.
Su debut en el mundo de la literatura, en el escenario surcoreano, fue con un libro de poesía, en el año 1993. Y la tiene reunida en un volumen bautizado como “Pongo la noche en el cajón“. Además, es autora de los libros de cuentos “Yeosu” (1995), “El fruto de mi mujer” (2000) y las novelas “El venado negro” (1998), “Tus frías manos” (2000), “La vegetariana” (2007), “Pelea de aliento” (2010), “La clase de griego” (2011), “Actos Humanos” (2014), “Blanco” (2017) y “No digas adiós” (2021).
En Corea, ha recibido los más importantes premios literarios, entre los que se incluyen Artista joven del Año y el Premio de Literatura de Novela Coreana. El 2016, fue merecedora del Man Booker International Prize y en 2017 el MalapartePrize, en Italia, para luego, el 2024, coronarse como la decimoctava mujer -y la primera coreana- en recibir el Premio Nobel de Literatura.
Durante el 2022, y en el marco de la Feria Internacional del Libro de Bogotá celebrada en dicho año, la periodista y agente cultural, Vivian Lavín, compartió con Han Kang y su traductora Sunme Yoon una extensa conversación sobre las diversas dimensiones de su obra. Todo esto, en una entrevista emitida a través del histórico programa de Radio y Diario Universidad de Chile, “Vuelan las plumas“, y que rescatamos a continuación para celebrar la reciente entrega del Nobel.
– Me gustaría partir por un punto importante, que es tu nacimiento. Este se produjo en la ciudad de Gwangju, que tiene un profundo significado en la historia reciente de Corea. En la parte final del siglo XX se produjo allí una de las más terribles masacres. En ese tiempo, tenías 11 años. ¿Cómo te afectó haber nacido en este lugar y de qué forma marcó tu escritura?
Nací en noviembre de 1970 y, en realidad, la masacre de Gwangju sucedió a partir de mayo de 1980. Yo viví toda mi vida, hasta los 10 años, en Gwangju, pero en enero de 1980, antes de que ocurrieran los hechos, mi familia se mudó a Seúl. La razón fue mi padre, que también era escritor y profesor de escuela secundaria. Para esa época, se había jubilado y dijo ‘bueno, ahora que no tengo que trabajar, qué tal si empezamos una nueva vida en Seúl’. Por eso, mi familia se mudó unos meses antes, en enero, a Seúl. No estuvimos en Gwangju durante esos acontecimientos, pero los seguimos de cerca.
Y lo vivimos con culpa, porque llegaban las noticias de lo que estaba ocurriendo y nosotros estábamos lejos. Nos sentíamos culpables de no estar ahí, hombro a hombro, con la gente de Gwangju. Con nuestros amigos, familiares. Y además del sentimiento de culpa, lo que me quedó fue una doble pregunta. Primero, una duda muy grande en torno a de lo que es capaz el ser humano. Las cosas terribles que puede hacer. Un miedo a esa violencia, a la capacidad de hacer daño. Un cuestionamiento muy visceral hacia nuestra especie.
Pero, por otra parte, fuimos también testigos y escuchamos de tanta gente que se sacrificó durante esos días. Por ejemplo, yendo a donar sangre para los heridos en los hospitales. Por eso es que siempre me asombró esa capacidad de destrucción, por un lado; y, por el otro, la capacidad de sacrificio. De entregar tu vida y arriesgarla para ayudar a otro. Esas dos líneas creo que influyeron en toda mi literatura, no sólo en ‘Actos humanos’, que es la novela que trata sobre lo sucedido en Gwangju, sino que está presente en toda mi obra.
– Tu primer libro de poemas fue descrito por la crítica como una “belleza triste”. Esto, cuando a mediados de los 90 los autores coreanos escribían novelas realistas y con bastante sentido del humor. ¿Cómo fue el descubrimiento de ese mundo interior y de esa voz narrativa en medio de una escena tan diferente a lo que estaba naciendo en ti?
Es cierto que cuando debuté como escritora en 1993 era, justamente, un periodo en la sociedad coreana donde se vivía euforia y esperanza porque en 1993 se eligió al primer presidente democrático después de muchos años de dictadura. Había euforia y, evidentemente, algunos escritores la reflejaron escribiendo de esa manera, tal vez un poco más trivial, con humor y demás. Y también es cierto que desde el comienzo mostré una voz muy interior, dolida y hasta oscura, en cierto modo. Esa ‘belleza triste’.
Pero yo lo atribuyo a dos razones: primero, que debuté como escritora de novelas, de cuentos, de relatos, pero también como poeta; y en poesía es más común expresar la voz interior. Hubo una continuidad entre lo que era mi voz poética y como narradora y, por eso, se veía esa voz interior diferenciada del resto de mi generación. Ahora, el mundo ha ido cambiando desde el 93 hasta ahora, y lo que parecía tan esperanzador y brillante en realidad se ha ido oscureciendo. Lo que en esa época hacía que mi escritura pareciera tan triste, dolida y oscura, ahora, en este mundo que vivimos, no se ve tan así. Todo lo contrario. Necesitamos también este tipo de escrituras para solidarizarnos y sensibilizarnos.
– Quiero preguntarte por una frase que dijiste hace varios años atrás y que hace referencia al concepto de “preguntas frías” o “preguntas ardientes”: “Estaba terminando una novela y todavía no tenía clara la siguiente, que iba a ser la quinta. Lo único que tengo en mente es que la voy a escribir pausadamente. Continuaré deambulando por la vida que se me ha otorgado abrigando preguntas ardientes o frías”. ¿Cuáles son esas preguntas?
En realidad, es una forma metafórica para decir cómo es mi escritura. En otras oportunidades también he dicho que no busco respuestas. Simplemente, lo que quiero es hacerme preguntas. Y esas preguntas ardientes y frías son una metáfora. No es que algunas sean frías y otras ardientes, porque lo pueden ser a la vez, sino que arden. Pero más que buscar contestar esas preguntas, lo que quiero es permanecer dentro de ellas, hacérmelas, reflexionarlas. Cuando son demasiado frías o demasiado ardientes queman, y ahí es cuando hay que alejarse un poco. Se trata de estar constantemente en ellas, congelen o den frío. Muchas veces son cuestiones que duelen. Que queman o que dan frío, que nos sensibilizan demasiado. Y justamente por eso hay que permanecer dentro.
‘La vegetariana’ es un libro impactante. Hay muchos elementos narrativos y valóricos que se exponen y que son muy actuales, como el vegetarianismo y el veganismo, que hoy no son una moda, sino una forma de vivir. ¿Cómo resuena hoy en Han Kang este libro? ¿Cómo lo reciben las nuevas generaciones versus quienes lo leyeron hace 15 años atrás?
Empecé a concebir la novela mucho antes de terminarla, en 1999. En esa época yo era vegetariana, aunque después lo tuve que dejar por temas de salud. La novela finalmente salió en 2007, pero aún entonces, en Corea al menos, no estaba esta moda o tendencia hacia el vegetarianismo. Pero aparte de eso, tampoco estaba extendido el feminismo, con cuestiones que son masificadas en todo el mundo y en Corea también a partir de los 2000 y pico. Cuando salió la novela hubo gente a la que le gustó, pero la verdad es que también muchos otros a los que no, que calificaron a la protagonista como extraña, incomprensible, extrema y todas esas connotaciones negativas.
Sin embargo, han transcurrido 15 años y sigue habiendo polarización en torno a su recepción. Aún hay gente que no le gusta, aunque sí noto lo que hay más gente a la que sí. He recibido bastantes mensajes de apoyo, sobre todo de parte de mujeres que comparten los sentimientos de las dos hermanas. Cada vez me escriben más lectoras que comprenden y gustan de la novela. Y es asombroso porque ya han pasado 15 años. No le he tocado una sola palabra y, sin embargo, sigue viviendo, sigue haciendo su curso por el mundo. Es sorprendente y maravilloso ver eso, que una obra que escribí siga viva y despertando tantas opiniones y reacciones.
– ‘Blanco’ es una reflexión profunda y metafórica sobre la muerte. También hay un gran acto de valentía en lo que refiere a abrir la cocina del autor, cruzando incluso elementos biográficos. ¿Cómo fue el proceso de escritura de esta novela?
Es un libro muy personal. Más que una novela, parece un ensayo biográfico. Y en ese sentido, me ha traído muchos encuentros personales. Mucha gente que se me ha acercado para contarme que ha tenido una experiencia parecida por algún familiar fallecido en la familia o un ser querido. Es una novela que me ha acercado a la gente. Pero no pensé en hacerlo así desde el principio. Cuando hice la lista de estos objetos y cosas blancas me di cuenta de que no podía hablar de otra cosa más que de mí misma. La escritura me llevó a hablar de mí misma, quizás porque justamente no estaba en Corea sino que en Polonia, todo cubierto de blanco. La verdad es que lo hice como un rezo, una oración a esa hermana que no llegó a vivir. Y también me hizo reflexionar sobre mí misma y mi madre. Me gustó esa experiencia de contarme a mí misma.
– Es muy valiente mostrar lo que se vive en el interior. En ese sentido, la ficción puede ser más fácil. ¿Cómo jugar con la censura y la autocensura? ¿Qué le pasa con eso a Han Kang?
En ‘Blanco’ aparezco como protagonista, pero más que autocensura, encontré muchos lugares para esconderme. Primero, porque es más un libro de ensayo, e incluso uno de poemas medio en prosa, tal vez. Pero se puede decir que son 60 poemas. Y al ser poemas, es más fácil esconderse detrás de ese lenguaje metafórico. En cierto modo me expuse, aunque tuve esos lugares donde esconderme. La novela que estoy escribiendo ahora no tiene esta estructura de poema, sino que es novela-novela. Allí es más difícil esconderse. Esto, en el sentido de querer ser sincera, porque estoy hablando de algo personal, pero sin herir a nadie.
Todavía estoy buscando la manera de hacer eso. Sin embargo, pienso que para todo hay caminos y salidas. Lo que pasa es que muchas veces esa salidas y caminos son muy estrechos y difíciles de encontrar, pero siempre están. Así que estoy buscando y le voy a encontrar la vuelta. Siempre que escribo, mi ego como persona se va haciendo cada vez más chico. Va desapareciendo, aun cuando escribo de cosas personales. Y aunque la novela que estoy escribiendo ahora es sobre la historia personal de mi familia, lo que comienza como una arista personal a lo largo del libro se va convirtiendo en algo mucho más esencial, universal. Temas que el lector puede compartir y empatizar. Cuando llega ese momento, deja de ser mi historia y pasa a ser algo más universal.
Hablemos de “Actos humanos”, una novela que entra a la guerra de Corea y esta sublevación popular de Gwangju. ¿Cómo se gesta este libro? ¿Qué buscabas en su escritura?
Antes de escribir la novela leí mucho. Me documenté, revisé un montón de archivos y realmente fue devastador. Son tantas las cosas terribles que ocurrieron no solo en Corea, sino que son comunes a todas las partes del mundo. En las dictaduras de Latinoamérica y también en las guerras suceden cosas similares. Traté el tema porque es una vivencia que, aunque no la pasé en carne propia, la siento como algo muy personal. Y quise atravesarla de principio a fin, ver qué había sido realmente eso. Y lo que buscaba era llegar a esa imagen del chico de 15 años que aparece hacia el final que, a pesar de haber vivido todas esas experiencias, es la imagen de la esperanza porque tiene un camino adelante. Quería llegar a ese punto, pero antes tenía que atravesar toda la oscuridad.