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¿A quién le sirve Piñera?

Columna de opinión por Juan Pablo Cárdenas S.
Jueves 20 de octubre 2011 9:15 hrs.


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Son muchísimo más los chilenos que le perdieron completamente la confianza a Sebastián Piñera y que ya no expresan confianza alguna en que se gobierno pueda mejorar. A pesar de que dos connotados demócrata cristianos le auguraron una buena gestión, la verdad es que ya ni entre los integrantes de su gabinete se le reconoce condiciones de estadista o, siquiera, de líder. Sus deslices verbales son cada vez más constantes y jocosos, como que en su imprudente locuacidad ha incomodado hasta a su propia esposa. Aunque el más afectado por sus desatinos es su ministro Joaquín Lavín, otrora su principal contendor dentro de la centro derecha y quien ha quedado reducido a cenizas en su popularidad y expectativas después de su paso por el Ministerio de Educación. Asumimos, en todo caso, que en política se ha visto resucitar no pocos muertos.

La derecha empresarial es la que siempre tuvo más remilgos a la posibilidad de que Piñera llegara a La Moneda. Entre sus pares, este “nuevo rico” producía severas sospechas por el estilo en que emprendía los negocios, derrumbaba las confianzas de amigos y parientes y se manejaba en el filo que separa la ley y las buenas costumbres. Grandes y poderosos empresarios no encontraban muy lógico que uno de ellos ambicionara la banda presidencial cuando nadie los había favorecido tanto como los gobiernos de la Concertación, cuando la impunidad sobre sus indecencias del pasado quedara completamente consagrada y los nuevos negocios y desregulaciones se les ofrecieran a raudales. Hoy, sin embargo, estos empresarios andan con la amargura a cuestas al presenciar el repudio nacional al sistema económico y las movilizaciones por doquier en contra del lucro en la educación, la usura de los bancos, los abusos de las isapres, las estafas de las grandes tiendas, la colusión de las farmacias y el proceder inmoral de toda suerte entidades que asaltan a diario el bolsillo de los consumidores.

La derecha política, en tanto, ya estaba acostumbrada a una plácida connivencia con la Concertación en el Congreso Nacional y los municipios. Ya había ganado la batalla ideológica por el reconocimiento de la Constitución pinochetista, sus flagrantes discriminaciones y su sistema binominal. Se mostraban plenamente conformes con un padrón electoral que disminuía año a año el número de ciudadanos, porque los jóvenes simplemente se resistían a enrolarse en los registros ciudadanos y no manifestaban interés por sufragar. Si bien los políticos de la derecha tenían limitado su acceso a La Moneda, ello ya no era obstáculo para negociar con el oficialismo todo tipo de prebendas y oportunidades de negocios dentro del discreto abrigo que ofrece un estado privatizado. Y, en realidad, digitado, desde las organizaciones patronales y los grandes consorcios extranjeros enseñoreados en todos los ámbitos de la producción y las exportaciones. Asimismo, el horror que les producía y les produce el tema de los derechos humanos ya había sido resuelto judicial y administrativamente con sentencias moderadas para los más terribles infractores y con ese salvavidas que unos y otros le procuraron a Pinochet para regresarlo a Chile y bloquear la única justicia que le era posible en esta Tierra: la de la jurisprudencia internacional.

Para los que fueron desalojados del Palacio Presidencial, lo cierto es que la trayectoria de Piñera les mitigaba la pena de perder la principal ubre institucional. Mal que mal, Tatán había votado NO en el Plebiscito, era hijo de viejos falangistas y, mientras fue senador, le hizo al oficialismo varios favores parlamentarios en mérito de esa “política de los acuerdos” que se consolidó transversalmente en dos décadas de transición frustrada. En cuyo de sus hitos fundamentales, recordemos, gobiernistas y opositores celebraron con las manos en alto la última Ley Educacional que ahora es repudiada prácticamente por el 80 por ciento de los chilenos, según todas las encuestas.

Los electores, finalmente, tampoco vieron con tanto temor que Piñera llegara a La Moneda. El candidato de la derecha les resultaba el más moderado para propinarle un voto de castigo a la corrupción, al cuoteo y la gerontocracia partidista, especialmente si se lo comparaba con las más feroces opciones que ofrecía el Opus Dei y los más nostálgicos de la Dictadura todavía a buen resguardo en sus colectividades y en las diversas instituciones del Estado. Sirvió el triunfo del político empresario para ponerle freno a la falta de probidad y escandalera concertacionista, aunque a poco andar se demostrara la idea errónea de que los millonarios que llegan al poder cesan o disminuyen su avidez. No hay duda que en un año y medio, las primeras denuncias rápidamente se equiparan con los defraudes anteriores al fisco.

Piñera, a no dudarlo, deja una estela enorme de desencantados. Pero hay que reconocer que su presencia en el Gobierno ha servido para sacar del largo letargo a los chilenos, movilizar a la juventud y recuperar los sueños de un país agobiado por las inequidades, la discriminación, la impostura democrática, la pérdida de soberanía económica y esas nuevas impunidades del régimen autoritario que sigue rigiéndonos.

Para hermanarnos, asimismo, con el despertar mundial de todos los indignados, la recuperación de los valores republicanos y con esa vieja, tozuda y majadera justicia social.

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El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.